La Navidad ya está aquí, para alegría de muchos y descontento de otros.
Aunque pocos lo saben, lo cierto es que los orígenes de esta celebración hacen referencia a la muerte y el renacimiento. Antes de convertirse en un símbolo de la cristiandad, las civilizaciones paganas ya celebraban este momento del año porque representaba la llegada de la luz después de una larga noche.
Por eso, la Navidad sería el momento perfecto para bucear dentro de nosotros e intentar comprender en qué personas nos hemos convertido a lo largo del año. Debería promover la búsqueda interior y convertirse en una oportunidad para el cambio y el renacimiento. Sin embargo, en algún momento de la historia todo se torció, la Navidad se llenó de contradicciones y se convirtió en un frenesí consumista.
Por eso, para muchas personas un periodo que debería ser de paz, reflexión y renacimiento, se convierte en un auténtico calvario que se repite año tras año. Aunque a muchos les apena reconocerlo. Y las razones son varias:
1. Los regalos. Un regalo se debe dar sin pretender nada a cambio, simplemente porque nos complace tener ese gesto y hacer feliz o sorprender a alguien. Sin embargo, en Navidad no es así, más bien se produce un intercambio de regalos (a menudo inútiles y bastante feos), que solo sirve para que muchas personas se sienten presionadas a corresponder con un regalo de valor similar, aunque su economía no se los permita.
2. La obligación de ser feliz. Las ventas de medicamentos para la depresión aumentan en un 40% durante la Navidad. Mientras algunos se fijan en los colores brillantes, disfrutan de las luces navideñas y escuchan los villancicos esbozando una sonrisa, a otros esa “imposición de felicidad” les resulta simplemente insoportable. La soledad, el recuerdo de los que ya no están o simplemente la expectativa de ser felices que se genera en esta época no solo da paso a la tristeza sino a una auténtica angustia.
3. Las canciones navideñas. No tengo una gran voz y ni siquiera canto bien, pero me gusta escuchar buena música, soy una melómana empedernida y no transijo en estas cuestiones. Por eso, las canciones navideñas y los villancicos me ponen los pelos de punta. Y lo peor de todo es que algunos estribillos (sobre todo los más empalagosos) pueden meterse en tu cabeza durante horas, son estribillos intrusos que suenan como si fueran un disco rayado.
4. Los rituales. Los rituales son bonitos, siempre y cuando comprendamos su origen y podamos obviarlos cuando nos plazca. Los rituales que se han transmitido culturalmente, a los que ya no les encontramos sentido, solo son una camisa de fuerza. Y la Navidad está repleta de rituales que se repiten año tras año, so pena de que la familia o los amigos te declaren persona non grata si tienes la osadía de proponer un cambio. Los rituales reconfortan, pero a veces simplemente apetece cambiar. Y debemos tener la libertad para hacerlo.
5. Las decoraciones navideñas. Me gustan las luces navideñas, le confieren un aire festivo al ambiente e incluso pueden contagiarte con chispas de alegría. Sin embargo, como la Navidad es una época propicia para los excesos, la mayoría de las personas aprovechan esta excusa para sacar a relucir su lado kitsch, ese que han mantenido más o menos escondido durante todo el año. Como resultado y en el mejor de los casos, las luces navideñas se convierten en un agravio al sentido estético, en el peor de los casos, terminan dañando la retina.
6. Los conflictos religiosos. La Navidad es una época de paz, pero se nos olvida cuando nos aferramos tercamente a los rituales. Entonces aparecen los padres que no desean que sus hijos entonen canciones multiculturales donde aparezcan versos árabes, luego surgen los ateos que no desean que sus hijos canten villancicos cristianos y los católicos que durante todo el año no recuerdan que existe la iglesia pero que cantan Adestes fideles como si en ello les fuera la vida se molestan porque en el colegio de sus hijos no se cantan canciones católicas. En fin, extendamos un velo piadoso sobre el asunto…
7. Fingir que todo está bien. En Navidad todos te desean felices fiestas, incluso los que no conoces y tampoco tienes la intención de conocer. Y nos sonríe el colega de trabajo que nos ha hecho la vida imposible durante todo el año. La excusa para tanta cercanía es que hay que ser mejor personas. Por eso, nos sentimos culpables si no logramos corresponder con el mismo entusiasmo y esbozamos una mueca que nadie podría confundir con una sonrisa de Duchenne auténtica. Por supuesto, no tengo nada en contra de apartar viejas las rencillas e intentar ser mejores personas, el problema es que esa actitud es tan efímera como la Navidad. Y eso no se llama cambio, sino hipocresía.
8. La obligación de estar acompañados. En Navidad todos te preguntan qué harás. Y si les dices que te quedarás en casa, solo (o más bien, disfrutando de tu propia compañía), no pueden evitar reprimir una microexpresión de lástima. Hasta que terminas teniendo lástima de ti mismo. Después de todo, tantas microexpresiones no pueden estar equivocadas, ¿o sí? Y en ese caso es probable que termines en una fiesta en la que no quieres estar, para evitar una soledad que antes no te molestaba pero que te ha hecho pensar que algo debe ir muy mal para que estés solo en ese momento. Sin embargo, creo que la Navidad no es una razón suficiente para dejar de aplicar el refrán: “mejor solo que mal acompañado”.
9. Las felicitaciones predeterminadas. Me refiero a esas postales predeterminadas que te asfixian el correo y que se eligen en un abrir y cerrar de ojos (o incluso con los ojos cerrados) para después enviarlas prácticamente a todos los contactos de la libreta de direcciones, solo para quedar bien. Y ya que estamos, también podemos incluir esas incómodas felicitaciones de los ex con remordimientos y de las personas que hace siglos no ves pero que irónicamente se acuerdan de ti con un mensaje edulcorado que posiblemente han enviado a otros 100 contactos más. Postales y felicitaciones que no vienen al caso pero que hacen que nos preguntemos: «¡¿de verdad tengo que responder?!»
10. Los excesos. Exceso de comida, exceso de alcohol, exceso de regalos, exceso de luces, exceso de consumo, exceso de villancicos… En Navidad todo se maximiza, aunque no sepamos muy bien por qué. De hecho, incluso es probable que hayas cantado “Happy Xmas” de John Lennon y Yoko sin saber siquiera cuándo o por qué fue escrita. De hecho, el tema es del 1971 y fue escrito como una canción de protesta contra la guerra de Vietnam. El texto nos debería hacer reflexionar sobre el hecho de que mientras gastamos e incurrimos en excesos completamente evitables, en otras partes del mundo hay quien está muriendo debido a las guerras o el hambre.
Aún así, ¡Feliz Navidad a todos! Aprovechad este momento para mirar dentro de vosotros, para compartir con las personas que realmente os importan y hacer esas cosas que realmente os apasionan. Solo así tendrá sentido.
José Pérez dice
Hola Jennifer, Bueno aprovecho para felicitarte por las fiestas y desearte un saludable y próspero 2016, (Ojo, de corazón, no porque sea convencionalismo, eh,ja ja ja).
Creo que también algo que odiamos de la temporada esta es el consumismo,es decir, que estamos tan acostumbrados a comprar regalos (algunas veces caros, como bien dices) para suplir el que a algunas personas,amigos o familiares, no les hemos dado cariño, tiempo e interés durante el resto del año.
Bueno, eso creo.
José Pérez
Jennifer Delgado dice
Hola José,
Pues sí, cuando el consumismo se impone y los excesos reinan, es fácil desvirtuarse de la esencia.
¡Felices fiestas también para ti!