Los grandes maestros del budismo siempre han recorrido a las fábulas y las leyendas para transmitirle a sus discípulos complejos mensajes o lecciones de vida. Se cuenta que en una ocasión algunos discípulos se reunieron y le preguntaron a su maestro por qué les contaba tantas fábulas pero nunca se detenía a explicarlas. Por toda respuesta, este les preguntó: ¿os gustaría que os diese una fruta ya masticada?
Lo mejor de las fábulas es que tienen múltiples interpretaciones y que cada persona puede extraer la enseñanza que le resulte más útil, según el momento de la vida por el que esté pasando. Además, las historias tienen el poder de llegar hasta los resquicios más ocultos de la mente. Milton Erickson, un psiquiatra estadounidense, se había dado cuenta de que en ocasiones nuestra mente rechaza algunos mensajes e inmediatamente pone en marcha sus mecanismos de defensa ya que los percibe como un ataque al «yo». Sin embargo, las fábulas, sortean esa vigilancia y pueden operar cambios más profundos. De esta idea surgió la hipnosis ericksoniana, en la cual no se emplean sugestiones directas sino que se utilizan historias.
Y como esta filosofía oriental aún tiene mucho que enseñarnos, he aquí algunas de las fábulas budistas más iluminadoras, detrás de las cuales se esconden grandes lecciones de vida, enseñanzas que podrían cambiar definitivamente nuestro rumbo o, al menos, la manera en la que comprendemos las cosas.
Las fábulas budistas más iluminadoras
1. El campesino que jugó a ser Dios
Un día un campesino encontró a Dios y le dijo:
– Tú has creado el mundo pero no eres un campesino, no conoces la agricultura. Tienes mucho que aprender.
Dios le preguntó:
– ¿Cual es tu consejo?
– Dame un año y deja que las cosas ocurran tal y como yo quiero. La pobreza no existirá nunca más.
Dios aceptó. Naturalmente, el campesino pidió lo mejor: ni tormentas, ni ningún tipo de peligro para el grano. El trigo crecía y el campesino era feliz. Todo era perfecto.
Al final del año, el campesino encontró a Dios y le dijo, orgulloso:
– ¿Has visto cuánto trigo tenemos? ¡Habrá comida suficiente por 10 años sin tener que trabajar!
Sin embargo, cuando recogió el grano, se dio cuenta de que estaban vacíos. Desconcertado, le preguntó a Dios qué había pasado, a lo que este respondió:
– Has eliminado los conflictos y las fricciones, así que el trigo no terminó de germinar.
Moraleja: Los problemas son parte de la vida, nos hacen fuertes, nos convierten en personas resilientes. Los días de tristeza son tan necesarios como los días de felicidad porque nos permiten crecer. Por tanto, es mejor dejar de quejarse por todo y de sentirse miserable por las dificultades, estas son oportunidades para aprender a ver la vida con otros ojos.
2. La anciana que perdió su aguja
Una tarde la gente vio a una anciana buscando algo frente a su choza. Algunas personas se acercaron para intentar ayudarla.
– ¿Qué has perdido?
– Mi aguja – dijo ella.
Todos se pusieron a buscarla pero pasado un rato, alguien le preguntó:
– La calle es muy larga y la aguja muy pequeña, ¿puedes indicarnos el sitio donde cayó?
– Dentro de mi casa – respondió la anciana.
Las personas la miraron asombrados. Algunos incluso se molestaron.
– ¿Acaso te has vuelto loca? ¿Por qué buscas la aguja en la calle si está dentro de tu casa?
La anciana, sonriente, les respondió:
– Porque dentro de la casa no hay luz.
– Entonces lo más sensato es encontrar una lámpara y buscar adentro.
La anciana rió y les dijo:
– Sois muy inteligentes para las cosas pequeñas, ¿cuándo vais a usar esa inteligencia para vuestra vida interior?
Moraleja: A menudo buscamos las respuestas a los problemas fuera de nosotros, cuando en realidad la solución está en nuestro interior. Culpamos a los demás o a las circunstancias en vez de tomar las riendas, solo porque no queremos reconocer nuestra cuota de responsabilidad. Sin embargo, de esta forma jamás encontraremos una solución realmente satisfactoria que nos permita crecer.
3. El perdón de Buda
Buda tenía un primo perverso, se llamaba Devadatta, siempre estaba celoso y se empeñaba en desacreditarlo.
Un día, mientras Buda paseaba tranquilamente, Devadatta arrojó a su paso una pesada roca con la intención de acabar con su vida. Sin embargo, la roca cayó al lado de Buda y no le hizo daño.
Buda se dio cuenta de lo sucedido pero permaneció impasible, sin perder la sonrisa. Días después, volvió a cruzarse con Devadatta y lo saludó afectuosamente. Muy sorprendido, este le preguntó:
– ¿No estás enfadado?
– No, claro que no.
Sin salir de su asombro, Devadatta le preguntó el por qué.
Buda le dijo:
– Porque ni tú eres ya el que arrojó la roca, ni yo soy ya el que estaba allí cuando fue arrojada.
Moraleja: Para el que sabe ver, todo es transitorio; para el que sabe amar, todo es perdonable. No es sano ni inteligente quedarse atados al odio y el rencor porque estos sentimientos solo nos hacen daño. Es importante ser conscientes de que la vida está en continuo cambio y que necesitamos dejar las malas experiencias en el pasado. Solo a través del perdón logramos liberar nuestro resentimiento y continuar adelante.
4. Un criado y un amo con mal genio
Un criado estaba expuesto todos los días al carácter irascible de su amo. Un día, el señor volvió a casa de muy mal humor, se sentó a comer y al hallar la sopa fría, montó en cólera y arrojó el plato por la ventana.
El criado, a su vez, arrojó la carne, el pan, el vino y, por último, el mantel y los cubiertos. El amo montó en cólera:
– ¿Qué haces, insensato?
– Perdone señor – respondió con seriedad el criado. – Creía que hoy deseaba comer en el patio. ¡Todo es tan apacible y el cielo es tan sereno!
El amo reconoció su falta, se disculpó y le agradeció interiormente al criado por la lección que acababa de darle.
Moraleja: A lo largo de la vida, cualquiera nos puede hacer daño. No podemos hacer nada al respecto. Pero podemos decidir por quienes sufrir. No son las acciones en sí las que causan sufrimiento sino el significado y la importancia que les otorgamos. Si respondemos a la violencia con violencia, esta crecerá. Si respondemos a la violencia con tranquilidad, esta se aplacará.
5. El halcón que no podía volar
Un rey recibió como obsequio dos pichones de halcón y los entregó al maestro de cetrería para que los entrenara.
Pasados unos meses, el instructor le comunicó al rey que uno de los halcones estaba educado pero que no sabía qué le sucedía al otro. Desde que había llegado al Palacio, no se había movido de la rama, hasta tal punto que había que llevarle el alimento.
El rey mandó llamar a curanderos y sanadores pero nadie pudo hacer volar al ave. Entonces hizo público un edicto entre sus súbditos y, a la mañana siguiente, vio al halcón volando en sus jardines.
– Traedme al autor de este milagro – pidió.
Ante el rey apareció un campesino. El rey le preguntó:
– ¿Cómo lograste que el halcón volara? ¿Acaso eres un mago?
– No fue difícil – explicó el hombre. – Tan solo corté la rama. Entonces el pájaro se dio cuenta de que tenía alas y echó a volar.
Moraleja: A veces, es necesario quedarse en la rama para recuperar fuerzas pero si nos quedamos en la zona de confort durante mucho tiempo, jamás sabremos cuán lejos habríamos sido capaces de llegar. Por eso, en ocasiones necesitamos que alguien nos corte la rama o tener el valor de cortar la rama a los demás. Asegúrate de no ser tú quien dificultes el vuelo a otra persona o de que otra persona no te impida volar.
Anibal dice
Bonitas fábulas Felicidades!!!
Luiz Ángel dice
Muy buena aportación, aunque ninguna de las historias antes narradas son fábulas; de ninguna manera.
Jennifer Delgado dice
Hola Luiz,
Si nos ceñimos a la definición de la RAE de fábula: «Breve relato ficticio, en prosa o verso, con intención didáctica o crítica frecuentemente manifestada en una moraleja final, y en el que pueden intervenir personas, animales y otros seres animados o inanimados», creo que sí lo son. Si entramos a analizar ya aspectos filosóficos, el debate se abre. O al menos eso pienso yo.