“Las cosas le salen mejor a la gente que hacen que las cosas salgan mejor”, afirmaba John Wooden en una especie de trabalenguas. A lo que se refería este entrenador de baloncesto era al hecho de que la mayoría de las cosas buenas no llegan simplemente a nuestra vida, como por arte de magia, debemos esforzarnos por hacer que esas cosas pasen o tener la inteligencia y la sensibilidad necesarias como para aprovechar la oportunidad cuando pase por nuestro lado.
Sin embargo, si miramos atentamente a nuestro alrededor, veremos que el mundo está lleno de personas que tienen deudas, que se sienten atrapadas en un trabajo que no aman y que cada vez están más ocupadas con tareas intrascendentes que no les aportan ninguna satisfacción.
Lo curioso es que muchas de estas personas piensan que la felicidad se encuentra al doblar de la esquina. Es decir, creen que si tan solo cambiara algo, serían más felices. Piensan que la felicidad llegará si ganan la lotería, o cuando terminen de pagar la hipoteca, o si pudieran mudarse a otro país…
El problema radica en que detrás de estas creencias se esconde la idea de que la felicidad se puede alcanzar cuando eliminamos el sufrimiento o las molestias. Es como si la felicidad estuviese escondida debajo de una piedra. Pero no es así, eliminar el dolor o el sufrimiento no equivale, necesariamente, a ser más felices.
La felicidad es una decisión personal
Supeditar la felicidad a una condición significa pensar que este estado depende de las circunstancias, no de nosotros mismos. Nos convertimos automáticamente en marionetas del destino, esperando a que lleguen las circunstancias perfectas. Por tanto, también significa que si las circunstancias no se dan, nunca seremos felices.
No obstante, quienes hayan viajado por el mundo y hayan profundizado en otras culturas se habrán dado cuenta de que la felicidad no depende necesariamente de unas “circunstancias perfectas” sino que es una decisión personal.
Las personas felices no viven en un paraíso, no están a salvo de los problemas, sino que han decidido focalizarse en los aspectos que les proporcionan alegría y satisfacción. Las personas felices han decidido cambiar los cristales a través de los cuales miran el mundo y, en vez de centrarse en los aspectos negativos, prefieren darle importancia a las cosas positivas.
Hay personas que han sido educadas en una cultura que les ha transmitido esta actitud, o quizás sus padres supieron inculcarle esa manera de ver la vida. Otros lo han aprendido por sí solos. Sin embargo, de lo que no cabe dudas es de que no se trata de una actitud innata, todos podemos aprender a ser felices.
Obviamente, si has pasado muchos años arrastrando una actitud derrotista y negativa, no podrás cambiar de la noche a la mañana. Quizás te resultará más difícil. En todo caso, existen algunas preguntas que te pueden guiar a lo largo del cambio.
Las preguntas que conducen a la felicidad
1. ¿Por qué debo sentirme agradecido? La gratitud es uno de los pilares de la felicidad. Obviamente, cuando todo va bien es fácil encontrar razones por las cuales sentirse agradecidos pero lo importante es encontrar esos motivos en medio de la adversidad. Incluso cuando todo a tu alrededor parece teñirse de negro, hay razones para sentirse agradecidos. Cuando das las gracias desde lo más profundo de ti, el mundo cambia inmediatamente de color.
2. ¿Qué me hace feliz? Asombrosamente, se trata de una de las preguntas más difíciles de responder porque la mayoría de las personas se centran en evitar lo que les causa dolor pero no son conscientes de lo que les hace felices. Sin embargo, piensa en esas actividades que realmente te llenan de alegría, que te reportan verdadera satisfacción y te hacen sentir vivo. Es en ellas en las que te debes focalizar.
3. ¿Qué progresos he hecho? A menudo nos desmotivamos y perdemos la alegría porque nos centramos en los fracasos, en lo duro que ha sido el camino o en cuánto nos queda por recorrer todavía. Sin embargo, de vez en cuando es recomendable mirar atrás y reconocer lo que hemos alcanzado. Todos hemos realizado muchísimos progresos, solo que a veces los menospreciamos o no los reconocemos. Vuelve la vista al pasado y focalízate en lo que has conseguido.
4. ¿Quiénes me quieren? Existen pocas cosas en la vida que den más satisfacción que el cariño y el amor de otras personas, puede ser la pareja, los padres, un amigo o incluso ese profesor con el que tienes una relación especial y se ha convertido en tu mentor. Cuando te sientas solo, recuerda a esas personas, eso bastará para recuperar la alegría.
5. ¿A quién puedo ayudar? Una de las razones por las que la felicidad se nos escapa es porque nos centramos demasiado en nosotros mismos. Sin embargo, la felicidad también se encuentra ayudando al otro. En ese acto de entrega o de compasión reencontramos la mejor versión de nosotros mismos, la que más satisfacción nos brinda. Hacer felices a los demás también implica ser felices nosotros.
6. ¿Qué puedo hacer por el mundo? En diferentes estudios se ha demostrado que las personas que se enrolan en causas que las superan como individuos se sienten más plenas, satisfechas y felices. Todos podemos dar una contribución al mundo, no importa cuán grande o pequeña sea. A través de ese acto, encuentras un sentido de la vida que hasta ese momento había permanecido oculto.
7. ¿Qué opciones tengo? Una de las cosas que a menudo olvidamos es que siempre tenemos el poder de decidir. Por eso, independientemente de cuán negro se perfile el horizonte, evalúa siempre tus opciones. Quizás no las puedas apreciar en un primer momento porque te sientes ofuscado y atrapado pero si persistes, lograrás entrever otras alternativas. El simple hecho de escoger un camino diferente al preestablecido ya puede ser una fuente de felicidad en sí mismo.
Recuerda que la felicidad no consiste en esperar las circunstancias perfectas, sino en descubrirlas incluso en medio de la tormenta.
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