“Querer ser feliz todos los días es una enfermedad”, afirmó Zygmunt Bauman. La tristeza y la alegría son dos caras de la misma moneda, y ambas son necesarias para llevar una vida plena. No puede existir una sin la otra. Pero no lo entendemos. O no lo queremos entender.
Hemos catalogado la tristeza como una emoción “negativa”. Y al ser negativa queremos deshacernos de ella lo antes posible. Nos resistimos a estar tristes. Nos preocupamos porque estamos tristes. Nos entristecemos aún más por estar tristes. Y así caemos en un bucle que termina empeorando nuestro estado de ánimo.
La dictadura de la felicidad nos hace infelices
En 2018 un grupo de psicólogos de la Universidad de Nueva Gales del Sur realizó una serie de experimentos para determinar cómo nos afecta la expectativa social de felicidad, sobre todo cuando nos enfrentamos al fracaso.
En uno de los experimentos, los participantes se enfrentaron a pruebas que estaban diseñadas para que fracasaran. A un grupo se les dijo que era probable que no pudieran resolver los problemas. Otro grupo estaba en una “sala feliz” en la que había carteles motivacionales y notas alegres pegadas a las paredes. Y un tercer grupo estaba en una habitación neutra y no se les dijo nada sobre su posible desempeño.
Los psicólogos descubrieron que las personas que se hallaban en la “habitación feliz” se preocuparon mucho más por su fracaso. “Cuando las personas se encuentran en un contexto donde la felicidad es muy valorada, genera una sensación de presión de que deberían sentirse de esa manera”, explicaron los investigadores. Como resultado, cuando experimentan un fracaso, comienzan a rumiar y rechazan los sentimientos negativos. Eso les hace sentir aún peor.
También comprobaron que cuando pensamos que la sociedad espera que no nos sintamos tristes y estemos siempre alegres experimentamos con mayor frecuencia estados emocionales negativos marcados por el estrés, la ansiedad y la tristeza.
No es casual que una persona que viva en un país occidental y comparta su cultura tenga entre 4 y 10 veces más probabilidades de desarrollar depresión clínica o ansiedad a lo largo de su vida que una persona de cultura oriental. En China y Japón las emociones que catalogamos como negativas y positivas son vistas como partes esenciales de la vida. No existe la presión constante por sentirse alegres y felices todo el tiempo.
De hecho, la filosofía budista que permea la cultura oriental exige reconocer todas las emociones y abrazar la tristeza y el dolor como parte de la condición humana. En vez de huir de la tristeza, enfatiza en la necesidad de comprender su naturaleza y aprender a convivir con ese sentimiento.
No es lo que sientes, es el significado que le confieras
En 2016 psicólogos de la Universidad Estatal de Colorado, la Universidad Johannes Gutenberg de Maguncia y el Instituto Max-Planck para el Desarrollo Humano desarrollaron otro experimento muy interesante que echó por tierra algunas de las creencias que solemos dar por sentado en el plano emocional.
Reclutaron a 365 personas y les hicieron seis pruebas diarias sobre su salud emocional durante un periodo de tres semanas. Tomaron nota de sus estados emocionales, su salud física y el grado de bienestar y satisfacción con la vida.
Descubrieron que no existe un vínculo directo entre los estados emocionales considerados negativos y una peor salud física, menos bienestar o la insatisfacción con la vida. Sin embargo, las personas que catalogaron esos sentimientos como adversos, sí reportaban sentirse peor, tanto física como emocionalmente.
Eso nos indica que no son las experiencias aversivas en sí mismas las que pueden dañarnos, sino el significado que les confiramos. La tristeza no es intrínsecamente negativa, depende de cómo la vivamos y asumamos.
Los beneficios de la tristeza ocasional
Para abrazar la tristeza debemos revindicar su papel en nuestro universo emocional. De hecho, la tristeza promueve la reflexión personal tras una pérdida. Es un rito de paso que nos ayuda a actualizar nuestros esquemas mentales para aceptar la pérdida y seguir adelante.
También nos ayuda a ser más empáticos. Un estudio realizado en la Universidad de Queen reveló que las personas más tristes podían detectar mejor las emociones de los demás ya que suelen ser más sensibles a las pequeñas señales extraverbales. A su vez, la tristeza nos permite fortalecer lazos con los demás y recibir la ayuda que necesitamos en ese momento ya que genera una simpatía en los otros.
Curiosamente, la tristeza también nos ayuda a encontrar mejores argumentos y ser más persuasivos. De hecho, la tristeza ocasional fomenta el pensamiento crítico, ayudándonos a ver las cosas bajo una perspectiva que puede ser mucho más objetiva ya que nos aleja del sesgo optimista que solemos tener.
La tristeza también nos ayuda a detectar las mentiras y ser menos crédulos, de manera que no nos dejamos engañar con tanta facilidad y somos más precisos a la hora de detectar datos falsos, como comprobaron psicólogos de la Universidad de Illinois.
Aceptar la tristeza para sentirte mejor
Durante mucho tiempo, la sociedad nos ha enviado un mensaje claro: existen emociones negativas de las que debemos deshacernos lo antes posible. Por tanto, cuando las experimentamos nos preocupamos y ponemos en práctica todo tipo de estrategias desadaptativas para hacer que desaparezcan, desde la evitación hasta la supresión y la negación.
Aceptar la tristeza, en cambio, nos liberará de esa presión. Cuando nos esforzamos por evitar la tristeza a toda costa y la vemos como un problema, no podremos ser felices, sino que nos condenamos a un bucle de insatisfacción.
Debemos comprender que cada emoción tiene su razón de ser, por lo que en vez de rechazar la tristeza, necesitamos comprender su causa y el mensaje que quiere transmitirnos. Incluso podemos ir un paso más allá y abrazar la tristeza, lo cual implica no resignarse a su presencia, como si fuera un mal necesario del que somos prisioneros, sino acogerla con los brazos abiertos, como hacemos con la alegría o la felicidad.
Ese abrazo puede ser tan extenso como decidamos. Abrazar la tristeza nos dará la oportunidad de hacer las paces con el dolor, el sufrimiento, la pérdida y el fracaso. Ese abrazo reconforta el alma porque nos permite reconocer nuestra humanidad. Y, a la larga, nos devuelve el equilibrio.
Fuentes:
Bastian, B. et. Al. (2018) Does a Culture of Happiness Increase Rumination Over Failure? Emotion; 18(5): 755-764.
Dejonckheere, E. et. Al. (2017) Perceiving Social Pressure Not to Feel Negative Predicts Depressive Symptoms in Daily Life. Depress Anxiety; 34(9): 836-844.
Luong, G. et. Al. (2016) When bad moods may not be so bad: Valuing negative affect is associated with weakened affect–health links. Emotion; 16(3): 387–401.
Harkness, K.L. et. Al. (2005) Enhanced accuracy of mental state decoding in dysphoric college students. Cognition and Emotion; 19: 999-1025.
Forgas, J. P. et. Al. (2005) Mood effects on eyewitness memory: Affective influences on susceptibility to misinformation. Journal of Experimental Social Psychology; 41(6): 574-588.
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