Cuando lo políticamente correcto se conjuga con la banalización de la Psicología Positiva surgen eslóganes que suenan muy bien pero que esconden actitudes potencialmente dañinas. Mensajes como “ama tu cuerpo” o “acéptate como eres” son los ejemplos más emblemáticos.
Enmarcados en el movimiento “Body Positive”, este tipo de pensamiento puede adquirir derivas peligrosas que pocos se atreven a señalar por miedo a ser tachados de “gordofóbicos”. Sin embargo, no deberíamos perder de vista que entre la anorexia y la obesidad existe algo que se llama peso saludable.
De la reivindicación de derechos a la fabricación de mensajes positivos vacíos
En 1969, un joven ingeniero de Nueva York llamado Bill Fabrey estaba muy enojado por la manera en que las personas trataban a su esposa, Joyce, debido a que era obesa. Muy pronto se dio cuenta de que no era un caso aislado, así que reunió a un pequeño grupo de personas y fundó lo que hoy se conoce como Asociación Nacional para Fomentar la Aceptación de los Gordos.
Casi al mismo tiempo, en 1972, un grupo de feministas de California creaba el grupo Fat Underground. A mediados de 1980 ese movimiento se extendió a Inglaterra, donde se formó el London Fat Women’s Group. Esos grupos reclamaban un trato respetuoso e igualdad de oportunidades para las personas obesas, promoviendo una actitud social más tolerante hacia la diversidad.
Con el paso del tiempo, los activistas pasaron de los platós de televisión a las redes sociales. Así se extendió el movimiento Body Positive, que incluía a todas aquellas personas cuyos cuerpos no seguían las férreas normas impuestas por la industria de la moda.
Sin embargo, muy pronto ese movimiento comenzó a beber de la «Psicología Positiva» más banal para empezar a predicar el amor propio y la autoaceptación. En lugar de promover la aceptación social de los cuerpos marginados para asegurarles a esas personas las mismas oportunidades y hacer espacio a esas voces que rara vez se escuchan, muchos influencers se limitaron a promover el amor propio en general y, en última instancia, un amor ciego a sí mismos sin rastro de autocrítica.
Al igual que ha pasado con la popularización y malinterpretación de la «Psicología Positiva», la simplificación del movimiento Body Positive le ha hecho perder en gran parte su carácter reivindicativo original para convertirse en una fábrica de mensajes positivos que suenan bien, pero que en muchos casos adolecen de un contenido más profundo que pueda encauzar un debate serio para promover la tolerancia auténtica y, sobre todo, que sea realmente beneficioso y saludable para todas las personas que no tienen cuerpos normativos.
Cuando el tiro sale por la culata, las actitudes excluyentes y autocomplacientes
Prácticamente todos los días nos vemos expuestos a mensajes que nos dejan entrever que no somos lo suficientemente buenos porque no estamos a la altura de los estándares sociales – ya sean estéticos, profesionales o de cualquier otra índole. Cada día nos recuerdan que podemos ser más exitosos, vestir mejor, tener una piel más joven o un físico más esbelto.
Esa presión nos genera una inmensa frustración porque nos obliga a perseguir un ideal tan poco realista que resulta inalcanzable para la mayoría de las personas. Como respuesta a ese bombardeo tóxico, es comprensible que abracemos con los ojos cerrados el movimiento “Body Positive”.
Este movimiento se convierte en la antítesis de una cultura que nos hace odiarnos. Nos dice que en realidad ya estamos bien así. Que amar nuestro cuerpo es más importante que nuestra apariencia. Abrazar esas ideas nos parece un acto de coraje, autodeterminación y empoderamiento. Gritamos que somos perfectos tal como somos.
Sin embargo, la banalización de esos mensajes – que ya aprovecha la propia industria de la moda – puede hacernos caer en una peligrosa zona de autocomplacencia en la que no se produce ningún tipo de crecimiento y que termina fomentando estilos de vida poco saludables que se escudan tras la excusa de un cuestionable amor propio.
El movimiento “Body Positivity” llevado al extremo – entendido como una mera oposición a los patrones corporales normativos – también entraña el riesgo de replicar las actitudes negativas contra las que supuestamente lucha.
Debemos recordar que cada vez que surge un movimiento que contrasta una tendencia existente, corre el riesgo de desarrollar el mismo patrón en el sentido opuesto. La negación no debe ser un fin en sí misma. Negar por negar es puro nihilismo. La negación dialéctica consiste en tomar los aspectos positivos de los viejos patrones e incorporar lo válido de las nuevas tendencias antagónicas para desarrollar una visión más equilibrada.
Por desgracia, en redes sociales no faltan los ataques feroces y las críticas destructivas a las mujeres delgadas o aquellas que tienen un físico más musculado, simplemente porque hay quienes piensan que sus cuerpos no son «reales» e imperfectos. De esa manera, un movimiento que debería promover la tolerancia, aceptación y amor hacia todo tipo de cuerpos termina convirtiéndose en un patrón excluyente.
Eso nos indica que todavía estamos lejos de tener espacios donde podamos hablar de manera más abierta, madura y realmente tolerante sobre las diferentes intersecciones en las que vivimos, espacios en los que todos podamos reflexionar sobre cómo lograr vidas más plenas y saludables que verdaderamente nos hagan sentir bien con nosotros mismos y con los demás.
Trata tu cuerpo como si fuera tu templo
La filosofía taoísta siempre ha promovido la idea de que nuestro cuerpo es nuestro templo. Eso significa que debemos aceptarlo y amarlo. Sin duda. Pero también que debemos cuidarlo y prestarle atención para mantenerlo en la mejor forma posible.
Por supuesto, no podemos influir en todos los aspectos de nuestro físico. A fin de cuentas, el paso del tiempo es inexorable y deja huellas en todos. Sin embargo, existen aspectos que podemos cambiar, no para amoldarnos a una norma estética, sino para acercarnos a esa máxima romana olvidada: mens sana in corpore sano.
La obesidad no es un problema estético, basta pensar en la famosa Venus de Willendorf, algunos cuadros de Tiziano o las excelentes pinturas de Botero. La obesidad es un problema de salud. Existen tropecientos estudios científicos que indican que resta años y calidad de vida mientras aumenta el riesgo de sufrir desde enfermedades cardiovasculares y diabetes hasta algunos tipos de cáncer, trastornos renales y hepáticos e incluso depresión.
Así como los cuerpos anoréxicos no son saludables, tampoco lo son aquellos obesos. Si no somos capaces de diferenciar entre estética y salud, tenemos un problema como sociedad. Y si ni siquiera podemos hablar de ello sin convertirnos en el enemigo público número uno de colectivos aparentemente inclusivos que resultan particularmente excluyentes, tenemos un problema aún mayor.
Amar nuestro cuerpo no puede convertirse en una excusa para no cuidarlo, decirnos que somos perfectos y que no tenemos que hacer nada más. Esos mensajes simplistas pueden convertirse en una cámara de eco para algunas personas, que podrían usarlos como excusa para no salir de su zona de confort y replicar estilos de vida que no son saludables ni beneficiosos para ellas mismas. Y eso se aleja mucho del amor y el cuidado que deberíamos profesarnos.
El amor propio no es autocomplaciente, sino honesto. No es dañino, sino que motiva el autocuidado. Implica autoaceptación y respeto hacia uno mismo, de manera que nuestra apariencia física no nos haga sentir mal. Pero también implica preguntarnos qué podemos hacer para cuidar nuestra salud emocional y física. No se trata de seguir mandamientos estéticos, sino de aplicar el sentido común.
Desde esa perspectiva, el simple mensaje “ama tu cuerpo” podría convertirse en “ama y cuida tu cuerpo” mientras que la frase “acéptate como eres” podría transformarse en “acéptate como eres, pero esfuérzate por crecer cada día”. El objetivo es lograr nuestra mejor versión con total libertad, para sentirnos estupendamente por dentro y por fuera.
Deja una respuesta