El amor implica una extraña dualidad: son dos personas que se convierten en una manteniendo su identidad. Cuando una de las dos personas se deja absorber, el amor deja de ser una fuente enriquecedora para convertirse en una dependencia emocional.
Sin embargo, a menudo las personas adoptan una actitud posesiva que les lleva a querer cambiar al otro. En muchas relaciones, esas cosas que antes resultaban atractivas, luego dejan de serlo. Las cosas que os unieron son las que ahora os separan.
El miedo a la pérdida es el principal enemigo del amor
Sin duda, el miedo a la pérdida es el principal enemigo del amor. Apenas conseguimos algo que creemos valioso, nos atenaza el miedo a perderlo y, como resultado, dejamos de pensar con claridad, dejamos que las emociones tomen el mando y los celos se desbocan. Entonces aparece la posesividad y queremos cambiar al otro para mantenerlo “atado en corto”.
Cualidades como la extroversión y la sensualidad, por ejemplo, pueden ser muy atractivas en el momento de buscar pareja pero más tarde pueden ser peligrosas ya que le facilitan a esa persona conocer más gente o que otros se fijen en él/ella. El miedo a perder a la persona amada hace que el otro quiera cambiarla y adopte comportamientos posesivos que a la larga terminan asfixiando la relación.
Es algo que no solo se aprecia en las relaciones de pareja sino también en las relaciones de amistad o incluso en las relaciones entre padres e hijos.
Sin embargo, esa posesividad implica cortarle las alas a la persona que amamos, con lo cual lastramos su futuro y le impedimos desarrollar al máximo sus potencialidades. De esta forma, en vez de ser el viento que le ayude a levantar el vuelo, nos convertimos en el obstáculo en su pista. Obviamente, nadie necesita un “amor” así en su vida.
¿Cómo es el amor verdadero y maduro?
“El amor no es esencialmente una relación con una persona específica; es una actitud, una orientación del carácter que determina el tipo de relación de una persona con el mundo como totalidad, no con un ‘objeto’ amoroso. Si una persona ama sólo a otra y es indiferente al resto de sus semejantes, su amor no es amor, sino una relación simbiótica, o un egotismo ampliado. Sin embargo, la mayoría de la gente supone que el amor está constituido por el objeto, no por la facultad (…) No comprenden que el amor es una actividad, un poder del alma”, explicó Erich Fromm refiriéndose al amor maduro.
Básicamente, quería decir que amar es como pintar. Si deseamos pintar bien, primero debemos aprender el arte, debemos aprender a mover el pincel sobre el lienzo. Más tarde, cuando encontremos el objeto que deseamos pintar, todo fluye con naturalidad y el resultado es excepcional. Esto significa que el amor maduro es una actitud que primero debemos desarrollar hacia nosotros mismos y solo después, hacia otra persona.
Por eso, en el fondo, el amor siempre debe implicar una aceptación plena donde los miedos y las ataduras no tienen cabida. El amor maduro, ya sea hacia la pareja, un hijo o un amigo:
1. Acepta el pasado sin juzgar, porque comprende que el pasado te ha convertido en la persona que eres hoy, la persona que amas. Y también asume que es imposible cambiarlo, por lo que no tiene sentido que se interponga en vuestra relación. Cuando una persona critica constantemente el pasado de otra, es porque intenta dominarla y humillarla, no la ama plenamente sino que existe una parte de ella que no acepta.
2. Acepta el presente sin querer cambiarlo, porque comprende que el mayor regalo que podemos hacerle a la persona amada es dejar que sea ella misma. En esa aceptación plena el otro se siente a gusto, comprende que puede mostrarse tal cual es, por lo que se logra una auténtica conexión. Al contrario, las críticas constantes hacen que esa persona se cierre, pensando que no es lo suficientemente buena, lo cual termina creando una barrera en la relación.
3. Asume el futuro sin intentar limitarlo, simplemente porque es feliz cada vez que la otra persona da un paso adelante. El amor maduro quiere, sobre todas las cosas, la felicidad del otro, mientras que el amor infantil solo desea alimentar de manera egoísta la felicidad personal. Por eso el amor maduro siempre crea las condiciones para el crecimiento de ambas personas mientras que el amor infantil hace que los dos empequeñezcan.
Por supuesto, esa aceptación plena no significa que ambos no trabajen para mejorar y que no tengan que cambiar algunas cosas para adaptarse al otro, pero ese cambio no puede ser impuesto sino que debe brotar del interior, de un deseo auténtico de mejorar para conectar mejor con la persona que queremos, pero siempre sin perder nuestra identidad ni renunciar a las cosas que nos hacen sentir vivos.
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