“Tengo ansiedad todos los días. No puedo concentrarme. No logro dormir. Siempre creo que está a punto de suceder algo terrible”, es el testimonio de una persona que sufre ansiedad, pero sus palabras reflejan la realidad que viven millones de personas en todo el mundo. De hecho, se estima que aproximadamente el 5% de las personas sufren ansiedad generalizada, aunque más del 10% padecen fobias específicas y alrededor de un 3,5% tienen ataques de pánico.
¿Cómo comienza la ansiedad?
Los primeros síntomas de la ansiedad suelen ser leves y a menudo pasan desapercibidos. La persona empieza a sentirse más irritable y preocupada que de costumbre. Le cuesta dormir. La angustia y el miedo la mantienen despierta hasta que los ojos se cierran por el cansancio.
En ese periodo también aparecen algunos síntomas físicos, como la tensión muscular, el dolor de cabeza emocional, las dificultades para tragar, los mareos o incluso una desagradable niebla mental. También comienzan a aparecer los pensamientos recurrentes, generalmente de contenido catastrofista, que vaticinan los peores escenarios posibles.
Sin embargo, la mayoría de las personas no suelen dar importancia a estos síntomas de la ansiedad. Piensan que desaparecerán por sí solos o que son una condición temporal debido a una época particularmente estresante de la vida. En algunos casos, el punto culminante de esos síntomas suele ser el ataque de pánico.
Para muchas personas, el ataque de pánico es la voz de alarma de la ansiedad, la señal de que ya no pueden seguir ignorando el problema. Si en ese preciso instante no se busca ayuda, la ansiedad seguirá creciendo, estrujándolo todo a su paso, convirtiéndose en una acompañante perenne, día tras día.
¿Un ataque de pánico puede durar días?
El ataque de pánico es un episodio tan intenso que normalmente alcanza su punto máximo en diez minutos y remite casi por completo en media hora. Durante un ataque de pánico los niveles de adrenalina en el cuerpo prácticamente se duplican, de manera que la persona experimenta taquicardias por ansiedad y dificultades para respirar.
La hiperventilación suele causar confusión, desorientación y mareos. Se experimenta una sensación de angustia inmensa y pérdida de control. Tras esta embestida emocional, el cuerpo intentará recuperar sus niveles basales, aunque puede necesitar un poco de tiempo antes de que todos los parámetros fisiológicos vuelvan a la normalidad. Por eso, es normal que después de haber sufrido un ataque de pánico, la persona se sienta agotada, tanto a nivel físico como mental.
Eso significa que los ataques de pánico son episodios súbitos de corta duración. En cambio, la ansiedad puede durar todo el día. Un estudio realizado en el Institution La Doctrine Chrétienne de Estrasburgo reveló de manera gráfica las diferencias en la duración de ambos trastornos:
Vale aclarar que la ansiedad generalizada, experimentada un día tras otro, también llega a ser agotadora. De hecho, las personas con ansiedad viven en un estado de alerta constante, como si les fuera a pasar algo terrible en cualquier momento. Los pensamientos catastrofistas y los miedos se presentan de las maneras más diversas y en los momentos más inesperados para dejarles casi completamente paralizados.
Para una persona con ansiedad, cualquier situación es potencialmente peligrosa. Eso le genera un desgaste físico y emocional tremendo. La ansiedad afecta su concentración y no le permite descansar lo suficiente. La persona se siente sobrepasada a cada paso y no sabe qué hacer para controlar esa sensación de angustia y aprensión. Por tanto, cuando la ansiedad dura todo el día, termina siendo extremadamente debilitante.
¿Es normal tener ansiedad todos los días?
No es normal tener ansiedad todos los días. La ansiedad puede ser una respuesta puntual en ciertas situaciones que generan miedo o angustia, pero cuando se convierte en la norma está indicando la existencia de un trastorno psicológico. Las personas que se sienten ansiosas a diario sufren un trastorno de ansiedad generalizada. En este tipo de ansiedad la preocupación es un elemento clave, además de ser el síntoma cognitivo más característico.
Los pensamientos intrusivos y catastrofistas diferencian la ansiedad generalizada de los ataques de pánico y son el factor que alimenta la sensación de zozobra, angustia y aprensión que refieren esas personas.
La ansiedad, por tanto, es el resultado de esas preocupaciones incesantes, de las ideas e imágenes que alimentan los miedos. El problema suele ser que, al mirar al pasado, no es fácil encontrar la gota que colmó el vaso. No siempre resulta fácil localizar la causa o el factor desencadenante porque la ansiedad suele ir creciendo paulatinamente, alimentándose de todas nuestras preocupaciones, inseguridades, problemas y miedos.
De hecho, no solo es el resultado de los factores estresantes que hemos vivido sino también de nuestros estilos de afrontamiento o nuestra capacidad/incapacidad para lidiar con la incertidumbre. Las personas más sensibles, aquellas con tendencia al perfeccionismo y las más controladoras tienen un riesgo mayor de desarrollar ansiedad generalizada en algún momento de sus vidas.
Las estrategias evitativas, por ejemplo, también aumentan el riesgo de experimentar ansiedad todos los días. Si nos damos cuenta de que un pensamiento o situación nos genera ansiedad, nuestro primer impulso será evitarlo. Sin embargo, debido al efecto rebote esos pensamientos llaman aún más nuestra atención. Se convierten en pensamientos intrusivos, de manera que no solo generan emociones intensas y desagradables sino también una sensación de falta de control que acrecienta la ansiedad.
En cualquier caso, incluso las personas que sufren ansiedad generalizada, no la experimentan absolutamente todos los días. En los “periodos buenos”, cuando las cosas van bien, la ansiedad puede dar un respiro – aunque sea breve. Sin embargo, es importante que las personas no bajen la guardia y no abandonen el tratamiento porque si no se resuelven las causas de la ansiedad, cuando los síntomas vuelvan serán más intensos.
De hecho, la buena noticia es que la ansiedad tiene tratamiento. No hay que resignarse a vivir con esos síntomas todos los días de la vida. La mala noticia es que la ansiedad no suele desaparecer sola, de manera que puede extenderse durante meses o años, así que es mejor buscar ayuda especializada para curar la ansiedad.
Fuente:
Borza, L. (2017) Cognitive-behavioral therapy for generalized anxiety. Dialogues in Clinical Neuroscience; 19(2): 203-208.
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