
Alguna vez te ha pasado que, después de semanas de estrés, te sientas a trabajar y simplemente… sientes que no puedes más. Miras la pantalla o el informe y las palabras parecen jeroglíficos incomprensibles. Los correos se apilan, las tareas esperan, pero dentro de ti solo hay un vacío.
En otras ocasiones ese apagón emocional se produce en medio de una reunión con amigos o familiares. De repente, te sientes desconectado. Todo sigue su curso: las risas, las conversaciones, las anécdotas… pero tú ya no estás ahí y lo ves todo desde una rara distancia.
Como un interruptor que se activa cuando hay sobretensión, tu mente también puede bloquearse repentinamente si las emociones te abruman, dejándote desconectado y en la “oscuridad”. Tus “fusibles emocionales” se funden, hundiéndote en un estado de apatía, indiferencia y desinterés, incapaz de conectar contigo mismo y con el mundo que te rodea porque las emociones y sentimientos, que normalmente actúan como una brújula, prácticamente han desaparecido.
¿Qué es un apagón emocional exactamente?
El apagón emocional es un mecanismo de defensa que activa el cerebro cuando está tan saturado de emociones, estrés o información que decide desconectarse para no sufrir un colapso total. Por tanto, se trata de un estado temporal de desconexión o entumecimiento emocional, a menudo provocado por situaciones percibidas como abrumadoras y difíciles de gestionar. Básicamente, es como si el centro de procesamiento emocional de tu cerebro decidiera tomarse unas vacaciones para no derrumbarse por completo.
Síntomas: ¿cómo saber si tu cerebro ya ha activado el sistema de seguridad?
El apagón emocional no implica solo estar triste o cansado, te sientes como si hubieras bajado el volumen de tu vida al mínimo. Y es mucho más común de lo que cabría pensar. Algunas señales de que podrías estar pasando por ese estado son:
- Todo te da igual. Lo que antes te emocionaba, ahora te parece tan atractivo como un brócoli hervido sin sal. Nada te entusiasma ni te apasiona, estás asentado en la apatía más total. Te sientes entumecido emocionalmente, como si estuvieras mirando tu vida a través de una niebla densa que te impide percibir y disfrutar de los matices.
- Reacciones con delay. No importa si te están contando el chiste más gracioso del mundo o si te acabas de enterar que tienes que trabajar todo el fin de semana, tu reacción es la misma que la de una estatua de cera. Es como si todo lo que te ocurre pasara a través de un filtro de amortiguación emocional.
- Vas en piloto automático. Te levantas, trabajas, comes, duermes y… vuelta a empezar. Tu repertorio de frases se reduce a lo básico: “sí”, “no”, “ah, claro”, “ya veo”. Simplemente dejas de vivir y te limitas a sobrevivir siguiendo adelante con las tareas mínimas imprescindibles.
- Tu batería social está agotada. No es que odies a la gente o que te hayas convertido en un ermitaño, es que simplemente no puedes ni te apetece esforzarte por responder con entusiasmo. Tu energía social está en mínimos y tus relaciones se resienten porque perciben tu actitud como una falta de interés o incluso indiferencia.
- Desconexión total. El apagón emocional se caracteriza por una desvinculación casi total con tus sentimientos. No solo te desconectas del mundo, sino también de ti mismo, por lo que comienzas a verte como un completo desconocido, con una sensación de extrañeza y despersonalización.
Cuando las emociones se difuminan: ¿Por qué se produce el apagón emocional?
Los desencadenantes del apagón emocional son tan únicos como las huellas dactilares. Para algunas personas puede ser una discusión acalorada que las ha llevado al límite. Para otras, puede ser la acumulación de pequeños factores estresantes.
No obstante, como norma general el estrés y el trauma son los principales desencadenantes del apagón emocional. De hecho, los estudios han comprobado que suele ser una respuesta en los cuidadores agotados que tienen a su cargo a otras personas, así como en quienes han vivido experiencias traumáticas. Otra investigación desarrollada en la Universidad de Columbia Británica también apuntó que incluso puede producirse en personas que se ven desbordadas por el estrés cotidiano.
Por tanto, el apagón emocional puede entenderse como una especie de botón de emergencia que el cerebro usa para evitar un cortocircuito emocional en toda regla. Si tu cerebro está trabajando constantemente en un estado de alerta máxima – porque siempre funcionas al 110% – es normal que tarde o temprano, ceda.
En el fondo, tu cerebro solo quiere protegerte y decide que la mejor forma de hacerlo es ponerse en “modo ahorro de energía”. Entonces reduce la intensidad de las emociones para que no te derrumbes por completo. No puede cortar el flujo de estímulos que provienen del exterior, pero amortigua su interpretación haciendo que los centros de análisis emocional sean menos reactivos.
Las consecuencias de vivir en “modo economía de sentimientos”
A corto plazo, el apagón emocional podría parecer hasta útil: menos estrés, menos drama, más tranquilidad. Pero a largo plazo, puedes terminar desconectándote de tu universo interior y de todo lo que te hacía feliz, convirtiéndote en un espectador distante de tu propia vida.
También es habitual que pierdas interés en las interacciones. De hecho, las relaciones suelen ser las que se llevan la peor parte en un apagón emocional porque es difícil conectar con los demás cuando te sientes desconectado de ti mismo.
En ese estado, las interacciones sociales pueden resultar más intimidantes que escalar un acantilado sin equipo de seguridad, por lo que es probable que evites situaciones o personas que antes te agradaban. El problema es que los demás suelen interpretar ese estado como desinterés, lo que suele dar pie a malentendidos y conflictos.
Por otra parte, ese estado de anhedonia también afecta el rendimiento. La concentración se convierte en un lujo que no puedes permitirte y la productividad se desploma. Puede que te descubras con la mirada perdida, sin recordar lo que acabas de hacer hace un minuto o lo que te proponías hacer al minuto siguiente.
Cuando pasas mucho tiempo en ese estado, es habitual que aparezca la fatiga, haciendo que incluso las tareas más sencillas parezcan más complicadas que escalar el Everest. Puedes sentirte como si estuvieras intentando navegar por un mar desconocido con la brújula rota ya que has perdido las emociones que te orientaban.
Cómo evitar que tu cerebro se “apague” sin avisar
- Aprende a reconocer las señales de extenuación. Si sientes que estás a punto de desmoronarte, tómatelo como una señal de que necesitas un respiro o de que debes realizar algún cambio importante en tu día a día. No esperes a llegar al punto en que tu cerebro necesita desconectarse como mecanismo de último recurso.
- Identifica tus desencadenantes emocionales. Se trata de situaciones, personas o incluso pensamientos que te llevan al límite y empeoran tu estado emocional. No siempre es fácil detectarlos, por lo que puedes llevar un diario que te ayude a descubrir esos patrones, de manera que te sirva como una alerta temprana para evitar los tsunamis emocionales que desencadenan.
- Crea un plan de crisis. ¿Qué harás cuando sientas que estás llegando al límite? ¿Qué técnicas usarás? ¿Cómo te relajarás? Reconocer las señales de alarma y los desencadenantes emocionales sirve de poco si no tienes un plan sólido para afrontar lo que te ocurre. Tener claro qué te ayuda a relajarte y reconectar contigo mismo será tu salvavidas para evitar el apagón emocional.
- Aplica técnicas de gestión del estrés y regulación emocional. Prácticas como la meditación consciente, los ejercicios de respiración profunda o la relajación muscular progresiva evitarán que llegues al punto de no retorno. También serán útiles para que te sintonices más con tu mundo interior, de manera que el mundo exterior no parezca tan amenazante.
¿Y si ya estás en pleno apagón emocional?
No te preocupes, todos hemos pasado por etapas en las que nos sentimos desconectados de todo y de todos. Lo primero es no juzgarte por ello. Tu cerebro no está siendo “vago”, solo está intentando protegerte. Prueba estas estrategias:
- Autocuidado inmediato. Cuando sientas que la «oscuridad» se acerca, en vez se seguir adelante a como dé lugar, haciendo caso omiso de lo que te ocurre, haz un alto y presta atención a tu niño interior. Trátate como si fueras un pequeño asustado. Respira profundo, busca un espacio tranquilo y recuerda que esto también pasará. Será como darte un abrazo cálido y reconfortante desde dentro.
- Busca algo que te permita reconectar. Todos tenemos algo que nos emociona, incluso en los momentos más grises de la vida. Escucha música, mira una película que te guste o haz algo que te haga reír. De hecho, el humor es una excelente estrategia para aliviar tensiones y reencontrar placer en las pequeñas cosas.
- Habla (o escribe). Sacar lo que llevas dentro, aunque al principio parezca que no tenga mucho sentido, te ayudará a reconectar contigo mismo. Puedes hablar con alguien de confianza que no te juzgue o escribir lo que estás viviendo. Poner en palabras lo que te ocurre te ayudará a procesar esas emociones y superar esa etapa, porque te permitirá verlo todo con mayor claridad y perspectiva.
- Haz cosas diferentes. La rutina mata la chispa, incluso en las personas con más energía y vitalidad. Romper la monotonía introduciendo pequeños cambios en tu día a día podría ser todo lo que necesitas para volver a reconectar con el placer de la vida.
En resumen, el apagón emocional es como un reset forzoso de tu sistema operativo afectivo. No es ideal, pero a veces es necesario. Obviamente, no es el fin del mundo, pero tampoco es un sitio donde querrás quedarte durante mucho tiempo. Así que la próxima vez que sientas que estás a punto de desconectarte, trátate con más amabilidad y baja el ritmo. Resintonizar con tus necesidades y pasiones te ayudará a recuperar la versión en color y alta definición de tu vida.
Referencias Bibliográficas:
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