En “Alicia en el país de las maravillas”, la protagonista cae por un agujero mientras persigue a un conejo blanco y, en su intento de alcanzarlo, debe cambiar de tamaño varias veces. En cierto punto, se pregunta: “¿quién diablos soy yo?”. Su perplejidad con lo que está ocurriendo y la enajenación de sí misma puede hacer resonancia en nosotros ya que vivimos en un mundo en constante cambio que nos obliga a adaptarnos una y otra vez, de manera que encontrar nuestro verdadero “yo”, ese que nos garantiza una voz única, puede ser todo un desafío.
Curiosamente, cuanto más nos empuja el mundo en una u otra dirección, más resuena la palabra autenticidad. Sin embargo, su uso se ha prostituido, convirtiéndose en un término tan popular como incomprendido y a menudo malinterpretado, llegando incluso a usarse como excusa para justificar la grosería o la falta de empatía pensando que ser auténticos es decir lo primero que nos pasa por la cabeza o hacer lo que se nos ocurra. Obviamente, la autenticidad va mucho más allá, de manera que si queremos ser auténticos en una sociedad cuyos mecanismos nos impulsan a convertirnos en clones, debemos comprender su significado.
¿Qué significa autenticidad? La brecha filosófica entre la persona y la sociedad
La mayoría de los filósofos modernos han concebido la autenticidad como una especie de individualidad. Karl Jaspers escribió que la autenticidad “es lo más profundo en contraposición con lo superficial […] aquello que dura en contraste con lo momentáneo, lo que ha crecido y se ha desarrollado con la persona en comparación con lo que se ha limitado a aceptar o imitar”.
Søren Kierkegaard seguía una línea de pensamiento similar. Creía que ser auténtico significaba romper con las limitaciones culturales y sociales para vivir a nuestra manera, siendo fieles a nosotros mismos. Una idea que también defendió Friedrich Nietzsche cuando dijo que “ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser dueño de uno mismo”.
Martin Heidegger, en cambio, pensaba que la autenticidad es aceptar lo que somos aquí y ahora, siendo capaces al mismo tiempo de estar a la altura de nuestro potencial futuro. Por tanto, su perspectiva de la autenticidad no implicaba un “yo” inmanente y permanente sino más bien un proceso de crecimiento interior.
Jean-Paul Sartre fue un paso más allá al postular que tenemos la libertad de interpretarnos a nosotros mismos y a nuestras experiencias. Este filósofo creía que vivir auténticamente implicaba reconocer que tenemos que inventar nuestra identidad a través de nuestras decisiones y acciones. “Quien es auténtico, asume la responsabilidad por ser lo que es y se reconoce libre de ser quien es”, escribió. Por tanto, ser auténtico es un acto deliberado de construcción personal.
Aunque con diferentes matices, todos estos filósofos coincidían en que la autenticidad reside en nuestro interior y solo podemos alcanzarla cuando somos fieles a esos valores, a menudo contrapuestos con lo que se espera socialmente de nosotros. Por tanto, establecieron una especie de antagonismo entre lo auténtico y lo social, una brecha que la Psicología ahondó diferenciando entre los mandatos internos y las normas externas.
La personalidad ¿auténtica?
La mayoría de los psicólogos han coincidido con el significado de autenticidad de los filósofos. Carl Gustav Jung, por ejemplo, afirmó en una frase sobre la autenticidad que “el privilegio de toda una vida es convertirte en lo que realmente eres”. De esta forma, se ha transmitido la idea de que la autenticidad es una especie de diamante en bruto oculto en nuestro interior que debemos descubrir.
Siguiendo esa estela de pensamiento se han establecido una serie de características psicológicas que definen a las personas auténticas. La primera condición es haber desarrollado un nivel de autoconocimiento elevado que les permita saber quiénes son y qué quieren hacer con su vida.
La persona auténtica se conoce bien. A través de un ejercicio de introspección, intenta formarse una idea lo más fiel posible de sí misma, no recurre al autoengaño ni intenta distorsionar quién es sino que acepta sus luces y sombras.
Sin embargo, no basta con conocerse, hay que expresar esa autenticidad de forma congruente. De hecho, un estudio llevado a cabo en la Wake Forest University reveló que las personas más auténticas, tanto las extravertidas como las introvertidas, se sienten cómodas compartiendo sus ideas y emociones. Esas personas se guían fundamentalmente por su voz interior, de manera que evitan “fingir” o ser “falsos” solo para complacer a los demás.
Desde esta perspectiva, para ser auténticos no basta con conocernos bien, debemos ser lo suficientemente coherentes como para expresar ese mundo interior, manteniéndonos fieles a nuestras ideas, valores y principios, pero también a nuestros sentimientos, pasiones e ilusiones. Por tanto, debemos estar permanentemente en contacto con nosotros mismos porque si perdemos el vínculo con esa esencia, no podremos expresarla.
Sin embargo, el concepto de autenticidad se desdobla en una multiplicidad de significados cuando lo comprendemos como una sensación y un sentimiento de carácter profundamente personal. Entonces se desliga como por arte de magia de sus contradicciones y se despoja de su revestimiento abstracto y complejo para convertirse en algo que podemos tocar y practicar cada día.
¿Qué nos hace sentir auténticos?
La idea de que todos tenemos un “yo verdadero” que se esconde detrás de uno falso, de manera que solo tenemos que descubrirlo y expresarlo, suena muy romántica, pero en realidad no es tan sencillo.
En un mundo cada vez más líquido que nos demanda una adaptación constante, las antiguas definiciones de autenticidad quedan desfasadas. Erich Fromm propuso un concepto diferente. Creía que cualquier tipo de comportamiento, incluso aquellos en sintonía con las costumbres sociales, puede ser auténtico, siempre que sea el resultado de un proceso de comprensión personal que implique la aprobación y no una simple conformidad.
Por tanto, ser auténtico no significa necesariamente ir contracorriente. Podemos ser auténticos incluso cuando hacemos lo mismo que los demás, siempre que ese comportamiento nazca de una profunda convicción personal. Al enfocarse en la unidad, Fromm rechaza la idea de Sartre y otros filósofos que equiparaban la autenticidad a la libertad absoluta para moverla al campo de la coherencia entre pensamiento, emoción y comportamiento.
En esa misma longitud de onda se mueve la teoría de la autoverificación del psicólogo William Swann, según la cual sentimos que somos auténticos cuando percibimos que quienes nos rodean nos evalúan como lo hacemos nosotros mismos. O sea, cuando la imagen que los demás tienen de nosotros coincide con la imagen que nos hemos formado de nosotros mismos.
Un grupo de psicólogos de la Universidad de California han seguido esa estela dando un paso más allá al calificar la autenticidad como un sentimiento que experimentamos cuando lo que hacemos se alinea con nuestro “yo”.
En una serie de experimentos, descubrieron que las personas se sentían auténticas cuando fluían en lo que hacían, ya fuera un trabajo, una actividad de ocio o cualquier otra tarea. Y cuanto más fluían, más auténticos se percibían.
En cambio, cuando la tarea se convertía en una montaña cuesta arriba y perdían la concentración, dejaban de fluir y se sentían más falsos. Por tanto, en la práctica la autenticidad entronca con el concepto de flujo. Desde esta novedosa perspectiva, no es necesario saber exactamente cuál es nuestro “verdadero yo”. Si sentimos que algo es auténtico, lo será.
Y esa sensación no proviene de un profundo conocimiento interior sino más bien de un estado de conexión, fluidez y coherencia. Por tanto, la autenticidad no está tan vinculada a ese “yo” único y monolítico al que debemos ser fieles a toda costa sino más bien de una sensación de cohesión entre lo interno y lo externo. Eso significa que ya no tenemos que luchar contra el mundo para expresar ese “yo” auténtico sino todo lo contrario, tomar nota de las circunstancias para fluir con ellas siguiendo nuestra voz interior.
La difícil misión de ser auténticos en un mundo cambiante
El significado de autenticidad desde el punto de vista etimológico nos da una pista para lograr ese cometido. Derivada de la palabra autentikós, de authentéo, significa tanto tener autoridad como “actuar por uno mismo”. Por tanto, la autenticidad no es una iluminación, sino que se expresa a través de lo que hacemos cuando nos dejamos guiar por nuestra voz interna.
Cuando estamos atravesando un mar de cambios, buscar ese “yo auténtico” puede hacer que nos sintamos como Alicia en el País de las Maravillas. Un buen punto de partida consiste en enfocarnos en lograr ese estado de flujo y evitar los conflictos internos.
Esa sensación de fluidez – que no significa la ausencia de obstáculos, sino la convicción de que lo estamos haciendo lo mejor posible, dando lo mejor de nosotros en ese momento – puede ser la brújula que nos guíe hacia la autenticidad.
Eso significa que ser auténticos no es convertirnos en kamikazes de la verdad ni dejarnos llevar por los impulsos, sino expresar nuestros pensamientos, sentimientos y deseos de la mejor manera posible en las circunstancias en las que nos encontramos, de manera que ello nos genere una profunda sensación de satisfacción interior.
Ser auténticos no es aferrarse a un “yo” con características inmutables sino estar convencidos de lo que hacemos, aunque eso también implique cambiar. De hecho, la autenticidad no es un concepto invariable sino la expresión de un “yo” en continua transformación que se busca y construye a sí mismo a través de lo que hace, piensa y siente.
Como dijera William James: “busca esa cualidad especial que te hace sentir más vivo, que llega junto a una voz interior que te dice: ‘este es tu verdadero yo’, y cuando la hayas encontrado, síguela”. Así de fácil.
Referencias Bibliográficas:
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Hicks, J. A. (2019) Introduction to the Special Issue: Authenticity: Novel Insights Into a Valued, Yet Elusive, Concept. Review of General Psychology; 23(1): 10.1177.
Chen S. (2019) Authenticity in context: Being true to working selves. Review of General Psychology; 23: 60–72.
Fleeson, W. & Wilt, J. (2010) The Relevance of Big Five Trait Content in Behavior to Subjective Authenticity: Do High Levels of Within-Person Behavioral Variability Undermine or Enable Authenticity Achievement? Journal of Personality; 78(4): 1353-1382.
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