En el otro extremo de la tan controvertida adicción sexual se halla la aversión al sexo. Un trastorno bastante común, sobre todo entre las mujeres. Aunque es difícil hablar de cifras definitivas, se estima que alrededor del 10% de los hombres lo sufre mientras que entre las féminas las cifras son más variables, se hace referencia a un 30% o un 51%.
La aversión sexual se caracteriza por el rechazo o la evitación al contacto sexual genital con la pareja, que provoca un fuerte malestar y dificulta las relaciones entre ambos, lo cual no es difícil de suponer.
La persona que lo padece experimenta una fuerte ansiedad o miedo al intentar la relación sexual. Esta aprensión normalmente se centra en algún aspecto concreto de la relación sexual. En ocasiones basta pensar en la penetración para que se desencadene el pánico (si el afectado es un hombre también puede experimentar miedo ante la perspectiva de penetrar a su pareja). Otras veces el factor desencadenante pueden ser las secreciones genitales, el contacto físico o simplemente un beso…
Si la persona afectada vive en pareja usualmente tiende a evitar todo tipo de situaciones que considere incitadoras de un encuentro sexual. Así, se ponen en marcha las estrategias más diversas para sortear al otro, sobre todo en los momentos en que suponen que existe un riesgo mayor: las personas tienden a ausentarse de casa, descuidan el aspecto físico para no resultar atractivos, se acuestan pronto (o muy tarde si la pareja lo hace temprano), se implican excesivamente en actividades laborales, sociales o familiares… Todo vale para huir de la proximidad del otro que se percibe como peligroso.
El trastorno, tal como sucede en las fobias, suele despertar diversos síntomas neurovegetativos: sudoración, palpitaciones, mareos, desmayos, náuseas… Sin embargo, a diferencia de lo que suele ocurrir en la mayoría de las fobias; la persona que tiene aversión al sexo se siente más ansiosa al imaginar la situación temida que cuando la vive.
Por supuesto, no todos los casos tienen las mismas características, se pueden distinguir diversas formas clínicas: aversión con deseo, aversión como estadio final de la falta de deseo o aversión como consecuencia de un trastorno de excitación.
A veces, su origen radica en la excesiva presión ejercida por la pareja que, con su conducta, favorece la evitación sexual del otro, la pérdida del hábito y del ritmo sexual y, consecuentemente, desaparece el deseo. En este caso sería un trastorno adquirido pero también puede evidenciarse la aversión sexual experimentada por toda la vida.
Algunos especialistas asumen que la aversión al sexo es un miedo eminentemente irracional sin embargo, son muchos los factores predisponentes o precipitantes como para concluir que la aversión al sexo no tiene una causa real y objetiva.
Entre los factores predisponentes sobresalen: educación moral muy rígida, información sexual muy escasa e inadecuada que da lugar a creencias erróneas relacionadas con la sexualidad y experiencias traumáticas como maltratos o violaciones que generalmente provienen de la infancia.
Entre los factores precipitantes del trastorno se encuentran: experiencias sexuales traumáticas (no necesariamente relacionadas con la violencia o violaciones), disfunciones sexuales previas (dispareunia o disfunción eréctil) o problemas de pareja (infidelidades o expectativas irreales).
El tratamiento para combatir este trastorno se centra en suprimir la causa de la disfunción. La terapia conductual es bastante usual, privilegiándose la técnica de desensibilización sistemática. También suele ser común la reestructuración cognitiva de manera que la persona aprende a reinterpretar sus creencias erróneas sobre la sexualidad. En casos extremos se llega a utilizar la terapia medicamentosa.
Fuentes:
Mateu, L. & Cabello, F. (2007) Introducción a la Sexología Clínica. Madrid: Elsevier.
(2002) DSM-IV-TR. Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. Barcelona: Masson.
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