Hay una ayuda que nos ayuda, de verdad, que nos saca del atolladero en el que nos hemos metido más o menos conscientemente y nos impide tocar fondo emocionalmente. Y hay otra ayuda que no ayuda, que puede hundirnos todavía más, aunque parezca paradójico o difícil de entender. Diferenciar la una de la otra nos permitirá buscar y dar la ayuda correcta.
Los 3 tipos de ayudas que no ayudan
1. Ayuda impuesta o anticipada
Sí, existe una ayuda impuesta desde fuera, una ayuda no solicitada que, si bien puede ir acompañada de buenas intenciones, no siempre brinda buenos frutos. Para que la ayuda sea eficaz y desarrolladora es importante que la persona reconozca que tiene un problema y que necesita una mano para solucionarlo.
Sin la conciencia del problema, es bastante probable que la ayuda que brindemos caiga en saco roto. Ese tipo de ayuda puntual puede servir para tapar un agujero, pero no evitará que se formen nuevos y más grandes.
Reconocer que tenemos un problema y que necesitamos ayuda para lidiar con él implica que hemos reflexionado sobre nuestras circunstancias y que hemos realizado un proceso de introspección sobre nuestros recursos psicológicos. A veces, evitar que la persona pase por este proceso brindando una ayuda anticipada, implica arrebatarle una parte esencial del aprendizaje, sin la cual, es fácil volver a tropezar con la misma piedra.
2. Ayuda excesiva o limitante
Sí, también puede existir una ayuda excesiva. La ayuda es excesiva cuando resulta limitante, cuando en vez de facilitar el desarrollo de la persona lo coarta. Los padres helicóptero, por ejemplo, que intentan anticiparse a todos los problemas de sus hijos y resolverlos en su lugar, brindan una ayuda excesiva que termina siendo limitante.
La ayuda es excesiva cuando va más allá de lo necesario y, a fuerza de restar peso de los hombros del otro, también borra la responsabilidad de la persona con la situación que atraviesa y con su propio crecimiento. A menudo esta ayuda implica ver a los demás como si fueran niños vulnerables e incapaces de valerse por sí solos, viéndose a sí mismo como un “salvador”.
Esta ayuda es limitante porque, por una parte, impide a la persona desarrollar sus propias habilidades para solucionar los conflictos y problemas y, por otra parte, le impide asumir la responsabilidad por sus decisiones.
3. Ayuda descontextualizada
En toda situación de ayuda están involucradas al menos dos personas, lo cual significa que la ayuda siempre implica un proceso de “negociación” más o menos explícito. Una persona experimenta una necesidad o carencia y otra intenta ayudarle a suplirla. El problema es que en ocasiones la persona que intenta ayudar no comprende – o no quiere comprender – cuál es la mejor manera de ayudar.
En la ayuda descontextualizada, la persona que necesita una mano está preparada para recibir y aprovechar la ayuda, pero quien no está preparada para ayudar es precisamente la persona que debe dar esa mano. Así, esta persona termina brindando una ayuda innecesaria que no soluciona el problema.
En muchos casos detrás de este tipo de ayuda se esconde la idea de que el otro en realidad no sabe lo que necesita, de manera que la persona no hace lo que le han pedido sino otra cosa. Por ejemplo, una hija pide a su madre que la ayude a encontrar empresas de catering para su boda, pero la madre decide ir un paso más allá y contrata una empresa por su cuenta. De esta manera, no solo no ha ayudado sino que ha creado un problema porque si a la pareja no le gusta, tendrán que rescindir el contrato, lo cual se añade a una lista de tareas que ya era lo suficientemente larga.
Las 5 condiciones para que la ayuda realmente ayude
- La ayuda que hace reflexionar. La ayuda realmente valiosa es aquella que nos hace reflexionar sobre el problema, para buscar sus causas, aprender la lección y no volver a cometer los mismos errores. No es un “echar en cara”sino un proceso de análisis maduro que nos permita crecer.
- La ayuda que desarrolla. Ayudar no es dar un pescado a un hombre cuando tiene hambre, sino enseñarle a pescar. Por eso, la ayuda beneficiosa es aquella que nos permite desarrollar nuestras habilidades o aprender algo nuevo.
- La ayuda que tiene en cuenta la individualidad. La ayuda que ayuda tiene en cuenta al otro, se pone en su lugar e intenta comprender cuál es la mejor manera de darle una mano, según sus características y circunstancias.
- La ayuda que llega en el momento justo. Ni demasiado temprano ni demasiado tarde, la ayuda más eficaz es aquella que llega en el momento justo, de manera que podamos valorarla en toda su amplitud.
- La ayuda que empodera. Cuando alguien resuelve los problemas en nuestro lugar, aunque nos quite un peso de encima, nos quedará el sabor de la incapacidad en boca. La ayuda valiosa, al contrario, nos empodera e insufla confianza ya que es un proceso a través del cual crecemos y asumimos un papel activo en la solución.
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