
Imagina entrar en una habitación donde no solo está permitido gritar, sino que es casi “obligatorio”. Suena extraño, pero así es como funciona la terapia primal, un método desarrollado en los años 1960 por el psicólogo Arthur Janov. Esta terapia se basa en la idea de que muchos de nuestros traumas emocionales se almacenan en el cuerpo y que, para sanar, necesitamos “regresar” a esos momentos dolorosos y liberar las emociones reprimidas.
Janov animaba a sus pacientes a gritar, llorar o incluso golpear almohadas como una forma de conectar y sanar esas heridas del pasado. Aunque puede sonar intenso, quienes lo han probado describen la experiencia como profundamente liberadora. Es como si gritar les permitiera sacar todo el peso emocional que llevaban dentro y, por fin, respirar más ligeros.
Aunque en la actualidad dicha terapia prácticamente no se utiliza, su lugar lo han ocupado las salas de la ira, espacios seguros donde las personas pueden gritar a pleno pulmón y desahogarse golpeando sacos de boxeo o rompiendo cosas.
Lo cierto es que en una sociedad donde el estrés y la represión emocional son el pan de cada día, de vez en cuando es normal que sintamos la necesidad de gritar. En esos casos, soltar un grito a pleno pulmón puede ser una poderosa herramienta para reencontrar el equilibrio psicológico. Y es que gritar tiene un gran impacto en nuestro cuerpo y, en algunos casos, incluso puede ser una experiencia catártica que nos ayude a reconectar con nuestras emociones más auténticas.
¿Por qué reprimimos la necesidad de gritar?
Desde pequeños nos han enseñado que no debemos gritar, que es de mala educación o incluso grosero. «No grites«. «Baja la voz«. «Controla tus emociones«. Estas frases, aunque bienintencionadas y necesarias para vivir en sociedad, nos llevan a internalizar la idea de que expresar intensamente nuestras emociones es algo negativo.
Por otra parte, también solemos pensar que gritar es sinónimo de falta de autocontrol. En la escuela, en el trabajo, en la vida en sociedad, el silencio es sinónimo de madurez y respeto. Sin embargo, reprimir la necesidad de gritar puede tener un costo emocional. Cuando acumulamos ira, frustración o tristeza sin darles salida, esas emociones pueden manifestarse de otras formas, como ansiedad, estrés crónico o incluso problemas físicos.
El grito, en cambio, es una respuesta instintiva y primaria. Es una forma de comunicación que va más allá de las palabras, un sonido visceral que surge cuando las emociones nos desbordan. Y aunque no es una solución definitiva a nuestros problemas, puede ser un mecanismo de liberación temporal que nos ayude a resetear nuestro estado emocional.
El grito como descarga emocional
A lo largo del día acumulamos un sinfín de tensiones: el jefe que pide «solo una cosita más» cuando ya deberíamos estar en casa, el tráfico interminable, los mensajes sin responder, la cola infinita en el supermercado…
Nuestro cuerpo responde a estas situaciones activando el sistema nervioso simpático, que es el responsable de la respuesta de lucha o huida. Ese sistema libera adrenalina y cortisol, las hormonas del estrés que nos preparan para actuar. Sin embargo, en la mayoría de los casos no podemos pelear ni huir, por lo que simplemente nos tragamos la frustración. ¿El resultado? Estrés acumulado, músculos tensos y una mente agotada.
En cambio, gritar nos permite canalizar y liberar instintivamente toda esa energía reprimida. De hecho, no es casual que, cuando estamos al borde del colapso, sintamos el impulso de gritar. Es el cuerpo pidiendo una válvula de escape.
Los beneficios de gritar: más allá de liberar tensiones
Gritar no es solo una forma de liberar la tensión física, también tiene beneficios psicológicos significativos. De hecho, activa una serie de procesos neurofisiológicos que ejercen un impacto directo en el estado de ánimo.
Cuando experimentamos emociones intensas como la ira o el miedo, el sistema límbico, la parte del cerebro responsable de las emociones, se activa, generando una cascada de respuestas físicas, como la liberación de adrenalina, una hormona que nos prepara para la acción tensando los músculos, incluidos los de las cuerdas vocales. Esa es la razón por la que cuando estamos enfadados o asustados, elevamos el volumen de la voz sin darnos cuenta.
Gritar tiene un efecto regulador sobre el sistema nervioso. El nervio vago, que interviene en la relajación y la calma, se activa cuando gritamos. Además, gritar libera endorfinas, las famosas “hormonas de la felicidad”, que nos hacen sentir más tranquilos y empoderados.
Esto explica por qué, después de gritar, muchas personas experimentan una sensación de alivio, lo mismo que ocurre después de llorar. El ritmo cardíaco se ralentiza, la presión arterial disminuye y el cuerpo sale del estado de «lucha o huida» que caracteriza al estrés agudo.
Cuando liberamos nuestras emociones de manera intensa, el cuerpo interpreta que hemos «resuelto» la situación, lo que disminuye la respuesta al estrés. Obviamente, eso no significa que gritar solucione nuestros problemas, pero puede aliviar temporalmente la ansiedad y la tensión acumuladas.
Por otra parte, el grito puede ser una experiencia extremadamente catártica, es decir, una forma de purgar las emociones reprimidas. Cuando gritamos, externalizamos lo que sentimos, lo que nos ayuda a procesar mejor nuestros sentimientos. Es como abrir una válvula de presión: el exceso de emociones negativas sale, dejando espacio para la calma.
Y no debemos olvidar que en un mundo que muchas veces nos obliga a usar máscaras sociales y seguir reglas férreas, gritar puede ser una forma de reconectar con nuestras emociones más auténticas. Es un recordatorio de que somos seres emocionales, no robots, y que está bien sentir y expresar lo que nos pasa. Por tanto, incluso puede ayudarnos a conectar con nosotros mismos.
¿Gritar? ¡SÍ!, pero con conciencia
Obviamente, la idea no es convertir el grito en un hábito diario ni usarlo como única estrategia para afrontar el estrés y los problemas. Mucho menos incluirlo como forma de comunicación con los demás. De hecho, si sientes que necesitas gritar con frecuencia o notas que tus emociones te desbordan, puede ser útil buscar apoyo psicológico.
Sin embargo, en momentos puntuales, gritar puede ser justo lo que necesitamos para resetear nuestra mente y cuerpo. En un mundo que nos pide constantemente que nos contengamos, permitirnos gritar de vez en cuando puede ser un recordatorio poderoso de que está bien no estar bien, y que expresar nuestras emociones nos hace humanos.
Así que, si un día sientes la necesidad de gritar para soltar lo que llevas dentro, busca el lugar adecuado y permítete hacerlo.
Referencias Bibliográficas:
Takarada, Y. & Nozaki, D. (2022) Shouting strengthens voluntary force during sustained maximal effort through enhancement of motor system state via motor commands. Sci Rep; 12(1):16182.
Beaurenaut, M. et. Al. (2020) The ‘Threat of Scream’ paradigm: a tool for studying sustained physiological and subjective anxiety. Sci Rep; 10(1): 12496.
Pagnutti, S. (2015) The therapeutic benefits of yelling. Bachelor of Science in Psychology: Laurentian University of Sudbury.
Deja una respuesta