Nadie quiere sentir dolor – a menos que sea masoquista. Ya sea a nivel físico o emocional, el dolor es una sensación molesta que deseamos erradicar cuanto antes para reencontrar nuestro equilibrio y volver a sentirnos bien. Sin embargo, por muy incómodo que nos resulte, a veces no podemos escapar de su influjo. En esos casos, cuando nos sentimos mal, conviene recordar la función y los beneficios del dolor.
El dolor no solo nos alerta, también nos protege
El dolor puede presentarse de muchas formas. A veces es ser ligero y apenas perceptible, pero en otras ocasiones puede ser realmente intenso. Puede concentrarse en un punto del cuerpo o inundarnos el alma, hasta arrebatarnos prácticamente el oxígeno psicológico. Sin embargo, es importante comprender la función del dolor.
A nivel físico, el dolor cumple una tarea importante: protegernos. De hecho, es un sistema de señales nerviosas que se origina en los tejidos, órganos o zonas dañadas y viaja hasta el cerebro para indicarnos que algo no anda bien y avisarnos de que debemos tomar medidas.
Ese mecanismo natural activa diferentes reflejos y reacciones para ponernos en alerta ante el peligro. Una contractura muscular, por ejemplo, evitaría que usemos una articulación dañada. Sin embargo, investigadores de la Universidad de Harvard comprobaron que el dolor no solo es una señal de malestar para que prestemos atención, sino que también cumple una función protectora.
Los nervios del dolor en el intestino de los animales regulan la producción de “moco protector”, pero durante los estados de inflamación y dolor estimulan a las células intestinales para que liberaran una mayor cantidad. Los científicos comprobaron que en los animales en los que este mecanismo natural funcionaba mejor, respondían de manera más intensa ante el dolor y no desarrollaban disbiosis. Eso significa que el dolor estimula los recursos protectores del organismo.
A nivel emocional, el dolor también cumple esa doble función. Por una parte, nos alerta que algo nos está dañando y, por otra, nos empuja a protegernos de lo que nos afecta. De hecho, el dolor suele provocar miedo y ansiedad para activar las respuestas de escape, evitación y otro tipo de conductas adaptativas que son esenciales para nuestra supervivencia.
No es casual que muchas de las zonas del cerebro relacionadas con el procesamiento del dolor también sean las encargadas de procesar las emociones negativas. Eso significa que el dolor emocional o físico cumple una misión importante en nuestra vida: alertarnos y protegernos, por lo que aunque sea desagradable, no deberíamos verlo como nuestro enemigo.
Los 3 beneficios del dolor emocional y físico que debes recordar cuando no te sientas bien
Cuando estás sufriendo, puedes sentir que vives en una dimensión paralela. Avanzas porque tienes que hacerlo, pero todo te cuesta infinitamente más. El tiempo pasa más lento y todo se tiñe de gris. Es como si la vida se hiciera cuesta arriba. Sin embargo, en medio de todo eso, es posible seguir aprendiendo y crecer, aunque no te des cuenta en un primer momento.
1. Refuerza las relaciones que realmente valen la pena
El dolor te deja en una posición de vulnerabilidad, por lo que es probable que necesites la ayuda y cercanía de alguien. Entonces descubres quiénes son tus verdaderos amigos, esas personas que se quedan a tu lado. Cuando llegan los momentos difíciles, descubres quién se queda para apoyarte y ayudarte y quién, en cambio, se aleja.
Descubrir que personas en quien contabas en realidad no forman parte de tu red de apoyo puede ser decepcionante, pero esa experiencia te permitirá ver tus relaciones bajo su verdadera luz. También podrás notar mejor a las personas maravillosas que se quedan para apoyarte, de manera que podrás dedicar más energía a cultivar esas relaciones que realmente valen la pena.
Desde esa perspectiva, una experiencia dolorosa puede servir para quitarte la venda de los ojos. También te ayudará a convertirte en una persona con más empatía, alguien más amable, sensible y comprometido con quienes realmente cuentan ya que eres más consciente de la importancia de esa red de apoyo.
2. Aprendes a relativizar y dar a cada cosa el lugar que merece
Uno de los “regalos” más inesperados del dolor es que aporta claridad vital. Cuando te sientes bien, las pequeñas preocupaciones y contratiempos del día a día te engullen. Te preocupas por todo, sientes que nada es suficiente y le das mil vueltas a decisiones insignificantes. Sin embargo, el dolor tiene el poder de poner cada cosa en su lugar.
El dolor tiene una manera peculiar de reordenar las prioridades, de manera que de repente te das cuenta de lo insignificantes que eran aquellas pequeñas preocupaciones. Por supuesto, no es que los problemas se esfumen, es que las cosas pequeñas pierden relevancia y aprendes a distinguir entre lo que merece tu atención y lo que no es urgente ni significativo.
Al concentrarte en lo esencial, es probable que las discusiones sin sentido desaparezcan o que los problemas triviales que consumían tu tiempo y energía queden sepultados en el olvido. El dolor hace que todo eso pase a un segundo plano. Así aprendes a fijar tu atención en lo que realmente importa y marca la diferencia, por lo que cuando salgas de esa situación dolorosa, podrás encarar la vida con una actitud más equilibrada y serena, sin tanto estrés inútil.
3. Te vuelve más resiliente y seguro de ti mismo
El dolor te conecta con la parte más cruda y real de la vida. Cuando pasas por una experiencia difícil, empiezas a entender que todo no es un camino de rosas y valoras más los momentos positivos. De hecho, el dolor actúa como uno de los “coaches” más duros y efectivos de la vida.
En medio del sufrimiento, cuando parece que todo se derrumba, emerge una capacidad que desconocías: la resiliencia. Esas situaciones te obligan a sacar fuerzas de donde no hay para seguir adelante y, aunque puede ser una experiencia muy dura, también te demuestra que tienes una enorme capacidad para adaptarte, recuperarte y continuar, incluso cuando pensabas que ya no podías más.
Aunque al principio el dolor puede ser paralizante y todo parece demasiado abrumador, demasiado complicado, demasiado todo, cuando comienzas a tomar control sobre las pequeñas cosas y vas dando pequeños pasos, desarrollas la autoeficacia. Aprendes que, por muy difícil que sea, puedes lidiar con lo que venga. Aprendes que puedes caerte, pero que también tienes la fuerza para levantarte. A la larga, eso genera una gran confianza en ti mismo, que te preparará para afrontar otras situaciones adversas en la vida.
Cuando el dolor comienza a disiparse, te das cuenta de que has cambiado. El “yo” que ha entrado en la tormenta no es el mismo que sale de ella. Ahora tienes más herramientas, más confianza en tus recursos internos y más fe en tu capacidad para adaptarte. Esta transformación no ocurre de la noche a la mañana, y muchas veces es un camino sembrado de espinas, pero es probable que cuando la mires en retrospectiva, te des cuenta de que el dolor, aunque incómodo y amargo, te hizo más fuerte.
Referencias Bibliográficas:
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Becker, S. et. Al. (2018) Emotional and Motivational Pain Processing: Current State of Knowledge and Perspectives in Translational Research.Pain Res Manag; 5457870.
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