
El miedo a los animales está creciendo. Y no es porque los animales se hayan vuelto más agresivos. La razón es otra y se encuentra en nosotros: nos estamos alejando cada vez más de la naturaleza. En la actualidad, alrededor del 56 % de la población mundial vive en ciudades y se espera que la población urbana aumentará a más del doble para 2050, momento en el cual casi 7 de cada 10 personas vivirán en zonas urbanas. Ese cambio en nuestro entorno no solo influye en nuestra forma de vida, hábitos y costumbres, sino que también está produciendo otro efecto colateral mucho más curioso: un incremento de la biofobia.
¿Qué es la biofobia? Su significado etimológico y psicológico
La palabra biofobia proviene de los vocablos griegos “bios” (βίος), cuyo significado es vida, y “fobia” (φόβος), que significa temor y horror. Por tanto, se trata de una respuesta aversiva, como el miedo y el disgusto, que algunas personas muestran hacia algunos estímulos, escenarios o situaciones naturales. En los casos más extremos puede convertirse en un miedo irracional que desencadena incluso a ataques de pánico.
De hecho, quienes padecen biofobia suelen tener miedo a algunas especies, como en el caso de la cinofobia (miedo a los perros) o aracnofobia (miedo a las arañas). No obstante, van un paso más allá y desarrollan una aversión general a la naturaleza porque la perciben como peligrosa, lo cual termina generando una necesidad de protegerse recurriendo a la tecnología y otras construcciones humanas para mantenerse a salvo de los elementos del mundo natural.
Por supuesto, cabe aclarar que el miedo a los animales puede ser útil y, de hecho, necesario en algunas circunstancias. Pero la biofobia conduce a una angustia y ansiedad excesivas que, a su vez, hace que las personas eviten las interacciones con la naturaleza.
La aversión al mundo natural
Investigadores de la Universidad de Turku, en Finlandia, analizaron las búsquedas de información en Internet durante las dos últimas décadas. Detectaron un aumento del interés por las biofobias, dentro de la cual incluyeron el miedo a los animales. En cambio, el interés por las fobias generales se mantuvo constante a lo largo de todos los años.
Aunque no se trata de un análisis epidemiológico tradicional, es bastante probable que las personas que buscan ese tipo de información en Internet estén intentando comprender qué les sucede, evaluar la magnitud de su problema y encontrar mecanismos para afrontarlo.
Tras analizar 25 fobias específicas relacionadas con los animales, comprobaron que las consultas sobre 17 de ellas aumentaron exponencialmente. La aracnofobia, el miedo a las arañas, fue la que más creció, seguida de la fobia a las serpientes (ofidofobia). No obstante, entre las principales búsquedas también se encuentra la aversión a los microbios (misofobia) y a los parásitos (parasitofobia).
En los países anglosajones (Estados Unidos, Reino Unido, Australia y Canadá) fue donde más preocupación se detectó por este tipo de fobias. Los investigadores encontraron una asociación clara con los elevados porcentajes de población urbana. Concluyeron que “hay una mayor prevalencia en países con poblaciones urbanas establecidas desde hace tiempo”.
Los investigadores están convencidos de que la urbanización generalizada está conduciendo a una pérdida de experiencias con el medio natural, lo cual está aumentando la prevalencia de un miedo a los animales de carácter completamente irracional. De hecho, el estudio también detectó miedos irracionales a las flores, probablemente porque atraen a insectos que pueden picarnos o incluso a los bosques.
El círculo vicioso de la biofobia
El miedo a los animales y la biofobia parecen ser más comunes en personas que no han tenido una conexión directa con la naturaleza ya que probablemente han nacido y crecido en las ciudades. Su estilo de vida urbanita ha hecho que sea muy improbable tener incidentes con animales, lo cual puede generar ese miedo irracional.
Estas personas no serían capaces de distinguir las amenazas concretas que representa el entorno natural de aquellas que es bastante improbable que se produzcan, por lo que pueden terminar desarrollando un rechazo generalizado hacia la naturaleza y un profundo miedo a los animales.
Investigadores de la Universidad de Tokio también analizaron este fenómeno y constataron que estamos cayendo en lo que denominaron “el círculo vicioso de la biofobia”. Esos sentimientos de miedo y aversión generalizados son los principales impulsores del comportamiento de evitación, que conduce a las personas a rechazar el contacto con la naturaleza.
A largo plazo, esos comportamientos contribuyen a reducir cada vez más la experiencia directa con la naturaleza. Esta extinción de la experiencia da como resultado una mayor desconexión con lo natural, lo que probablemente conduce a un aumento de la biofobia y el miedo a los animales, que luego se perpetúa, refuerza y prolifera más ampliamente en la sociedad.
Obviamente, romper con la naturaleza tiene todo tipo de consecuencias, no solo para la salud física sino también para la salud mental e incluso para el propio ecosistema. “El miedo y el disgusto que experimentan las personas con este tipo de fobias no solo afecta a su propio bienestar, sino también a cómo perciben y apoyan la preservación de la naturaleza en su entorno”, indicaron estos investigadores.
Referencias Bibliográficas:
Correia, R. A. & Mammola, S. (2023) The searchscape of fear: A global analysis of internet search trends for biophobias. People and Nature; 10.1002: 3.10497.
Soga, M. et. Al. (2023) The vicious cycle of biophobia. Trends in Ecology and Evolution; 38(6): 512-520.
Deja una respuesta