(Oak Park, Illinois, 1902-La Jolla, California, 1987) Psicopedagogo estadounidense, famoso por su método de psicoterapia no directiva para esquizofrénicos.
Carl Rogers se crio en un hogar caracterizado por estrechos lazos familiares, en una atmósfera ética y religiosa muy estricta e intransigente, que se sintetizaba en la veneración del trabajo arduo. Fue el cuarto de seis hijos. Sus padres se preocuparon mucho por ellos y su bienestar constituía el objeto de su constante esfuerzo. También controlaban estrictamente su conducta de muchas maneras sutiles y afectuosas. Ellos daban por sentado, y Rogers lo aceptaba, que eran diferentes de otras personas; nada de bebidas alcohólicas, ni bailes, juegos o espectáculos, muy poca vida social y mucho trabajo. Pasaban ratos agradables en familia, pero no estaban siempre juntos, de manera que fue un niño bastante solitario, que leía incesantemente y que al terminar los estudios escolares sólo había salido en con chicas en dos oportunidades.
Cuando Carl Rogers cumplió doce años, sus padres compraron una granja e instalaron allí su hogar. Hubo dos razones para hacerlo: su padre, que se había convertido en un próspero hombre de negocios, deseaba hallar un pasatiempo, pero más importante fue el hecho de que sus padres consideraran necesario alejar a los adolescentes de la familia de las tentaciones de la vida suburbana.
En la granja, Rogers desarrolló dos intereses que quizás hayan orientado el rumbo de su trabajo posterior. Quedó fascinado por las gigantescas mariposas nocturnas (estaban en boga los libros de Gene Stratton-Porter) y se convirtió en una autoridad sobre las exuberantes Luna, Polyphemus, Cecropia y otras mariposas que habitaban los bosques. Laboriosamente crio mariposas en cautiverio, cuidó las orugas, guardó los capullos durante largos meses de invierno y, en general, conoció algunas de las alegrías y frustraciones del científico que intenta observar la naturaleza.
Su padre estaba decidido a administrar su nueva granja con un criterio científico, y con este objeto compró muchos libros sobre agricultura. Estimuló a sus hijos a emprender operaciones independientes y provechosas por cuenta propia, y sus hermanos y él cuidaron pollos, y en algún momento criaron ovejas, cerdos y terneros. De esta manera se convirtió en un estudioso de la agricultura científica, y sólo en años recientes comprendió que aquello le ayudó a adquirir una idea básica sobre la ciencia. No había nadie que dijera que Feeds and Feeding de Morrison no era un libro para un muchacho de catorce años, de modo que recorrió sus cientos de paginas, aprendiendo a planificar experimentos, a comparar grupos de control con grupos experimentales, a mantener constantes las condiciones de experimentación mediante procedimientos de selección al azar, para poder determinar la influencia de un determinado alimento sobre la producción de leche o carne. Comprendió cuán difícil es verificar una hipótesis y así aprendió a conocer y respetar los métodos científicos en un campo de esfuerzos prácticos.
Educación universitaria y de postgrado
Carl Rogers inició sus estudios universitarios en Wisconsin, en el campo de la agricultura. Una de las cosas que más le impresionó fue la vehemencia con que un profesor de agronomía se refería al aprendizaje y al empleo de los datos empíricos: destacaba la inutilidad de los conocimientos enciclopédicos en sí mismos.
Durante los dos primeros años en la universidad su objetivo profesional cambió, y a consecuencia de algunas conferencias religiosas que tuvieron en él una inmensa resonancia emocional, perdió el interés por la agricultura científica para decidirse por el ministerio sacerdotal. Dejó la agricultura y comenzó a estudiar Historia, por considerarla una preparación más adecuada.
Durante su penúltimo año en la universidad fue elegido entre una docena de estudiantes para participar en una conferencia internacional de la Federación Cristiana Estudiantil Mundial que se realizaría en China. Esta fue una experiencia muy importante para él. La conferencia se llevó a cabo en 1922, cuatro años después del fin de la Primera Guerra Mundial. Observó de esta forma cuán amargamente se seguían odiando franceses y alemanes, a pesar de que como individuos parecían muy agradables. Se vio obligado a ampliar su pensamiento y admitir que personas muy sinceras y honestas pueden creer en doctrinas religiosas muy diferentes. Se emancipó en ciertos aspectos del pensamiento religioso de sus padres, y comprendió que ya no podía estar de acuerdo con ellos. Esta independencia de pensamiento causó gran dolor y tirantez en sus relaciones, pero al considerar esa situación desde un punto de vista retrospectivo pensó que en ese momento, más que en ningún otro, se convirtió en una persona independiente. Naturalmente había un importante elemento de revuelta y rebelión en su actitud durante ese período; pero la ruptura fundamental se produjo durante los seis meses de ausencia por el viaje a Oriente y, en consecuencia, fue elaborada lejos de la influencia del hogar.
Un elemento de gran importancia en su vida personal fue que en la época de su viaje a China se enamoró de una muchacha adorable a quien conocía desde su infancia. No bien terminó la universidad obtuvo el consentimiento de sus padres, otorgado a regañadientes, y se casaron inmediatamente, de modo que pudieron asistir juntos a la escuela de graduados. Su amor y su constante compañerismo durante todos esos años fueron un factor sumamente importante y enriquecedor en su vida. Decidió prepararse para el trabajo religioso asistiendo al Union Theological Seminary, el más liberal del país en esa época. Jamás lamentó los dos años que pasó allí. Estuvo en contacto con grandes eruditos y maestros, en particular con el doctor A. C. Mc Giffert, quien creía devotamente en la libertad de inquirir y esforzarse por hallar la verdad.
Cuando conoció las universidades y escuelas para graduados, sus reglamentos y rigideces se sintió realmente asombrado de una experiencia significativa que vivió en la Unión. Un grupo de ellos sintió que las ideas les llegaban ya elaboradas, cuando en realidad deseaban explorar sus propias dudas e incertidumbres, para descubrir hacia dónde les llevarían. Solicitaron permiso para dirigir su propio seminario y pidieron que se le reconociera puntaje académico: sería un seminario sin instructor, y el plan de estudios estaría integrado por sus propios interrogantes. Las autoridades se manifestaron comprensiblemente perplejas ante su solicitud, pero les concedieron lo que pidieron. La única restricción que les impusieron fue que, por razones reglamentarias, un auxiliar docente joven estaría presente en el seminario, pero no participaría en las discusiones a menos que lo solicitaran.
Este seminario constituyó una experiencia particularmente rica y esclarecedora. Le impulsó durante un buen trecho del camino que había de recorrer hasta desarrollar su propia filosofía de la vida. La mayoría de aquel grupo, al buscar las respuestas a sus propias preguntas, las encontraron fuera del ámbito religioso, que finalmente abandonaron. Él fue uno de ellos. Sintió que quizá siempre le interesarían las preguntas relacionadas con el sentido de la vida y también la posibilidad de lograr un mejoramiento de índole constructiva de la vida individual, pero no podía trabajar en un campo en el que se veía obligado a creer en una doctrina religiosa determinada. Sus creencias se habían modificado radicalmente y podían seguir cambiando. Le parecía horrible tener que profesar una serie de creencias para poder permanecer en una profesión. Quería encontrar un ámbito en el cual pudiera tener la seguridad de que nada limitaría su libertad de pensamiento.
Cómo se convirtió en psicólogo
En el Union se había sentido atraído por los cursos y conferencias sobre Psicología y Psiquiatría, que en esa época comenzaban a desarrollarse. Muchas personas contribuyeron a despertar su interés, entre ellas Goodwin Watson, Harrison Elliot y Marian Kenworthy. Comenzó a asistir a más cursos en el Teachers’ College, de la Universidad de Columbia, que estaba situado frente al Union Seminary. Inició un curso sobre filosofía de la educación dictado por William H. Kilpatrick, quien resultó un gran maestro. Comenzó sus prácticas clínicas con niños, bajo la supervisión de Leta Hollingworth, una persona sensible y práctica. Pronto se encontró dedicado a la orientación infantil de manera tal que, gradualmente y con muy pocos esfuerzos de reajuste, se estableció en ese campo y comenzó a pensar en sí mismo como psicólogo clínico. Fue un paso dado suavemente y con poca conciencia de la elección que hacía: simplemente se dedicó a las actividades que le interesaban.
Mientras estaba en el Teachers’ College solicitó y obtuvo una beca o internado en el entonces flamante Institute for Child Guidance (Instituto de Orientación Infantil), patrocinada por el Commonwealth Fond. Muchas veces agradeció el hecho de haber estado allí durante el primer año de su existencia. La organización se encontraba en un estado caótico, pero esto no significaba que cada uno de ellos podía hacer lo que quisiera. Se familiarizó con los enfoques freudianos dinámicos de los profesores, entre los que estaban David Levy y Lawson Lowey, y descubrió que entraban en conflicto con el punto de vista estadístico riguroso, científico y fríamente objetivo entonces prevalente en el Teachers’ College. Cuando lo recordaba pensaba que su necesidad de resolver ese conflicto fue una experiencia de inestimable valor. En aquel momento sentía que se hallaba situado en dos mundos distintos, y que «ambos jamás se encontrarían».
Hacia el fin del internado, se vio en la necesidad de obtener un empleo para mantener a su creciente familia, aunque todavía no hubiera concluido su doctorado. Los puestos no abundaban, y por ello sintió gran alivio y alegría al encontrar uno. Fue empleado como psicólogo en el Child Study Department (Departamento de Estudios Infantiles) de la Society for the Prevention of Cruelty to Children (Sociedad para la Protección de la Infancia contra la crueldad ), en Rochester, Nueva York. En ese departamento había tres psicólogos, y su sueldo era de 2900 dólares anuales.
La razón por la cual Rogers se sintió tan complacido era que tuvo la oportunidad de realizar el trabajo que él quería. En esa oportunidad no pensó que se trataba prácticamente de un callejón sin salida en su carrera profesional, que no podría establecer contactos con otros profesionales, y que el sueldo no era bueno siquiera en relación con la época. Creyó que si hallaba una oportunidad de hacer lo que más le interesaba, todo lo demás se solucionaría por sí solo.
Los años en Rochester
Los doce años siguientes que pasó en Rochester fueron muy valiosos para C. R. Rogers. Durante los ocho primeros, por lo menos, estuvo completamente dedicado a la prestación de servicios psicológicos prácticos, diagnosticando y planeando en su trabajo con niños delincuentes y desvalidos que les enviaban los tribunales y entidades; y en muchos casos haciendo «entrevistas terapéuticas». Fue un período de relativo aislamiento profesional, durante el cual su única preocupación fue tratar de ser más eficaz con sus clientes.
Tenían que seguir viviendo con sus fracasos así como con sus triunfos, de modo que se vieron forzados a aprender. Había un único criterio para evaluar cualquier método que emplearan para tratar a esas criaturas y a sus padres; el criterio era: «¿Funciona?» «¿Es eficaz?». Pronto descubrió que estaba comenzando a formular sus propios puntos de vista a partir de su experiencia diaria.
Durante su formación le habían fascinado los trabajos del doctor William Healy, que indicaban que la delincuencia a menudo se basa en conflictos sexuales, y que si se lograba hacer aflorar estos últimos, la conducta delictiva podía desaparecer. Durante su primer o segundo año en Rochester realizó un trabajo muy arduo con un joven piromaníaco que manifestaba un impulso incendiario incontenible. Entrevistándolo día tras día en su lugar de reclusión, descubrió gradualmente que tras su deseo se ocultaba un impulso sexual relacionado con la masturbación. El caso entonces estaba resuelto para Rogers. No obstante, al ser puesto en libertad condicional el joven reincidió.
Esto provocó un gran impacto en él. Pensaba entonces que Healy podía estar equivocado. Quizás Rogers estaba aprendiendo algo que Healy ignoraba. De alguna manera, este incidente le sugirió la posibilidad de que existieran errores en las enseñanzas de las autoridades y le hizo pensar que aún quedaban conocimientos por descubrir.
Un segundo descubrimiento de C. Rogers, ingenuo también, fue de otra naturaleza. Poco tiempo después de su llegada a Rochester coordinó un grupo de análisis sobre entrevistas. Descubrió una publicación que contenía una entrevista con un progenitor, transcrita casi palabra por palabra, en la cual el entrevistado se mostraba hábil, perspicaz e inteligente, y rápidamente llevaba la conversación al núcleo del problema. Se alegró de poder usarla como ejemplo de una buena técnica.
Varios años después, ante un caso semejante, C. Rogers recordó aquel excelente material. Cuando lo halló y volvió a leerlo se sintió espantado. Le pareció ahora un astuto interrogatorio judicial, en el cual el entrevistador culpaba al progenitor por sus motivaciones inconscientes, hasta obtener de él la confesión de su delito. Su experiencia ya le había enseñado que no era posible esperar beneficios duraderos para el padre ni para el hijo de entrevistas de este tipo. Entonces fue cuando comprendió que se estaba alejando de cualquier enfoque coercitivo o agresivo en las relaciones clínicas; no por motivos filosóficos, sino porque tales enfoques nunca pasaban de ser sólo superficialmente eficaces.
El tercer hecho le sucedió a C. Rogers varios años más tarde. Ya había aprendido a ser más sutil y perseverante al interpretar la conducta de un paciente, y a regular la aparición del material, para no inspirar rechazo. Había estado trabajando con una madre muy inteligente, cuyo hijo era una especie de demonio. El problema se relacionaba claramente con el rechazo que ella había sentido por él en épocas tempranas, pero durante muchas entrevistas no logró Rogers ayudarla a comprender esto. Indagó sus antecedentes, y con toda delicadeza reunió los elementos de juicio surgidos; trató de presentárselos de manera que ella lograra comprender la situación, pero no pudieron avanzar.
Por último se declaró vencido. Rogers le comunicó su opinión de que si bien ambos habían realizado los mayores esfuerzos, habían fracasado, de modo que lo más conveniente era suspender la relación. Ella se manifestó estar acuerdo con esto. Concluyeron la entrevista, se estrecharon la mano, y entonces la paciente de Rogers se dirigió hacia la puerta del consultorio. Una vez allí, se volvió y le preguntó: » ¿Se ocupa usted de asesorar a adultos?» Cuando Rogers le respondiera afirmativamente, dijo: «Bien, entonces quisiera solicitar su ayuda». Regresó a la silla que acababa de abandonar y comenzó a verter amargas quejas sobre su matrimonio, los problemas que experimentaba en la relación con su esposo, su sentimiento de fracaso y confusión; en síntesis, un material muy diferente de la estéril » historia clínica » que hasta ese momento había presentado. Sólo entonces comenzó la verdadera terapia que, por otra parte, resultó muy exitosa.
Este incidente fue sólo uno de los tantos que le permitieron a C. Rogers experimentar el hecho, que sólo más tarde comprendería, de que es el cliente quien sabe qué es lo que le afecta, hacia dónde dirigirse, cuáles son sus problemas fundamentales y cuáles sus experiencias olvidadas. Comprendió que, a menos que necesitara demostrar su propia inteligencia y sus conocimientos, lo mejor sería confiar en la dirección que el cliente mismo imprimía al proceso.
¿Psicólogo o qué?
Durante este período C. Rogers comenzó a pensar que, en realidad, no era un psicólogo. En la Universidad de Rochester comprendió que el trabajo que estaba llevando a cabo no era Psicología y que en el Departamento de Psicología nadie se interesaba por sus enseñanzas. Concurrió entonces a las sesiones de la American Psychological Association (Asociación Norteamericana de Psicología) y comprobó que en ellas se exponían trabajos sobre los procesos de aprendizaje de las ratas y experimentos de laboratorio que, al parecer no guardaban relación alguna con lo que él estaba haciendo. Sin embargo, los asistentes sociales psiquiátricos parecían hablar su idioma, de manera que emprendió actividades en ese campo y se relacionó con los organismos locales y nacionales correspondientes. Sólo cuando se creó la American Association for Applied Psychology (Asociación Norteamericana de Psicología Aplicada), empezó a desempeñarse activamente como psicólogo.
Comenzó a trabajar en el Departamento de Sociología de la Universidad, en el que dictó cursos cuyo tema era cómo comprender y tratar a los niños con problemas. Pronto el Departamento de Educación pretendió incluir sus cursos en la categoría de cursos sobre educación. (Antes de que C. Rogers abandonara Rochester, el Departamento de Psicología también solicitó permiso para incorporar sus cursos, aceptándole así como psicólogo). Al describir estas experiencias se advierte cuán empecinadamente siguió C. Rogers sus propias líneas de trabajo, sin preocuparse por el hecho de no trabajar junto con su grupo.
Así, fueron muchos los esfuerzos y luchas que C.R. Rogers tuvo que mantener con algunos miembros del grupo de psiquiatras (en su mayor parte fueron rencillas administrativas) antes de instalar un Centro de Orientación en Rochester.
Sus hijos
Durante los años que C. R. Rogers trabajó en Rochester, transcurrió la infancia de sus hijos – una niña y un varón -, quienes le enseñaron sobre los individuos, su desarrollo y sus relaciones mucho más de lo que podía haberle aportado cualquier aprendizaje profesional. Rogers no creyó haber sido un buen padre durante sus primeros años, pero afortunadamente su esposa fue una excelente madre y, a medida que fue pasando el tiempo, también el mismo Rogers creyó convertirse, poco a poco, en un padre más comprensivo. Sin duda alguna, durante esos años y más tarde, fue para Rogers un incalculable privilegio el hecho de estar en relación con dos niños particularmente sensibles y vivir junto a ellos los placeres y dolores de su niñez, los dogmatismos y dificultades de su adolescencia y, más adelante, la iniciación de su vida de adultos y la constitución de sus propias familias. Uno de los mayores logros de Rogers y su esposa fue poder mantener una real comunicación con sus hijos ya adultos y con sus cónyuges, y que ellos también pudieran hacer lo mismo.
Los años en Ohio
En 1940, C. R. Rogers aceptó un puesto en la Universidad del Estado de Ohio. La única razón por la cual se le otorgó el cargo fue por su libro Clinical Treatment of the Problem Child, escrito durante las vacaciones y algunos breves períodos de licencias. Para su sorpresa, y contrariamente a lo que esperaba, le ofrecieron una cátedra como profesor de dedicación exclusiva. Muchas veces se sentiría C. Rogers agradecido por haber podido evitar el proceso competitivo de los escalafones de las facultades, a menudo tan degradantes, donde con frecuencia, según él, «los individuos aprenden sólo una lección: no meter la nariz en asuntos ajenos».
Al intentar enseñar C. R. Rogers a los graduados de la Universidad de Ohio lo que había aprendido acerca del tratamiento y asesoramiento comenzó a advertir que quizá él ya había desarrollado su propio punto de vista, a partir de su experiencia. Cuando trató de formular algunas de estas ideas y exponerlas en un trabajo que presentó en la Universidad de Minnesota, en Diciembre de 1940, experimentó reacciones muy intensas. Por primera vez comprendió el hecho de que una idea propia, que quizás parezca brillante y llena de potencialidades, puede representar una seria amenaza para otras personas. Al convertirse así en el centro de la crítica y recibir opiniones en favor y en contra, se sintió desconcertado y asaltado por dudas y planteos. Sin embargo, también sabía que tenía elementos que aportar y redactó el manuscrito de Counseling and Psychotherapy, en el que expuso lo que, a su juicio, era una orientación más eficaz de la terapia.
En este punto hay que advertir lo poco que siempre interesó a C. Rogers el hecho de «ser realista». Cuando presentó el manuscrito, el editor lo consideró interesante y original, pero se preguntó en qué cursos se usaría. Entonces Rogers dijo que sólo conocía dos: uno de ellos a su cargo, y el otro en otra universidad. El editor opinó que Rogers cometía un grave error al no escribir un texto que se pudiera adaptar a los cursos existentes. Se mostró muy dubitativo acerca de la posibilidad de vender 2000 ejemplares, cantidad mínima necesaria para cubrir los gastos. Decidió arriesgarse sólo cuando Rogers le anunció que lo propondría a otra editorial. Posteriormente, todos manifestarían una gran sorpresa ante la acogida y venta del libro: se vendieron 70000 ejemplares.
Los años posteriores
Desde ese momento su vida profesional se halla suficientemente documentada en las obras escritas: pasó cinco años en Ohio, doce en la Universidad de Chicago y cuatro en la Universidad de Wisconsin.
C. Rogers aprendió a vivir manteniendo relaciones terapéuticas cada vez más profundas con un creciente número de clientes. Esto fue para él extremadamente gratificante, pero, en ciertas ocasiones constituyó una fuente de inquietud, cuando una persona con una alteración grave pretendía obtener de él más de lo que podía darle, para satisfacer sus necesidades.
También habría de mencionar la importancia cada vez mayor que la investigación adquirió para Rogers. La terapia constituía una experiencia en la que podía abandonarse a su propia subjetividad; la investigación, en cambio, le exigía mantenerse a distancia y tratar de enfocar esa experiencia subjetiva con objetividad y aplicar los métodos científicos. C. R. Rogers, quizás a causa de que el hecho de ser combatido (por sus ideas y método) le resultaba particularmente perturbador, llegó a valorar en gran medida el privilegio de aislarse, estar solo. Así, los períodos más fructíferos de su trabajo son aquellos en los que fue capaz de alejarse por completo de lo que los otros pensaban, de las expectativas profesionales y exigencias diarias y adquirir una perspectiva global de lo que estaba haciendo.
Su esposa y él descubrieron verdaderos refugios en ciertas zonas de México y el Caribe; ahí nadie sabía que era psicólogo, y sus principales actividades consistían en pintar, nadar y capturar el paisaje en fotografías de color.
Fuente: Psicomundo
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