Algunos teóricos históricamente han asumido que blasfemar es una respuesta desadaptativa ante las experiencias dolorosas y que solo contribuye a aumentar el dolor y el estrés emocional pero la realidad siempre se ocupa de deshacer muchas teorías, o al menos así lo demuestra esta investigación.
Se estudiaron un total de 67 estudiantes a los cuales les pidieron que hiciesen dos listas: una con cinco palabras comunes que ellos utilizarían en caso de herirse un dedo con un martillo y otras con cinco palabras que describiesen una mesa.
Posteriormente sumergieron sus manos en agua fría y les pidieron que las mantuvieran en el recipiente el mayor tiempo posible. En un caso les permitieron decir las imprecaciones, en el otro caso solo podían mencionar las palabras que describían la mesa. Los investigadores contaron el tiempo que los estudiantes podían mantener su mano en el agua fría y le pidieron que evaluaran cuanto dolor sentían. ¿Los resultados? Cuando los participantes blasfemaban podían aguantar por más tiempo el dolor e incluso reportaban menos sensibilidad ante el mismo. No obstante, existieron diferencias de género. Las mujeres percibían menos el dolor pero aumentaba su ritmo cardiaco. ¿Por qué? Los investigadores aseveran que las mujeres tienen una reacción más emocional ante el dolor, son más catastrofistas, por esto, aunque lo sientan menos sus reacciones fisiológicas pueden ser mayores mientras que los hombres blasfeman más pero muestran menos emociones ante el dolor y por lo tanto, las reacciones fisiológicas son menores.
Así, imprecar tendría un efecto analgésico en ciertas situaciones. El por qué aún no está muy bien definido aunque los experimentadores adelantan una explicación neuropsicológica: blasfemar no solo induce emociones negativas sino que activaría las zonas más antiguas del cerebro actuando como un gatillo que dispara la reacción de alarma y de lucha, la cual acelera el ritmo cardiaco pero a la vez reduce la sensibilidad ante el dolor.
En fin, que ahora tenemos la excusa para las imprecaciones diarias.
Fuente:
Stephens, R. (2009) Swearing as a response to pain. NeuroReport, 120: 1056-1060.
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