A lo largo de la vida, nos enfrentamos a muchas tormentas: pérdidas dolorosas, fracasos estrepitosos, decepciones que nos dejan maltrechos, crisis que nos zarandean… Cada una de esas situaciones suelen generar un auténtico tsunami emocional marcado por sentimientos como la desesperación o la confusión. Sin embargo, si somos capaces de afrontarlas adecuadamente, esas situaciones caóticas pueden ayudarnos a construir una profunda calma interior.
Las tormentas como catalizadores de la resiliencia y el autoconocimiento
“Se llama calma y me costó muchas tormentas, pero las transitaría mil veces más hasta volverla a encontrar”, dice un poema de Dalai Lama. De hecho, la calma juega un papel protagónico en la filosofía budista, en especial la habilidad para aquietar la mente cuando hay tormenta fuera.
Y es que todos hemos vivido momentos caóticos, días extremadamente complicados y hasta etapas existenciales difíciles que ponen todo patas arriba. Sin embargo, aunque no es fácil, esas circunstancias pueden convertirse en valiosos maestros de vida que apuntalan la resiliencia.
De hecho, ser resilientes no es simplemente recuperarnos, sino ser capaces de afrontar la adversidad con ecuanimidad y salir fortalecidos de esa experiencia. Las tormentas nos ponen a prueba: no solo sacan a relucir nuestras mayores vulnerabilidades, sino que también nos empujan a buscar una fuerza interior que muchas veces no éramos conscientes de poseer.
Cada una de esas tormentas nos ayudará a escribir nuestro “manual de la calma”. Con cada dificultad podemos desarrollar nuevas herramientas psicológicas que nos permitan abordar mejor futuras crisis, lo que nos dará la autoconfianza y seguridad necesarias para seguir adelante.
Durante los tiempos difíciles podemos alcanzar un nivel mayor de autoconocimiento, lo que nos permite poner en su lugar nuestras prioridades. Al enfrentarnos a nuestra vulnerabilidad, ganamos una perspectiva más profunda sobre nuestras verdaderas necesidades y motivaciones. Ese proceso de ganar autoconciencia, aunque doloroso a veces, es crucial para alcanzar la serenidad a largo plazo, esa que emana de la confianza en nosotros mismos.
La auténtica calma mental: el fruto de muchas tormentas
La calma no se alcanza evitando las tormentas, sino capeándolas cuando aparecen y aprendiendo de ellas. Después de atravesar la adversidad, comprendemos que la vida es, en esencia, impredecible. No podemos controlar todo lo que sucede, pero podemos decidir cómo respondemos.
Aprendemos a vivir más en el presente, sin obsesionarnos con todo lo que puede salir mal. Aprendemos a no resistirnos a los cambios, sino a adaptarnos. Como las olas que no se pueden detener, las tormentas de la vida llegarán, pero si dejamos de luchar contra ellas y aprendemos a fluir, la paz llegará de forma más natural.
En este sentido, un estudio realizado en la Universidad de East Anglia descubrió que la manera en que recordamos un evento adverso y cómo nos percibimos a nosotros mismos cuando todo ha pasado, son aspectos claves para determinar si saldremos fortalecidos o, al contrario, desarrollaremos un trauma emocional.
Cada tormenta dejará una marca y una enseñanza, con el tiempo, cada lección puede hacernos más fuertes, equilibrando nuestro baricentro. Por tanto, esa calma profunda y auténtica que tanto deseamos no se consigue meditando dentro de una burbuja de seguridad, sino viviendo. Es el resultado de aceptar nuestras emociones, aprender de nuestras experiencias y, sobre todo, de saber que somos capaces de soportar cualquier tempestad.
Referencia Biliográfica:
Memarzia, J. et. Al. (2024) Predictive models of post-traumatic stress disorder, complex post-traumatic stress disorder, depression, and anxiety in children and adolescents following a single-event trauma. Psychological Medicine; 54(12): 3407-3416.
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