Todos cambiamos. A lo largo de la vida, nos vamos convirtiendo en personas diferentes. Generalmente se trata de pequeños cambios que tienen un efecto acumulativo, aunque a veces son transformaciones drásticas que convulsionan por completo nuestra vida.
No obstante, en sentido general tenemos la tendencia a aferrarnos a lo conocido y seguir la ley del mínimo esfuerzo para ahorrar energía, por lo que muchas veces postergamos cambios necesarios o simplemente no encontramos el coraje para dar el paso. Los hábitos, las costumbres y las creencias pueden llegar a crear a nuestro alrededor una telaraña muy intrincada que nos ata a lo conocido.
Sin embargo, también existen algunos momentos en la vida en los que es más probable que cambiemos y crezcamos.
¿Cuándo es más probable que se produzca un cambio de vida?
1. Hemos sufrido lo suficiente como para cambiar
El dolor es un motivo poderoso para el cambio. Cuando estamos sumidos en una situación desoladora que nos genera un gran malestar, antes o después entendemos que tenemos que hacer algo para salir de ese punto. Se trata del cambio más doloroso, pero también el más potente y a menudo el más radical y duradero.
Cuando hemos tocado fondo emocionalmente, solo nos quedan dos opciones: seguir profundizando en ese abismo o luchar para salir a la superficie. Esa lucha a menudo conduce a un cambio vital. Si somos capaces de dar sentido a nuestro sufrimiento, esa experiencia dolorosa puede ser un combustible particularmente valioso para acelerar nuestra transformación.
2. Hemos visto lo suficiente como para sentirnos inspirados
Todos presentamos cierta resistencia al cambio personal. Sabemos que cambiar requiere esfuerzo y sacrificio. Pero, sobre todo, sabemos que muchas veces implica un elevado grado de incertidumbre. Es precisamente esa falta de certezas lo que a menudo nos mantiene atados a lo conocido. Sin embargo, ver el cambio en otra persona puede bastarnos para dar el primer paso.
Cuando una persona logra el cambio que deseamos, su transformación no solo tiene un efecto motivador, demostrándonos que es posible, sino que al fungir como “explorador” de ese nuevo terreno, también nos ayuda a disipar la niebla de la incertidumbre. Cuando vemos algo que nos inspira, se puede encender una chispa dentro de nosotros que nos lleve a emprender el camino del cambio.
3. Hemos aprendido lo suficiente para cambiar
A menos que nos atrevamos a lanzarnos a la aventura sin paracaídas, muchos cambios demandan una preparación previa. Un cambio profesional, por ejemplo, suele demandar meses o incluso años de estudio. Este tipo de cambio de vida no suele llegar de la noche a la mañana, sino que es preparado cuidadosamente, fruto de una decisión consciente y el trabajo duro.
Cuando nos planteamos un objetivo y trazamos un plan de acción, nos vamos asegurando de desarrollar las habilidades necesarias y acumular el conocimiento que sustentará ese cambio. En ese momento, cuando nos sentimos seguros y tenemos las condiciones preparadas, podemos aprovechar la oportunidad y poner en práctica el cambio de vida que tanto ansiamos. De hecho, actuar de manera consistente, no solo nos hace sentir más seguros, sino que también aumenta considerablemente nuestras posibilidades de éxito. Así no corremos el riesgo de terminar con un puñado de moscas en la mano.
4. Hemos detectado una oportunidad lo suficientemente interesante
En ocasiones, el cambio de vida llega aunque no estemos completamente preparados. A veces, la oportunidad llama a nuestra puerta sin previo aviso. Si somos capaces de percibir esa ocasión y nos liberamos del miedo, podemos aprovecharla y emprender un nuevo camino.
Generalmente se trata de oportunidades únicas, como ese tren que solo pasa una vez en la vida y debemos decidir si subimos o nos quedamos en el andén. Son bifurcaciones vitales que nos empujan a tomar decisiones importantes y suelen promover un cambio en nuestro estilo de vida y/o concepción del mundo.
5. Hemos sufrido suficiente presión como para cambiar vida
Este cambio de vida es, probablemente, el más cuestionable. No obstante, las transformaciones vitales no siempre provienen de una necesidad interior, a veces los catalizadores del cambio son fundamentalmente externos. En ocasiones, son las circunstancias o las personas que nos rodean quienes ejercen presión para que tomemos cierto rumbo.
Este tipo de cambio de vida es particularmente peligroso puesto que a la larga puede terminar produciendo una profunda insatisfacción y frustración. Sin embargo, también hay ocasiones en las que las presiones externas pueden ejercer un influjo positivo, como cuando la persona ha emprendido una senda autodestructiva, en cuyo caso el cambio resulta salvador y puede generar un profundo bienestar con el paso del tiempo.
Deja una respuesta