El cambio es la única constante en la vida. Y, aún así, tenemos una tendencia a aferrarnos a la estabilidad, a la que percibimos como fuente de seguridad psicológica. Sin embargo, cuando las cosas se tuercen, es nuestra capacidad para afrontar esos cambios lo que puede marcar la diferencia entre derrumbarnos o salir airosos.
Los 5 rasgos de las personas resistentes al cambio
No todos respondemos al cambio de la misma manera. Algunas personas muestran una resistencia notable a cualquier tipo de transformación, aferrándose a lo familiar y evitando lo desconocido. Un estudio realizado en la Universidad de Cornell reveló los principales factores que predicen la resistencia al cambio individual:
1. Apego a la rutina
A muchas personas les gusta seguir una rutina estable ya que les brinda una sensación de seguridad y control sobre su día a día, eliminando la ansiedad que suelen experimentar ante lo desconocido. Son personas que prefieren “aburrirse” a sorprenderse, haciendo suyo el refrán “más vale mal conocido que bueno por conocer”.
Obviamente, los rituales proporcionan una especie de refugio emocional, ya que reducen la necesidad de tomar decisiones constantes, que muchas veces generan fatiga y tensión. Sin embargo, en la persona resistente al cambio la rutina se convierte en una excusa para evitar enfrentarse a lo nuevo, lo que acaba limitando su crecimiento.
2. Incapacidad para lidiar con el estrés
Todos nos estresamos, forma parte de la vida. Sin embargo, hay personas que tienen una mayor propensión al estrés, generalmente porque perciben el entorno como amenazante. En esos casos, el más mínimo cambio a su alrededor dispara todas las alarmas, haciendo que caigan en un estado de tensión física y emocional que no las ayuda precisamente a movilizar sus recursos para afrontar asertivamente la transformación, sino que las paraliza.
Para esas personas, cualquier cambio, por pequeño que sea, representa una amenaza. El problema de esa tendencia al estrés es que termina creando un ciclo de retroalimentación negativa. Al estar constantemente estresadas, esas personas agotan sus recursos emocionales y físicos, lo que reduce a su vez su capacidad para gestionar de manera eficaz las situaciones nuevas. De hecho, esa tensión acumulada puede dificultar aún más la adaptación, ya que ocupa espacio mental impidiéndoles encontrar nuevas estrategias o soluciones.
3. Pensamiento cortoplacista
Las personas que se centran en los inconvenientes inmediatos y la incomodidad suelen presentar una mayor resistencia al cambio. Ese enfoque en el presente les impide ver los beneficios potenciales a largo plazo, limitando su capacidad para comprometerse con procesos de cambio que podrían ser beneficiosos en el futuro. A menudo, estas personas están motivadas por el deseo de evitar el malestar inmediato, lo que puede llevarlas a tomar decisiones que no son óptimas a largo plazo.
Esta forma de pensar puede estar influenciada por un temor a lo desconocido o por la falta de confianza en su capacidad para superar los desafíos. Al enfocarse exclusivamente en el corto plazo, no son capaces de desarrollar una visión más amplia que los ayude a percibir y afrontar el cambio como una oportunidad de crecimiento.
4. Rigidez cognitiva
La rigidez mental o dogmatismo se refiere a una aversión profunda a cambiar de opinión o a modificar puntos de vista. Esa inflexibilidad cognitiva es una barrera significativa para el cambio, ya que las personas rígidas suelen rechazar cualquier información que contradiga sus creencias. A menudo esa reticencia se basa en la necesidad de mantener un sentido de coherencia interna, pero suele conducir a una visión del mundo estrecha y limitada.
Las personas con rigidez cognitiva tienden a ver el mundo en términos absolutos, dividiendo las cosas en categorías dicotómicas de «blanco y negro» o «correcto e incorrecto». Esa polarización del pensamiento puede llevarlas a rechazar cualquier cambio que desafíe sus creencias ya que lo interpretan como incorrecto o amenazante. En el fondo, esa intolerancia se arraiga en el deseo de evitar la incomodidad, prefiriendo la seguridad que transmiten las certezas y lo conocido a mostrarse flexible y adaptable, sobre todo cuando se trata de desafíos complejos y cambiantes.
5. Intolerancia a la ambigüedad
Las transformaciones suelen traer consigo una gran dosis de incertidumbre, de manera que las personas que rechazan lo desconocido, también tienen dificultades para lidiar con el cambio. Esas personas se sienten muy amenazadas por la falta de claridad y la incertidumbre. Les gusta que las cosas sean claras, predecibles y ordenadas porque se aferran al control. Generalmente buscan reglas y rituales que las ayuden a exorcizar la ambigüedad y lo incierto, por lo que les resulta muy difícil aceptar y acoger el cambio.
Obviamente, esa intolerancia no solo limita su capacidad para adaptarse al cambio, sino que también puede afectar negativamente su bienestar emocional ya que alimenta un estado constante de tensión y resistencia. Sin embargo, a menudo una persona resistente al cambio ni siquiera se da cuenta de que su deseo de control es contraproducente.
Para ayudar a una persona a cambiar, es importante enseñarle a equilibrar su enfoque y lograr que se sienta cómoda con la incertidumbre, de manera que deje ir su necesidad de control y se abra a las nuevas oportunidades que representa el cambio. De esta forma no sentirá la necesidad de aferrarse a lo desconocido y podrá ir saliendo poco a poco de su zona de confort, hasta asumir que el cambio es una parte inevitable de la vida.
Fuente:
Oreg, S. (2003) Resistance to Change: Developing an Individual Differences Measure. Journal of Applied Psychology; 88(4): 680–693.
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