
En 1932 Albert Einstein se encontraba en Caputh (Potsdam), cuando decidió escribir una misiva a Sigmund Freud para hacerle una pregunta que lo inquietaba sobremanera: “¿hay una manera de liberar a los seres humanos de la fatalidad de la guerra?”
Faltaba un año para que el nazismo tomase el poder en Alemania, pero tan solo unos meses más tarde después de escribir a Freud, el físico decidió zarpar hacia Estados Unidos, donde se exiliaría dada la situación de inestabilidad política que se había desatado en Europa.
Aquel intercambio epistolar sobre la sociedad y sus contradicciones, nuestras tendencias autodestructivas, las burocracias sin alma, los impulsos ideales y las pasiones siguen siendo tan actual en su época como ahora.
Poder, sometimiento y sufrimiento… Las principales preocupaciones de Einstein
Einstein escribió “es sabido que, debido a los progresos de la técnica, de esta pregunta depende la existencia de la humanidad civilizada; y, sin embargo, los apasionados esfuerzos por resolverla han fracasado de forma alarmante hasta la fecha. Yo creo que también entre los seres humanos que se ocupan práctica y profesionalmente de este problema existe el deseo, resultado de una cierta sensación de impotencia, de interrogar a personas que, debido a su actividad científica habitual, mantienen la distancia necesaria respecto de todos los aspectos de la vida”.
Reconociendo sus limitaciones en esta área debido a que “la habitual orientación de mi pensamiento no me permite formarme una idea acerca de las profundidades del querer y del sentir humanos”, Einstein pidió a Freud que dilucidara “la cuestión echando mano de su profundo conocimiento de la vida de los instintos humanos.
“Confío en que usted podrá indicarnos unos métodos educativos que hasta cierto punto se alejan de la política para eliminar los obstáculos psicológicos. La persona inexperta en temas psicológicos intuye la existencia de estos obstáculos, pero no sabe cómo valorar sus correlaciones y su variabilidad”.
En su carta, Einstein desveló una de las fuerzas que se oponían a la paz y paralizaban cualquier esfuerzo por llegar a un entendimiento entre las personas: “la necesidad de poder del sector dominante se resiste en todos los Estados a una limitación de sus derechos de soberanía. Dicha necesidad de poder se alimenta con frecuencia de un afán de poder material y económico de otro sector.
“Me refiero sobre todo al pequeño pero decidido grupo de aquellos que, activos en todos los Estados e indiferentes a las consideraciones y limitaciones sociales, ven en la guerra, la fabricación y el comercio de armas una oportunidad de obtener ventajas personales, o sea, de ampliar su esfera de poder personal”.
Inmediatamente después, el físico se preguntó: “¿cómo es posible que la citada minoría pueda poner a las masas al servicio de sus deseos, si estas, en el caso de una guerra, sólo obtendrán sufrimiento y pérdidas?” Y más adelante intentó responderse: “la respuesta más indicada es: la minoría de los dominantes tiene sobre todo la escuela, la prensa y casi siempre también las organizaciones religiosas bajo su control. Con estos medios, domina y dirige los sentimientos de las masas, al tiempo que los convierte en sus instrumentos”.
Sin embargo, su propia respuesta no le convence por completo y vuelve a la carga: “¿cómo es posible que las masas se dejen enardecer hasta llegar al delirio y la autodestrucción por medio de los recursos mencionados? La respuesta sólo puede ser: en los seres humanos anida la necesidad de odiar y de destruir. Esta predisposición permanece latente en las épocas en las que impera la normalidad y se manifiesta sólo en circunstancias excepcionales; puede, sin embargo, ser fácilmente despertada e intensificada hasta alcanzar la psicosis colectiva”.
Entonces planteó su última pregunta a Freud: “¿es posible dirigir el desarrollo psíquico de los seres humanos de tal manera que éstos se vuelvan más resistentes a las psicosis del odio y de la destrucción?” Y señaló que “de ninguna manera pienso aquí sólo en las llamadas masas incultas. De acuerdo con mi experiencia, son sobre todo los denominados intelectuales los que sucumben con mayor facilidad a las funestas sugestiones colectivas, puesto que no acostumbran tener un contacto directo con la realidad, sino que la experimentan por medio de su forma más cómoda y cabal, la del papel impreso”.
El complejo nexo entre poder y violencia
Freud le respondió a Einstein desde Viena, apenas un mes más tarde, en septiembre de 1932. Seis años después, tras la anexión de Austria por parte de la Alemania nazi, Freud, en su condición de judío y fundador del Psicoanálisis, fue considerado enemigo del Tercer Reich. Sus libros fueron quemados públicamente, de manera que tanto él como su familia sufrieron un intenso acoso. Aunque se mostraba reacio a abandonar Viena, se vio obligado a escapar del país cuando quedó claro que su vida y la de las personas que amaba corrían peligro.
Freud comenzó haciendo alusión al nexo entre derecho y poder pues consideraba que se trataba del “punto de partida correcto” para abordar la cuestión de las guerras, aunque propuso “sustituir la palabra ‘poder’ por ‘violencia’” pues a pesar de que era más dura, también era más adecuada. Afirmó que “hoy derecho y violencia son opuestos para nosotros, pero es fácil mostrar que uno se originó desde el otro”.
Prosiguió explicando que “los conflictos de intereses entre los hombres se resuelven, muchas veces, mediante el recurso de la violencia. Es lo mismo en el reino animal, del cual el hombre no debiera excluirse. Aunque en su caso se suman todavía conflictos de opiniones, que alcanzan el máximo grado de la abstracción y parecen requerir de otra técnica para resolverse”.
Freud explicó que “al comienzo, en una pequeña horda de seres humanos, era la fuerza muscular la que decidía a quién pertenecía algo o de quién debía hacerse la voluntad. Pronto la fuerza muscular se vio aumentada y sustituida por el uso de instrumentos: vence quien tiene las mejores armas o las emplea con más destreza. Al introducirse las armas, ya la superioridad mental empieza a ocupar el lugar de la fuerza muscular bruta, aunque el propósito último de la lucha sigue siendo el mismo: una de las partes, por el daño que reciba o por la paralización de sus fuerzas, será constreñida a deponer su reclamo o su antagonismo”.
Freud creía que los estados que se sienten fuertes se creen con derecho a imponer la violencia. Afirmó que “el derecho es el poder de una comunidad. Sigue siendo una violencia pronta a dirigirse contra cualquier individuo que le haga frente; trabaja con los mismos medios, persigue los mismos fines; la diferencia solo reside, real y efectivamente, en que ya no es la violencia de un individuo la que se impone, sino la de la comunidad”.
En parte, esa violencia se explica por las desigualdades ya que, a fin de cuentas, “las leyes son hechas por los dominadores y para ellos, y son escasos los derechos concedidos a los sometidos”. También la achaca a las pulsiones contrapuestas que existen dentro de cada uno de nosotros, Eros y destrucción, destrucción y autoconservación, las cuales se alimentan mutuamente y “no pueden actuar aisladas”.
Por ese motivo, concluye que “no ofrece perspectiva ninguna pretender el desarraigo de las inclinaciones agresivas de los hombres. Es claro que no se trata de eliminar por completo la inclinación de los hombres a agredir sino de intentar desviarla lo bastante para que no deba encontrar su expresión en la guerra”.
Amor, empatía, educación y libertad de pensamiento: las “armas” que propuso Freud para evitar la guerra
A pesar de que Freud no se mostró particularmente optimista en su carta, compartió con Einstein algunas formas para contener y reducir los impulsos autodestructivos de las personas y las comunidades.
Su idea era apelar al Eros como factor que une a los hombres y fuerza compensatoria. Su idea, que hoy podría traducirse como “haz el amor, no la guerra”. El Eros no solo es la pulsión de vida, también es la búsqueda del placer y la capacidad de disfrute.
Freud propuso que los hombres debían “crear vínculos como los que se tienen con un objeto de amor, aunque sin metas sexuales”. También era necesario promover el “sentimiento que se produce por identificación. Todo lo que establezca sustantivas relaciones de comunidad entre los hombres provocará esos sentimientos comunes, esas identificaciones”.
Cuando nos identificamos con el otro, somos capaces de ponernos en su lugar y dejamos de verlo como una otredad para comprender que, en el fondo, es igual a nosotros, es difícil alimentar animadversión y odio, por lo que es complicado convertirlo en un enemigo a abatir. En esos casos, se fomenta el acercamiento más que la distancia, se tienden puentes en vez de levantar barricadas.
Freud también señaló que educar en el pensamiento libre era esencial para evitar que las personas sucumbieran al llamado de los tambores de guerra. “Todo lo que promueva el desarrollo de la cultura trabaja también contra la guerra”.
Hay que “poner mayor cuidado que hasta ahora en la educación de un estamento superior de hombres de pensamiento autónomo, que no puedan ser amedrentados […] No hace falta demostrar que los abusos de los poderes del Estado y la prohibición de pensar decretada por la Iglesia no favorecen una generación así.
“Lo ideal sería, desde luego, una comunidad de hombres que hubieran sometido su vida pulsional a la dictadura de la razón. Ninguna otra cosa sería capaz de producir una unión más perfecta y resistente entre los hombres, aun renunciando a las ligazones de sentimiento entre ellos. Pero con muchísima probabilidad es una esperanza utópica”.
Fuente:
Einstein, A. & Freud, S. (2001) ¿Por qué la guerra? Barcelona: Minúscula.
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