Detrás de una guerra siempre hay mil razones – más o menos irracionales – desde motivos económicos hasta condicionantes de índole geopolítica. Sin embargo, las guerras son decididas, combatidas y llevadas a cabo por personas, de manera que la Psicología también desempeña un rol protagónico para entender por qué la humanidad desata guerras una y otra vez a lo largo del mundo.
Erich Fromm, psicólogo social de origen judío que escapó de Alemania tras la toma de poder del partido nazi, se convirtió en un convencido activista por la paz internacional y un agudo analista de la libertad y las tendencias autoritarias de la sociedad contemporánea. En la década de 1960 escribió un lúcido análisis sobre las causas psicológicas de la guerra, aquellas sobre las que todos – gobernantes, líderes de opinión y ciudadanos – deberíamos trabajar para evitar los conflictos armados.
Solo un cambio radical en nuestra manera de pensar puede conducir a una paz duradera
1. Falta de confianza recíproca
Fromm estaba convencido de que la falta de confianza en el otro, que siempre es visto como el enemigo, es el principal motivo que se encuentra en la base de la carrera armamentista y las consiguientes guerras. Cuando creemos que no podemos fiarnos de un Estado o de su Gobierno porque tiene intereses opuestos a los nuestros, es probable que esperemos lo peor e intentemos protegernos.
Explicaba que “la confianza está relacionada con seres humanos racionales y sanos de mente, que se comportan como tal”. Si creemos que ese “adversario” es equilibrado mentalmente, podemos evaluar sus movimientos y preverlos dentro de ciertos límites, conocer sus objetivos y pactar ciertas reglas y normas de convivencia. Podemos “conocer de qué es capaz, pero también prever lo que puede llegar a hacer bajo presión”.
En cambio, cuando pensamos que un adversario está “loco” la confianza se esfuma y la suplanta el miedo. Sin embargo, en muchas ocasiones el calificativo de “loco” en realidad solo responde a nuestra incapacidad para ver y entender sus motivos, para introducirnos en su lógica y su manera de ver el mundo. Obviamente, a medida que cada una de las perspectivas sean más antagónicas, más difícil será comprender la visión del otro, menos confiaremos y más probabilidades habrá de que se desate un conflicto.
2. La confusión entre lo posible y probable
En la vida, hay eventos que son posibles, pero bastante improbables. Existe la posibilidad de que nos impacte un meteorito mientras vamos caminando por la calle, pero las probabilidades son infinitesimales. Comprender esa diferencia nos permite mantener cierta cordura y nos ayuda a sentirnos más seguros. Por ende, aumenta nuestra confianza.
En cambio, Fromm creía que una de las causas psicológicas de las guerras y el afán armamentista consiste precisamente en confundir lo posible con lo probable. Sin embargo, “la diferencia entre ambos modos de pensar es la misma que existe entre el pensamiento paranoide y el pensamiento sano”, apuntó.
Según Fromm, no nos detenemos a analizar los datos con una mínima dosis de confianza en la vida y en la humanidad, sino que adoptamos una actitud paranoide. Ese pensamiento paranoide convierte lo improbable en altamente posible, lo cual desencadena la necesidad de defenderse. De hecho, Fromm afirmó que muchas veces el “pensamiento político está afectado por esas tendencias paranoides”. En cambio, enfocarnos en las probabilidades reales nos permite asumir una postura más realista y equilibrada para resolver posibles problemas, en vez de crear nuevos.
3. Visión pesimista de la naturaleza humana
Quienes están a favor de la carrera armamentista piensan que el ser humano es perverso y tiene “un lado oscuro, ilógico e irracional”. Estas personas creen que deben prepararse para lo peor porque quienes son diferentes pueden atacarles en cualquier momento. Esa visión pesimista de la naturaleza humana les hace desconfiar a priori.
Fromm no era una persona ilusa. Conoció la barbarie de los nazis, supo de las bombas atómicas, vivió la Crisis de los Misiles y experimentó la Guerra Fría. Por tanto, reconoció que “el hombre tiene la potencialidad del mal, toda su existencia está mediada por dicotomías que tienen raíces en las propias condiciones de la existencia”. Sin embargo, no creía que tuviésemos un instinto agresivo dispuesto a saltar en cualquier momento sino más bien al contrario.
De hecho, apuntó que en la mayoría de las guerras se produce realmente una “agresividad organizativa” que se aleja mucho de la agresividad que surge espontáneamente de la ira porque es una forma en la que “el individuo destruye solo porque obedece y se limita a hacer lo que le dicen, según las órdenes impartidas”. Por esa razón, afirma que “si los intereses vitales no son amenazados, es imposible hablar de una pulsión destructiva que se manifiesta como tal espontáneamente”.
4. Adoración de ídolos
Una de las causas psicológicas de la guerra que empuja a las personas a combatir es precisamente la idolatría, un problema común en el pasado que se extiende hasta el presente. Cuando atacan nuestros ídolos, lo percibimos como un ataque personal porque nos identificamos con ellos, sentimos que se trata de un ataque contra nuestros intereses vitales.
Con la expresión ídolos, Fromm no se refiere solo a aquellos religiosos sino “también a los que adoramos hoy, los ídolos de la ideología, de la soberanía estatal, de la nación, de la raza, de la religión, de la libertad, del socialismo o la democracia, del consumismo exasperado”. Cualquier cosa que nos ciegue y con la que nos identificamos completamente, puede convertirse en un ídolo.
Sin embargo, llega un punto en el que lo que idolatramos adquiere mayor importancia que la vida del propio ser humano. Estamos dispuestos a sacrificar a personas para defender esos ídolos. Todo porque somos víctimas de una especie de “pánico identitario” que nos empuja a defender lo que creemos que forma parte de nosotros. Por esa razón, Fromm afirmó que “hasta que los hombres sigan adorando ídolos, los ataques contra estos serán percibidos como una amenaza a sus intereses vitales”. De esa forma, “las circunstancias que hemos creado se han consolidado en poderes que nos dominan”.
Por todo eso, Fromm concluyó que “un movimiento por la paz puede tener éxito solo a condición de que trascienda a sí mismo y se convierta en un movimiento de humanismo radical […] A largo plazo, solo un cambio radical de la sociedad puede dar vida a una paz duradera”. Solo cuando nos deshagamos de esos miedos y ganemos confianza en nosotros mismos, dejemos atrás los estereotipos mentales con los que analizamos la situación y nos dispongamos a dialogar abiertamente reconociendo los requerimientos del otro, podremos empezar a apagar fuegos, en vez de encenderlos y alimentarlos.
Fuente:
Fromm, E. (2001) Sobre la desobediencia y otros ensayos. Barcelona: Paidós Ibérica.
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