En los últimos años ha aumentado considerablemente el interés de las personas por la comida. Ahora nos preocuparnos por los alimentos que ingerimos y nos aseguramos de seguir buenas pautas alimenticias que nos permitan tener una nutrición saludable. Sin embargo, la alimentación no es un proceso meramente fisiológico, nuestra mente desempeña un papel importante y determina nuestras preferencias.
De hecho, cuando comemos no solo nos estamos nutriendo, también experimentamos diferentes emociones. Sentimos placer cuando la comida nos agrada pero también podemos sentirnos culpables cuando rompemos nuestra dieta. Además, nuestro estado de ánimo no solo influirá en la cantidad de comida sino también en la elección de los alimentos.
Por eso, para seguir una dieta sana, es fundamental comprender los mecanismos psicológicos que se esconden detrás de la alimentación.
1. No sabes cuándo estás realmente saciado
Creemos que la cantidad de alimentos que ingerimos se corresponde con la magnitud del hambre que experimentamos. Sin embargo, en realidad el apetito es tan solo un factor de la ecuación. La cantidad de alimentos que podemos llegar a comer también depende del tamaño de la vajilla e incluso de la luz y los colores de la habitación.
En un estudio muy curioso realizado en la Universidad de Cornell los investigadores utilizaron un tazón para la sopa que se llenaba automáticamente a través de un mecanismo oculto. Las personas que usaron ese tazón comieron casi el doble de sopa, pero no se sentían más saciadas que quienes comieron en un plato normal.
Esto nos indica que la conexión entre el estómago y el cerebro funciona lentamente, la señal de saciedad tarda una media hora en ser procesada por nuestra mente. Por eso, la sensación de saciedad está íntimamente vinculada a las cantidades que vemos, más que a lo que comemos realmente.
2. Los alimentos pueden gustarte más o menos, según el momento del día
Tenemos la tendencia a pensar que los alimentos tienen un sabor intrínseco, que puede gustarnos más o menos. Sin embargo, en realidad no es así, un sencillo experimento nos demuestra que la percepción de los sabores no solo cambia a lo largo de la vida sino también durante un mismo día.
De hecho, aunque te guste la zanahoria junto a las verduras y la carne, a la hora de la cena, es probable que no logres comerla a las seis de la mañana, en el desayuno. Y es que el contexto en el que se presenta la comida, influye mucho en su sabor.
A lo largo de los años hemos asociado determinados alimentos a ciertos horarios, de forma que cuando nos los presentan a horas poco habituales, oponemos cierta resistencia e incluso puede llegar a desagradarnos un sabor que normalmente nos gusta.
3. Intentar suprimir los pensamientos sobre la comida, conduce a atracones
Puede parecer un contrasentido pero se ha demostrado que intentar suprimir determinados pensamientos tiene un efecto rebote. En práctica, cuando intentamos eliminar un pensamiento de nuestra mente, esta adopta una actitud hipervigilante y se produce el efecto opuesto: la idea se hace aún más recurrente.
Lo mismo ocurre con la comida. En un experimento realizado en la Universidad de Florida los investigadores analizaron los hábitos de alimentación de personas con sobrepeso y sus pensamientos cotidianos. Así pudieron notar que las personas más propensas a ceder a los antojos y comer de forma compulsiva eran precisamente las que más intentaban reprimir los pensamientos sobre la comida.
De hecho, hoy se conoce que las dietas para perder peso que son demasiado restrictivas generan un descontrol emocional. Estas personas, una vez que abandonan el régimen, no solo recuperan los kilos perdidos sino que ganan un tercio más.
4. El mal humor te hace optar por alimentos poco sanos
El concepto de “hambre emocional” es antiguo. De hecho, muchas personas no comen porque sienten hambre sino simplemente porque se sienten ansiosas. Por eso, el factor emocional es fundamental en cualquier dieta para adelgazar.
Sin embargo, también se ha apreciado que cuando nos ponemos de mal humor, tenemos la tendencia a elegir alimentos que en otras circunstancias no comeríamos. De hecho, cuando nos sentimos irritados, estresados, enojados o deprimidos, solemos apostar por refrigerios azucarados y alimentos con un alto contenido graso.
El principal problema es que, cuando estamos de mal humor, no somos capaces de ejercer el autocontrol, que es un recurso limitado, y somos más propensos a ceder a las tentaciones. Además, este tipo de alimentos generan una respuesta muy intensa a nivel cerebral, que activa los centros del placer. Por tanto, se convierten en una especie de compensación natural.
5. Las etiquetas de los productos determinan cuánto te gustarán
La percepción de los sabores varía en dependencia de muchísimos factores, muchos de ellos psicológicos. Por ejemplo, se ha podido comprobar que cuando a las personas se les presenta el mismo vino pero con diferentes etiquetas, prefieren aquel que ha sido catalogado “socialmente” como mejor, aunque en realidad ambos vinos sean iguales.
Un experimento particularmente interesante realizado en la Universidad de Sussex demuestra fehacientemente este hecho. Los investigadores les dijeron a los participantes que estaban evaluando el sabor de un nuevo alimento y la aceptación que tendría en el mercado. A algunos les dijeron que era un helado con sabor a salmón ahumado, a otros les dijeron que era un mousse helado salado. Aunque se trataba del mismo producto, las personas a las que les dijeron que era un helado, lo rechazaron, a quienes les dijeron que era un mousse, les encantó.
Y es que las expectativas que tenemos sobre los productos, creadas en gran medida por las etiquetas, los críticos gastronómicos o incluso por las personas que se encuentran a nuestro alrededor, influirán en la aceptación o el rechazo de determinados sabores.
Fuentes:
Barnes, R. D. & Tanleff, S. (2010) Food for thought: Examining the relationship between food thought suppression and weight-related outcomes. Eating Behaviors; 11(3): 175–179.
Yeomans, M. R. et. Al. (2008) The role of expectancy in sensory and hedonic evaluation: The case of smoked salmon ice-cream. Food Quality and Preference; 19(6): 565–573.
Wansink, B. et. Al. (2007) Fine as North Dakota wine: Sensory expectations and the intake of companion foods. Physiology & Behavior; 90(5): 712-716.
Wansink, B. et. Al. (2005) Bottomless bowls: why visual cues of portion size may influence intake. Obesity Research; 13(1): 93-100.
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