La ansiedad y el estrés no son experiencias privativas de los adultos. Todos los niños se sienten nerviosos de vez en cuando. Y como no pueden expresar ese malestar con palabras, a menudo se irritan, enojan o tienen rabietas. Cuando pierden el control, no es agradable – ni para ellos ni para ti.
Sin embargo, probablemente una de las peores cosas que puedes decirle – y también una de las más comunes – es: “¡cálmate!”.
La ansiedad no tiene un botón de encendido y apagado
Si en alguna ocasión te has sentido muy ansioso, es probable que alguien también te haya pedido que te calmes. De hecho, es lo que hace aproximadamente el 80% de las personas, según una investigación realizada en la Harvard Business School.
No obstante, la ansiedad no tiene un botón de encendido y apagado. Así que por mucho que te hayan recomendado que te calmases, es probable que no lo hayas logrado. Quizá hayas reprimido la expresión de los síntomas, pero la ansiedad seguía bullendo en tu interior.
“Reducir los sentimientos de ansiedad es difícil porque experimentamos un nivel de excitación automático elevado”, como indicaron dichos psicólogos, quienes también señalaron que “intentar suprimir u ocultar la ansiedad a menudo es una estrategia ineficaz”.
Si gestionar una emoción como la ansiedad es una tarea compleja para los adultos, imagina para los niños.
Por ese motivo, cuando le decimos a un niño ansioso que se calme, no estamos validando sus emociones ni lo ayudamos a comprender esa experiencia afectiva. De hecho, en realidad puede parecer que estamos restando importancia a sus sentimientos, aunque no sea ese nuestro objetivo.
No le pidas que se calme, enséñale a respirar
Como padres, debemos recordar que la ansiedad es una emoción intensa que genera un estado de activación fisiológico elevado, de manera que no desaparece simplemente. Por tanto, pedirles que se calmen no ayudará.
Decirle a un niño “cálmate” es como decirle “compórtate bien”. Es una buena recomendación, pero sin una hoja de ruta.
¿Qué podemos hacer en su lugar?
Pedirle que respire.
Realiza un ejercicio de respiración controlada. Así le muestras el camino y lo acompañas a recorrerlo mientras validas sus emociones. Si empiezas a sincronizar tu respiración con la de tu hijo, crearás un espacio de conexión muy potente que incluso os ayudará a abordar esas emociones de manera subconsciente.
Y esta estrategia también funciona para los adultos.
Así como la ansiedad es contagiosa, la calma también se transmite. El secreto de la eficacia de los ejercicios de respiración radica que desencadenan una cascada de cambios fisiológicos que realmente inducen un estado de calma y serenidad.
Respirar lenta y profundamente frena la activación del sistema nervioso simpático, que es una especie de acelerador del estrés y ansiedad, mientras activa el sistema parasimpático, que es el freno natural para entrar en el modo de recuperación y relajación.
Respirar de forma consciente (con un ciclo de inspiración/exhalación de 10 segundos) sincroniza los procesos fisiológicos. Eso significa que el latido cardiaco se acompasa con la respiración y, al volver a la normalidad, le envía una señal al cerebro para indicar que todo se encuentra bajo control.
De hecho, la respiración consciente reduce la actividad de la amígdalamientras activa la corteza prefrontal dorsomedial, la cual actúa como una especie de “interruptor” entre el cerebro emocional y racional, para devolvernos el control de la situación, según comprobaron neurocientíficos de la Universidad Técnica de Múnich.
Por otra parte, cuando el niño o la persona se centra en la respiración, cambia su foco de atención del problema que le generaba ansiedad.
Referencias Bibliográficas:
Doll, A. et. Al. (2016) Mindful attention to breath regulates emotions via increased amygdala-prefrontal cortex connectivity. Neuroimage; 134: 305-313.
Brooks, A.W. (2014) Get Excited: Reappraising Pre-Performance Anxiety as Excitement.» Journal of Experimental Psychology; 143(3): 1144–1158.
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