
En un mundo donde abundan las opiniones, dar buenos consejos es un arte prácticamente olvidada. Muchas veces lo que se presenta como un consejo es en realidad una opinión disfrazada o, lo que es aún peor, una recomendación con intereses ocultos. Los buenos consejos deben tener como único objetivo ayudar al otro, sin agendas ocultas ni expectativas personales que empujen a la persona en una dirección que no le conviene.
Las 7 reglas para dar buenos consejos
En “Leviatán”, Thomas Hobbes dedicó todo un capítulo a analizar cómo dar buenos consejos, recomendaciones que no caigan en saco roto sino que realmente sean útiles y marquen la diferencia. El filósofo político pensaba que el deber del consejero no es considerar su propio beneficio, sino el de la persona que aconseja. Creía que debía pasar por encima de sus pretensiones, intereses y expectativas para enfocarse en el otro, asumiendo una postura lo más imparcial posible.
1. Olvidarse del interés propio
Un consejo interesado no es un buen consejo. Hobbes sostenía que es fundamental evitar cualquier sesgo personal, así como mantener a raya las emociones, “evitando todos los discursos metafóricos, tendentes a excitar la pasión” que puedan conducir a decisiones precipitadas. Recomendaba dejar fuera el ego y los intereses propios para ponerse enteramente en el lugar del otro. Por ende, un buen consejo es aquel en el que salimos de nuestro “yo” para meternos en la piel del otro.
2. Enfatizar las consecuencias
Hobbes defendía firmemente un enfoque basado en la lógica y la previsión. Creía que para dar un buen consejo es fundamental ver más allá de la inmediatez y valorar las implicaciones a largo plazo de las decisiones. Por eso, los consejos deben ir cargados de una buena dosis de previsión. De esa forma se puede superar lo superficial y de la instantaneidad, ayudando a la persona a ver más allá del problema o el conflicto que la aqueja, para que valore los posibles desenlaces y repercusiones de sus decisiones.
3. Plantear razones
Como dar buenos consejos no es precisamente fácil, Hobbes advertía contra la tendencia a realizar “inferencias precipitadas y no evidentes” o dar meras opiniones. Para este filósofo, un buen consejo es aquel que se sustenta en argumentos claros y racionales, no en opiniones vagas o impulsivas. Animaba a evitar la arbitrariedad y precipitación, incluso con la mejor de las “buenas intenciones”, para asumir un enfoque más reflexivo y objetivo, lejos de los sesgos y las distorsiones que a menudo conducen a malas decisiones.
4. Fomentar la independencia
El buen consejo se aleja de los mandatos, apremios o sugerencias interesadas para animar a la persona a formarse su propio juicio. En la filosofía hobbesiana, un consejo adecuado es aquel que no impone ni sugiere una decisión, sino el que empodera a la persona para que se informe y sopese por sí misma los pros y contras, de manera que pueda elegir con conocimiento de causa. Ese tipo de consejo, por ende, promueve la autonomía, el sentido de autoeficacia y la responsabilidad personal, ayudando a la persona a sentirse más segura para tomar decisiones en el futuro.
5. Brevedad y claridad
Otro principio de Hobbes para dar un buen consejo consiste en “evitar expresiones oscuras, confusas y ambiguas”. Este filósofo instaba a ser lo más directo y claro posible, de manera que las palabras no se pierdan en un mar de interpretaciones. Desde la perspectiva psicológica, la claridad es esencial para reducir la ambigüedad cognitiva, que a menudo genera ansiedad e incertidumbre. Un consejo sencillo y claro no solo es más fácil de entender, sino también de aplicar. Un lenguaje conciso y directo evita que la persona se agobie y permite que se concentre en lo esencial, haciendo que el consejo sea más efectivo y pragmático.
6. Tener experiencia o conocimientos
En un mundo donde todos parecen haberse convertido en aconsejólogos y opinionistas, Hobbes sostenía que solo se puede ser buen consejero en “aquellos asuntos en los que está muy versado”. Aconsejar sobre temas que desconocemos puede ser contraproducente, ya que la falta de conocimiento y experiencia puede llevarnos a subestimar o malinterpretar factores clave. Por tanto, nos anima a abstenernos de orientar sobre temas que nos resultan ajenos ya que nuestras consideraciones podrían ser imprecisas o incluso equivocadas, haciendo más daño que bien a la persona. A veces, nuestra mejor ayuda simplemente puede ser reconocer que no podemos ayudar.
7. Familiarizarse con la situación y los factores que intervienen
No basta el conocimiento abstracto, Hobbes creía que un buen consejo también debe ser contextualizado. Solo de ese conocimiento puede surgir el “buen criterio”. Y eso significa no solo conocer la situación que atraviesa la persona, sino también la mayor cantidad de factores que intervienen. Solo comprendiendo la dinámica de lo que sucede podemos proponer una solución adecuada, útil y viable. En Psicología, se podría traducir como “inteligencia contextual”, la habilidad para analizar las dinámicas particulares que afectan a una persona o situación. Al tener una visión más completa y ajustada a la realidad del otro, podremos dar un consejo válido, en vez de causar nuevos problemas.
Por tanto, desde la perspectiva hobbesiana, el arte de dar un buen consejo no solo beneficia a quien lo recibe, sino también al consejero ya que implica un ejercicio constante de reflexión, autoconocimiento y dominio de la razón. Además, dado que aconsejar no es una fórmula universal, sino más bien un esfuerzo por conectar con la realidad del otro, es también un acto de profunda empatía en el que se prioriza a los demás, abandonando – aunque sea por unos instantes – nuestro egocentrismo.
Referencia:
Hobbes, T. (1980) Leviatan o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil. México: Fondo de Cultura Económica.
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