En la vida, atravesamos mil situaciones que nos ponen en un aprieto. Circunstancias incómodas en las que querríamos decir “no” pero terminamos cediendo, ya sea para no enfadar u ofender a la otra persona, por vergüenza o incluso debido a la presión social.
Sin embargo, existe una enorme diferencia entre complacer a la gente y ayudarla. Ser generoso y mostrarse disponible está muy bien, pero no podemos decir “sí” a todo aquel que nos pide un favor porque correremos el riesgo de relegarnos a un segundo plano. Si el “sí” es tu respuesta predeterminada, una de las cosas más importantes que podrás aprender en la vida es a decir “no” sin dar explicaciones y, sobre todo, sin sentirte culpable.
Todo lo que aporta un “no”
Decir “sí” continuamente no solo es muy desgastante, sino que a menudo también disminuye tu percepción de autoeficacia. En el fondo, plegarte a los deseos de los demás te hará sentir que no tienes control sobre tus decisiones, tiempo y energía.
Por suerte, una de las ventajas de los años cumplidos es que se va ganando autoconfianza y claridad vital. Cuando sabes quien eres y lo que quieres, cuando eres consciente del valor de tu tiempo y esfuerzo, decir “no” se vuelve más fácil.
De hecho, aprendes a decir “no” sin dar explicaciones. Porque te das cuenta de que, de la misma manera en que los demás tienen derecho a pedirte tu tiempo y energía, tú también tienes derecho a decidir cómo usar tu tiempo y a qué destinar tu energía.
En cierto punto de la vida, aprendes a decir “no” sin culpas porque te das cuenta de que esa palabra te libera para poder decir que sí a las personas que más te importan y a esos proyectos que realmente te aportan algo.
Aprendes a decir “no” sin vergüenza porque comprendes que no puedes con todo y que no tiene sentido cargar el peso que otras personas pueden llevar solas. Y no hay mejor manera de aprender a decir “no”, que diciéndolo. No existen atajos psicológicos.
Y tú, ¿qué quieres realmente?
Valores como la generosidad, el altruismo y la entrega están en el ADN de nuestra cultura, por lo que desde pequeños nos enseñan a ser complacientes y decir que sí. Como resultado, el “no” se transforma automáticamente en la respuesta antagonista, la palabra a evitar si no queremos que nos tachen de egoístas y maleducados. Sin embargo, es en el justo equilibrio donde florece nuestra salud mental.
Si siempre dices que sí, es probable que termines saturado de responsabilidades y que caigas bajo el peso de las expectativas ajenas, que tienen la mala costumbre de crecer hasta puntos realmente irracionales.
Cuando no pones límites y no eres capaz de establecer tus prioridades, estarás aquí y allá. Estarás en todas partes, menos en sintonía contigo mismo. Te olvidarás de tu poder y dejarás en manos de los demás la dirección de tu vida porque, en el fondo, quien pretende acaparar tu tiempo, lo que hace es reclamar un trozo de tu vida.
Por ese motivo, la autocompasión desempeña un rol protagónico en el proceso para aprender a decir que no. Recordarte que una negativa a veces es un acto de amor propio para proteger tus límites o priorizar tus necesidades te ayudará a tomar perspectiva y liberarte de las culpas y remordimientos. La autocompasión es lo que te permite dirigir la mirada hacia ti para preguntarte: ¿qué quiero realmente? ¿Puedo hacerlo? O incluso: ¿estoy dispuesto a hacerlo?
De cierta forma, la autocompasión es la aguja que equilibra la balanza, de manera que también consideres tus necesidades, deseos y metas, no solo los de la persona que tienes delante.
Las claves para decir «no» sin dar explicaciones de manera asertiva
Si te sientes obligado a justificarte, es porque la culpa te está acechando o te preocupa la imagen que proyectas. El problema es que en muchas ocasiones hay quienes detectan esa inseguridad y la aprovechan. Hacen leva en la indecisión que transparentan tus razones para contraargumentar y presionarte hasta alcanzar su ansiado “sí”.
Cuando le dices a alguien “hoy no tengo tiempo”, es probable que te pregunte: “¿tal vez mañana o pasado?”. Si le dices “no me siento cualificado para hacer lo que me pides”, intentará aumentar tu autoestima diciendo: “estoy seguro de que podrás hacerlo”. Hay personas que pueden llegar a ser muy insistentes y persuasivas.
Por ese motivo, cuando no quieras o no estés dispuesto a hacer algo, una negativa simple suele ser la mejor opción. Recuerda que “no” es una frase completa. No es necesario dar más explicaciones.
En esas situaciones en las que una negativa resulta demasiado seca, puedes recurrir a otros tipos de no. Un “no, gracias”, es más educado que un escueto “no” pero igual de rotundo, claro y conciso. El “no puedo hacerlo” también dejará claro que no estás dispuesto a comprometerte. Mientras el “te lo agradezco, pero no lo haré”, denota que valoras la propuesta de esa persona, pero no te apetece involucrarte.
Sin embargo, después de decir “no”, es fundamental que pongas punto en boca. Ofrecer excusas y explicaciones – en especial si son largas – solo debilitará tu postura y animará a la otra persona a buscar una estrategia para que cedas.
Por supuesto, nadie dijo que decir «no» sin dar explicaciones y, al mismo tiempo, no herir u ofender a los demás fuera fácil. En algunas circunstancias, dar una negativa puede resultar difícil y hasta doloroso. Puede que al inicio te sientas culpable, pero a la larga, dominar esta habilidad compensa con creces.
Por consiguiente, la próxima vez que sepas que necesitas decir “no”, presta atención a tus prioridades y hazlo. Sin más. Te ayudará recordar que cada vez que dices “no” a algo que no es importante para ti, estás diciendo que sí a otra cosa que realmente puede marcar una diferencia en tu vida.
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