
Mucho tiempo ha pasado desde Pac-Man y Space Invaders. Hoy los videojuegos son altamente inmersivos, de manera que no solo jugamos, sino que casi podemos sentir que vivimos en ellos. Desde Call of Duty hasta Fortnite, sus gráficos e historias nos atrapan, de manera que lo que iba a ser una partida rápida se transforma en horas porque cada vez resulta más difícil despegarse de la pantalla.
La potente mezcla adictiva con la que los videojuegos nos atrapan
Nuestro cerebro está programado para anhelar una gratificación instantánea y despejar toda sombra de incertidumbre. Esa es la principal razón por la que los videojuegos son tan adictivos.
Muchos juegos incluyen intencionalmente elementos en su diseño pensados para que los jugadores se mantengan enganchados a la pantalla el mayor tiempo posible. “Las técnicas de interacción del juego, los trucos furtivos en el diseño que captan nuestra atención y no nos sueltan, son el pan de cada día para los desarrolladores que quieren que volvamos a por más”, como explican desde CyberGhostVPN.
Cada reto superado, cada nivel dejado atrás, inunda el centro de placer de nuestro cerebro con dopamina, también conocida como “la hormona del bienestar”. Los sistemas de progresión, ya sea subir de nivel, desbloquear nuevas habilidades o ganar un premio, generan una oleada de excitación temporal y fugaz.
Esa sensación de euforia que desencadena la gratificación instantánea nos empuja a querer repetir la experiencia. Es el motivo por el que retomamos una y otra vez el juego: nuestro cerebro se vuelve dependiente de esos subidones de dopamina y cuando no los tenemos, podemos experimentar síntomas muy parecidos a los de la abstinencia, sintiéndonos irritables y malhumorados.
La impredecibilidad de los premios es la guinda del pastel que cierra ese círculo. Las recompensas en los videojuegos son impredecibles, por lo que generan cierto grado de incertidumbre. Pero lejos de aborrecerla, es precisamente ese refuerzo intermitente, la posibilidad de alcanzar la recompensa en cualquier momento, lo que nos mantiene motivados buscando constantemente la próxima victoria que nos haga sentir como auténticos ganadores.
El arma secreta de los videojuegos para que no nos olvidemos de ellos
Por otra parte, los videojuegos se aseguran de que siempre los tengamos presente. Quizá se nos olviden las llaves de casa o la contraseña para entrar al correo, pero de seguro no se nos olvidará el juego en el que hemos estado inmersos últimamente.
A través de mecanismos como los bucles de recompensas o incluso enviando mensajes para activar el miedo a perdernos algo (FOMO), los videojuegos se mantienen activos en nuestra mente gracias a un fenómeno psicológico conocido como efecto Zeigarnik.
Básicamente, se refiere a nuestra propensión a recordar las tareas inacabadas o interrumpidas, en comparación con aquellas que hemos completado. Cuando nos quedamos a punto de alcanzar un logro o pasar de nivel, la naturaleza no resuelta de la tarea alimenta una compulsión a perseverar, fomentando que volvamos a jugar.
Por ese motivo, los desarrolladores de videojuegos incorporan tareas y misiones que requieren completar varias etapas, incluyen recompensas intermitentes y momentos de tensión estratégicos que mantienen a los jugadores interesados y motivados durante horas interminables.
En World of Warcraft, por ejemplo, se emplea un sofisticado sistema de misiones, algunas de varias partes y de larga duración, que anima a los jugadores a volver a por más. Candy Crush Saga también explota eficazmente el efecto Zeigarnik incluyendo numerosos niveles cortos y atractivos con una complejidad creciente, de manera que a menudo es imposible completarlos en los primeros intentos, lo que deja la tarea inconclusa y activa el deseo de completar estos niveles inacabados.
Ese tipo de estrategias psicológicas mantienen el juego activo en nuestra mente, como una tarea pendiente. La necesidad de acabar lo que iniciamos y cerrar el círculo hace que volvamos a por más, nos cueste despegarnos de la pantalla o incluso pensemos en el juego cuando estamos en otros contextos.
El factor social, jugar con los demás crea una sensación de comunidad
Más de 1,2 mil millones de personas en todo el mundo juegan en sus ordenadores, móviles, tablets, videoconsolas y otro tipo de dispositivos, de acuerdo con la Academia Nacional de Medicina de Estados Unidos. Los diseñadores de videojuegos también aprovechan ese factor social para conquistarnos y mantenernos pegados a las pantallas.
“Desde gremios a tablas de clasificación, las funciones sociales garantizan que los juegos permitan conectar con otros (mientras presumes de tus habilidades, por supuesto)”, indican en el profundo análisis sobre el sistema de interacción de los videojuegos realizado por CyberGhostVPN.
Como estamos jugando con otras personas, no podemos pausar el juego. Nuestro personaje puede morir en el primer minuto, pero también puede sobrevivir durante una ronda de 20 o 30 minutos. Y como jugamos en equipo con nuestros amigos, abandonar a mitad una partida podría hacer que todos pierdan. Para muchos jugadores, eso simplemente es impensable.
Esta dinámica social genera un sentido de comunidad y pertenencia, de manera que casi nos sentimos en la obligación de mejorar nuestras habilidades y contribuir al éxito del grupo. Ese ambiente comunitario hace que el juego deje de ser un pasatiempo solitario y se transforme en una aventura compartida y divertida que resulta aún más gratificante.
Sin olvidar el deseo de reconocimiento y estatus dentro de esas comunidades virtuales, un factor que puede convertirse en un fuerte motivador para seguir jugando. Queremos sobresalir y mostrar lo que valemos, algo que solo podemos lograr con muchas horas de juego.
Más allá del entretenimiento
Durante mucho tiempo los videojuegos se han demonizado y, si bien es cierto que tienen un componente potencialmente adictivo, su naturaleza es dual como la vida misma. Su concepción, diseño y mecanismos también provocan un estado de flujo, de manera que terminamos completamente inmersos y enfocados en el juego.
Ese estado de flujo no solo es altamente gratificante y hace que perdamos la noción del tiempo, sino que puede inducir mejoras en la atención sostenida y selectiva. De hecho, los estudios han revelado que muchos jugadores muestran una mayor capacidad de concentración y habilidad para bloquear los estímulos irrelevantes.
Los videojuegos también pueden enseñarnos una lección importante: la perseverancia tiene recompensa. Si nos esforzamos y seguimos intentándolo, probando varias estrategias, desarrollando nuevas habilidades y adquiriendo experiencia, más temprano que tarde alcanzaremos nuestro objetivo. Por ese motivo, no es extraño que investigadores de la Universidad Estatal de Florida comprobaran que los jugadores suelen ser más perseverantes en sus metas.
En esa misma dirección, psicólogos de la Universidad Radboud de Nimega constataron que los jugadores reconocen que la propia dinámica de los videojuegos los ayuda a afrontar mejor el estrés y las frustraciones en su día a día.
Por tanto, los videojuegos no son un enemigo sino una actividad lúdica más. Son un pasatiempo que podemos disfrutar y usar para sentirnos mejor o incluso conectar con personas que compartan nuestras aficiones, siempre que sepamos dosificarlos y no caigamos en sus trampas para mantenernos enganchados más allá de lo saludable y recomendable.
Referencias Bibliográficas:
Palaus, M. et. Al. (2017) Neural Basis of Video Gaming: A Systematic Review. Front. Hum. Neurosci.; 11: 10.3389.
Granic, I., Lobel, A., & Engels, R. C. M. E. (2014) The benefits of playing video games. American Psychologist; 69(1): 66–78.
Ventura, M. et. Al. (2013) The relationship between video game use and a performance-based measure of persistence. Computers & Education; 60(1): 52–58.
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