Tu forma de escribir puede abrirte puertas… o cerrarlas. La escritura no es solo un medio de comunicación, también es tu manera de presentarte ante el mundo. Desde un ensayo académico que te permita destacar en clase, hasta esa carta de presentación que decidirá tu próximo empleo o incluso un proyecto profesional que puede cambiar tu carrera, escribir bien ya no es opcional, se ha convertido en una habilidad esencial para triunfar.
¿La buena noticia? No necesitas esperar a que las musas toquen a tu puerta. La Psicología y las Neurociencias pueden ayudarte a dar forma a tus palabras para que tengan un impacto más positivo y logres tus objetivos.
¿Cómo escribir bien? Los secretos del cerebro para transmitir ideas con claridad
La escritura es un arte. No cabe dudas. Pero también es ciencia y, sobre todo, ciencia psicológica. No importa cuán bien domines la gramática o cuán extenso sea tu vocabulario, si no logras hilvanar tus ideas y conectar con los lectores, tu esfuerzo caerá en saco roto. Escribir es mucho más que juntar palabras. Es organizar tus pensamientos, ponerte en el lugar de quien te leerá e incluso lidiar con tus inseguridades.
1. Si puedes decirlo en 10 palabras, no uses 100
“Lo simple puede ser más difícil que lo complejo”, afirmaba Steve Jobs, que estaba obsesionado con simplificar todo para llevarlo a su mínima expresión. A la hora de escribir, también debes seguir su consejo: sintetiza.
Más no siempre es mejor. Recuerda que los lectores son cada vez más impacientes, por lo que si deseas que tus ideas lleguen de forma clara, resúmelas todo lo que puedas para que no los pierdas a lo largo del camino.
¿Cómo solucionarlo? Cuando te sientes a escribir, ya sea un ensayo, un artículo científico o tu currículo, descubrirás que es más fácil seguir escribiendo que editar. Por eso es probable que añadas más y más palabras, hasta acabar con un papiro. La solución es sencilla: cuando termines, revisa lo que has escrito y elimina todo lo redundante y que no aporte valor.
2. Las frases cortas impactan, las largas aburren
Las oraciones largas hacen que los lectores tengan que esforzarse más para entender su significado. Pierden el hilo del discurso y se ven obligados a volver sobre sus pasos, lo que hace que el contenido se vuelva denso.
Las investigaciones han demostrado que cuando las oraciones tienen una media de 14 palabras, los lectores comprenden el 90%. En cambio, con 43 palabras la comprensión cae a menos del 10%. Por eso se recomienda que cada frase oscile entre las 15 y 20 palabras, sin superar las 35. Como dijera Albert Einstein: “si no puedes explicarlo de forma sencilla, es que no lo has entendido bien”.
¿Cómo solucionarlo? Las oraciones demasiado largas suelen deberse a que mientras escribes se te ocurren nuevas ideas, pero debes asegurarte de dividirlas en unidades más cortas. Básicamente, inspírate más en el estilo de Hemingway y menos en el de Víctor Hugo.
3. La positividad es sencilla, el pesimismo complejo
No se trata de convertirte en un fanático del pensamiento positivo, sino de comprender que a nuestro cerebro le cuesta procesar las frases negativas. Por ejemplo, es más difícil comprender: “parece que no hay nada sospechoso en el camino” que “el camino parece seguro”.
De hecho, neurocientíficos de la Universidad de Aarhus constataron que las oraciones afirmativas y negativas activan diferentes áreas del cerebro. También comprobaron que los tiempos de respuesta a las frases negativas son mayores, lo que indica que son más complejas de procesar.
¿Cómo solucionarlo? Presta atención a las oraciones negativas que incluyan palabras como “no, nadie, nada, nunca o jamás”. Si las encuentras, busca otra manera de expresar esa idea usando frases afirmativas.
4. “Más o menos” no convence a nadie
Palabras como “generalmente”, “la mayoría” o “más o menos” le restan fuerza a tu contenido, sobre todo si se trata de un ensayo o un artículo académico. Es probable que las uses para matizar o evitar hacer una declaración demasiado atrevida, pero asegúrate de que tu texto no esté plagado de ellas.
También debes evitar las palabras ambiguas; o sea, las que poseen varios significados o acepciones que no quedan muy claras al lector. Investigadores de la Universidad de California descubrieron que las palabras ambiguas o muy generales se procesan de manera diferente y provocan más negatividad a nivel cerebral.
¿Cómo solucionarlo? Borra esas palabras vagas y relee la oración. Si te parece demasiado contundente, piensa en otra manera de expresar esa idea. En vez de referirte a “una mayoría”, por ejemplo, podrías indicar el porcentaje exacto. Tardarás más, pero el resultado será más claro y profesional.
5. Citar datos es útil, pero no marees con ellos
En un mundo donde casi todo está en entredicho y la desinformación campa a sus anchas, aportar datos y cifras es cada vez más importante. De hecho, los números ejercen un gran poder psicológico porque gozan de un inmenso prestigio social.
Pensamos que las estadísticas son fiables, asépticas y objetivas. Tanto es así que, en el mundo del periodismo, las noticias que contienen cifras son percibidas como más creíbles, fiables y convincentes, según un estudio de la Universidad de Leiden. Sin embargo, tampoco es conveniente que llenes tu ensayo o artículo de números porque a nadie le apetece leer un informe estadístico.
¿Cómo solucionarlo? Utiliza solo los datos que sirvan para respaldar tu argumento. Si tienes mucha información, elige la más significativa y no olvides ponerla en contexto para que los lectores puedan comprender la verdadera magnitud de los números que citas.
6. No entierres tus mejores ideas, hazlas brillar cuanto antes
Ya se trate de un artículo, una carta de presentación, un plan de negocios, una novela o un ensayo, solo dispones de unas pocas oraciones para captar la atención del lector y despertar su interés. Por tanto, elige cuidadosamente esas primeras frases: cerciórate de que generen curiosidad y enganchen.
También es clave presentar rápidamente tu argumento principal. Si escondes tus mejores ideas tras un montón de texto, es probable que el lector pierda el interés y no llegue hasta el final, por lo que perderás la oportunidad para transmitir tu mensaje.
¿Cómo solucionarlo? A todos nos han enseñado a escribir de manera deductiva; o sea, ir presentando los argumentos de lo más general a lo específico hasta llegar a las conclusiones. Una alternativa mejor es terminar el texto y reescribir la introducción en base a las conclusiones. Así tus declaraciones iniciales serán más interesantes.
7. Un ejemplo vale más que mil explicaciones
Un texto sin ejemplos suele ser aburrido y a menudo es difícil de comprender. Los ejemplos hacen que las palabras cobren vida y facilitan la contextualización. Un artículo psicológico que cita casos puede ser más útil que una larga disertación teórica.
Los ejemplos clarifican las afirmaciones, brindan más información a los lectores y reducen las posibilidades de que tu idea se interprete o aplique incorrectamente. También son una herramienta útil para comprender conceptos desconocidos o complejos, y suelen ser más fáciles de recordar.
¿Cómo solucionarlo? Usa ejemplos de tu práctica o de tu investigación. Insértalos a lo largo del texto para facilitar la comprensión de las ideas más complicadas. Quizá vayas más lento, pero mejorará considerablemente tu presentación. Y si no tienes un ejemplo real, recurre a uno hipotético.
En un mundo donde nos comunicamos cada vez más de manera digital, las palabras escritas recobran protagonismo. Pero no se trata de escribir más, se trata de escribir mejor. Confucio decía que “una voz fuerte no puede competir con una voz clara, aunque esta sea un simple murmullo”. Porque al final, escribir bien no va de llenar espacio, sino de conectar y persuadir. Y una voz clara siempre se escuchará mejor.
Referencias Bibliográficas:
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