“Sucede que me canso de ser hombre”, escribía Pablo Neruda en Walking Around. “No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas, vacilante, extendido, tiritando de sueño […] absorbiendo y pensando, comiendo cada día”.
Su cansancio vital es algo con lo que podemos sentirnos identificados en una sociedad que ha impuesto la competitividad y la productividad como estandartes. La misma sociedad donde los problemas de salud mental se acrecientan a la par de la carga de trabajo y las presiones, generando una necesidad cada vez más imperiosa de pararlo todo.
Confundir la autoexplotación con la libertad
Las sociedades, en sí mismas, no son más que estructuras de comportamientos organizados que nos permiten interactuar a diario con cierto nivel de automatismo, como explicara la socióloga Alejandra Nuño. Por ese motivo, muchas de nuestras rutinas cotidianas transcurren sin pensar.
Cada día, apenas nos levantamos, asumimos diferentes roles que contribuyen a mantener ese orden social. Lo hacemos automáticamente y seguimos así, empujándonos siempre un poco más para poder con todo y evitar que todo nos pueda. Así continuamos adelante, viviendo en piloto automático durante gran parte del día, que luego se transforma en semanas, meses y años.
Hemos introyectado la competitividad y la productividad hasta el punto de llevar a cuestas nuestro propio campo de trabajos forzados, como dijera el filósofo Byung-Chul Han en su libro “La sociedad del cansancio”.
Pensándonos libres, asumimos las reglas de un juego en las que llevamos las de perder porque “la sociedad del rendimiento es simplemente la sociedad de la autoexplotación”, según Han. Solo que “la coerción externa es reemplazada por una autocoerción, que se hace pasar por libertad”.
De esta forma, terminamos exigiéndonos demasiado. Cuando “el exceso de trabajo y rendimiento se agudiza y se convierte en autoexplotación”, termina afectando nuestra salud mental. Y, por si fuera poco, cegados por los destellos de un optimismo tóxico, se espera que afrontemos todos esos retos que nos desgastan con una sonrisa en el rostro. Se espera que camuflemos la precariedad laboral con la motivación y las obligaciones con el entusiasmo.
Obviamente, esa coerción que nos imponemos termina siendo destructiva y patológica. No tiene sentido pensar que el ritmo productivo que hemos alcanzado es señal de progreso si nos obliga a consumir psicofármacos para poder seguir produciendo hasta la extenuación.
El dilema moderno: si paras se rompe todo, si sigues te rompes tú
El ser humano tiene que agotarse. Por supuesto. Es parte de nuestra naturaleza. El agotamiento no es malo cuando se acompaña de la satisfacción del trabajo bien hecho y de esa profunda paz que anima al descanso. El problema es el agotamiento que crispa los nervios, genera frustración y se acompaña de la insatisfacción. Ese tipo de agotamiento estructural, producto del sobreesfuerzo continuo, nos impide descansar, condenándonos a un estado de estrés continuo.
Nuestra naturaleza debe ser resistente y resiliente. Nadie lo pone en duda, pero siempre y cuando se acople al ritmo de la vida humana, al paso que impone nuestro equilibro y cuyos límites vienen marcados por nuestro cuerpo y nuestra mente, no por la sociedad de consumo o de la productividad a toda costa.
Por esa razón, “la desaceleración no basta, necesitamos una nueva forma de vida que nos redima del desenfrenado estancamiento”, de la insatisfacción vital y del cansancio del alma, que es precisamente por lo que aboga Han.
La vida es vida solo cuando se vive, y a veces vivir conlleva inquietud y agotamiento, pero esa no puede ser la norma. Es necesario producir a favor de la vida y no en contra de ella. Por eso, quizá deberíamos tomarnos un descanso de nosotros mismos para recomponernos.
Tomar un respiro de nuestras rutinas.
Revalorarlas.
Poner bajo la lupa lo que hacemos, asumiendo la distancia psicológica necesaria para reflexionar sobre nuestros hábitos y metas en la vida.
Así evitaremos llegar al punto en el que tengamos que decidir: o paramos y se rompe todo o seguimos y nos rompemos nosotros.
Referencias Bibliográficas:
Nuño, A. (2022) ¿Necesitamos descansar de nosotros mismos? En: Ethic.
Han, B (2012) La sociedad del cansancio. Herder: Argentina.
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