Cuentan que cuando los rusos constataron el avance del II SS Cuerpo Panzer de las Waffen-SS alemanas, colocaron dinamita en la finca de la familia Tolstói, en Yásnaia Poliana, y en la tumba del célebre escritor, para que no usurparan el sitio. Sin embargo, no se atrevieron a dinamitarla.
Heinz Wilhelm Guderian, el general nazi al mando de aquella columna blindada, tampoco se atrevió. Conocedor del lugar donde se encontraba, ordenó retirar las minas enemigas para preservar aquel sitio. Y es que León Tolstói sigue despertando tanta admiración hoy como generó en algunos círculos en su vida.
Llamado a ser un joven ocioso de la aristocracia rusa, su existencia cambió de la mano de la literatura, hasta terminar convirtiéndose en uno de los pensadores más influyentes del siglo XIX, algo que las mentes más limitadas de la época nunca le perdonarían.
La crisis existencial que marcaría un antes y un después
Hijo de nobles rusos y huérfano desde la infancia, León Tolstói abandonó dos carreras universitarias y, liberado ya de la presión por estudiar algo que no le interesaba, se dio a la vida ociosa en Moscú y San Petersburgo para terminar yendo con su hermano mayor al frente de batalla en el Cáucaso.
Asqueado por la guerra, comenzó a escribir y se retiró a cultivar su finca y educar a los hijos de los campesinos. Ya casado, con hijos y varios libros escritos a sus espaldas, Tolstói se adentró en los 50 años con una crisis existencial en toda regla.
Curiosamente, a medida que aumentaba su notoriedad pública, el escritor sentía que su propósito en la vida disminuía, algo que lo hundió en un estado de profunda depresión y melancolía.
Nada le satisfacía. Todo le parecía vacío. Comenzó a cuestionarse quién era y qué sentido tenía su vida. Se sentía tan perdido que incluso pensó en el suicidio. Buscó la respuesta por todas partes, desde la ciencia y la fe hasta en la filosofía, pero al no encontrarla se propuso mirar dentro de sí.
Así nació el León Tolstói filósofo que criticó tanto a la religión como a los gobernantes, que propuso la vía de la no violencia y la resistencia pacífica como alternativas para cambiar el estado de las cosas mientras abrazaba el vegetarianismo y criticaba la hipocresía de la mayoría de los movimientos sociales que en realidad «destruyen el bienestar y el alma humana«.
Las cuatro maneras de afrontar la vida
Tolstói era un agudo observador del alma humana, así que cuando comenzó a preguntarse cómo vivir con propósito y qué sentido tenía la vida, volvió sus ojos hacia quienes lo rodeaban en busca de respuestas. “Descubrí que para las personas de mi círculo había cuatro maneras de salir de la terrible situación en la que todos nos encontramos”, escribió refiriéndose a la conciencia de nuestra mortalidad y al sentido de nuestros días.
- Ignorancia. En este grupo, el escritor colocaba a las personas que elegían no saber y no comprender, aquellas que abrazaban lo que podría llamarse una «ignorancia motivada«. Eran quienes preferían cerrar los ojos ante las preguntas elementales de la existencia y se asentaban cómodamente en el desconocimiento.
- Epicureísmo. Son quienes prefieren enfocarse en lo positivo, a pesar de ser conscientes de lo negativo, asumiendo una especie de optimismo naïve. Tolstoi consideraba que la mayoría de la gente opta por esta vía al no cuestionarse nada y limitarse a aprovechar el momento. “Su embotamiento moral les permite olvidar que la ventaja de su posición es accidental… y que el accidente que hoy me ha convertido en un Salomón puede convertirme mañana en un esclavo de Salomón”, como las calificara el escritor.
- Fuerza y la energía. Son personas que “queman” la vida. Se trata de gente excepcionalmente fuerte y resiliente que, aunque comprenden perfectamente los problemas de la existencia humana, prefieren vivir rápidamente, quemando etapas y optando por soluciones drásticas sin reflexionar demasiado sobre las consecuencias ya que están convencidas de que es mejor poner vida a los años que añadir años a la vida.
- Debilidad. “Consiste en ver la verdad de la situación y, sin embargo, aferrarse a la vida”, escribió Tolstói. Este tipo de personas esperan que se produzca una especie de rescate divino o que se abra antes ellas como por arte de magia una vía de escape. Aunque no le encuentran sentido a la vida y no se sienten satisfechas, siguen adelante en piloto automático. De hecho, esa era la posición con la que se identificaba el propio escritor. Tolstói se sentía perdido y sin fuerzas.
La quinta vía sustentada en los 5 pilares para vivir con propósito
Atenazado por sus preguntas existenciales, Tolstói descubrió la “solución” en quienes vivían de la manera más sencilla, pura, feliz y satisfactoria. De ellos extrajo grandes aprendizajes que le ayudarían a encontrar el sentido de la vida y lo guiarían durante los años venideros:
1. Comprender que la razón tiene límites
Tolstói concluyó que “el conocimiento razonable no da el sentido de la vida, sino que la excluye”. En este punto llegó a un dilema: “O lo que llamé razón no era tan racional como suponía, o lo que me parecía irracional no era tan irracional como suponía”.
No es que el escritor negara la importancia de la razón, pero al igual que muchas corrientes filosóficas orientales, se dio cuenta de que las cosas más importantes se experimentan y muchas veces ni siquiera se pueden poner en palabras. Se refería a la necesidad de vivenciar (más que comprender) el sentido de la vida, algo que no se puede encontrar únicamente a través de diatribas lógicas sino sumergiéndose en la experiencia.
2. Buscar dentro de uno mismo
Tras buscar respuestas en las religiones, la ciencia y la filosofía, León Tolstói concluyó que el despertar espiritual y la transformación interior solo pueden provenir de dentro, de ese proceso de introspección que nos lleva a plantearnos las preguntas adecuadas y nos empuja a emprender un viaje de descubrimiento único.
El escritor creía que la verdadera realización y el propósito de la vida se podían encontrar a través de una conexión profunda con el ser interior. Las respuestas no están fuera, sino dentro de nosotros, esperando a que nos atrevamos a emprender ese viaje de autodescubrimiento.
3. Encontrar la espiritualidad
Tolstói concluyó que podemos vivir plenamente gracias a la fe: “Ella sola da a la humanidad una respuesta a las preguntas de la vida y, en consecuencia, la hace posible”. Sin embargo, el escritor excomulgado por la Iglesia Ortodoxa Rusa por su feroz crítica a la religión y su revisión de los Evangelios, no se refería a la religión en su sentido más estricto.
Para Tolstói cualquiera que sea la fe, “da a la existencia finita del hombre un significado infinito, un significado que no es destruido por los sufrimientos, las privaciones o la muerte”. Creía que “la fe no es simplemente ‘la evidencia de lo que no se ve’ o una revelación, no es sólo un acuerdo con lo que se le ha dicho a uno, sino […] la fuerza de la vida”. Eso que “conecta lo finito con lo infinito”. Por tanto, la fe tolstoiana no es una religión sino una profunda convicción espiritual de la que emana nuestra fuerza.
4. Aprender a aceptar
Tolstói también encontró en la forma de vida sencilla de quienes lo rodeaban un ethos que entronca con la filosofía budista de la aceptación: “Entendí que, si quiero comprender la vida y su significado, no debo vivir la vida de un parásito, sino que debo vivir una vida real […] fundiéndome en esa vida”.
El escritor abrazó su “destino”. Comprendió la importancia de aplicar la aceptación radical y no oponer resistencia a los acontecimientos, desarrollando en su lugar una tranquila y firme convicción de que todo iría como debe ir. Como escribiera: “La verdadera vida se vive cuando ocurren pequeños cambios”. Fue en la aceptación donde encontró la paz espiritual que necesitaba para disipar sus nubarrones existenciales.
5. Abrazar la simplicidad
El Tolstói maduro no era el joven que compró tierras en Baskiria a precios sumamente bajos para hacer negocio, una decisión que luego lo atormentaría y de la que dejó constancia en “Cuánta tierra necesita un hombre”, el mejor cuento que se ha escrito, según James Joyce.
En contraste con lo que había visto en su círculo privilegiado y lo que él mismo había vivido – donde toda la vida transcurría entre ociosidad y diversión, pero también con mucha insatisfacción – Tolstói hizo suya la simplicidad y comenzó a practicar el desapego de las posesiones materiales.
Comprendió que para vivir con propósito debemos dejar de aferrarnos a las cosas y llevar una vida más minimalista en contacto con la naturaleza. Como escribiera: «hay quien cruza el bosque y sólo ve leña para el fuego«. Enfocarnos en lo verdaderamente importante nos aleja de las banales elucubraciones mentales y problemas que no son tales mientras nos acerca a una vida más contemplativa y significativa. Cuando dejamos de perseguir las posesiones materiales o el estatus social tenemos más tiempo para desarrollarnos como persona y encontrar la satisfacción interior con lo que tenemos a nuestro alcance.
A Tolstói le negaron el primer Premio Nobel por su postura anarco cristiana, pero el escritor no se inmutó demasiado con el desaire, que sí inflamó a muchos de los escritores de su tiempo. De hecho, todo parece indicar que abrazar esa vida de simplicidad y desapego al final le compensó porque se afirma que en su lecho de muerte, sus últimas palabras fueron: “amo a todos”.
Fuentes:
Perrett, R. W. (1985) Tolstoy, Death and the Meaning of Life. Philosophy; 60(232):
231-245.
Flew, A. (1963) Tolstoi and the Meaning of Life. Ethics; 73(2): 110-118.
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