“Si la felicidad siempre depende de algo que esperas en el futuro, estarás persiguiendo una utopía que siempre se te escapará, hasta que el futuro, y tú mismo, desaparezcan en el abismo de la muerte”, escribió el filósofo Alan Watts. Y, sin embargo, nos cuesta mucho vivir en el presente sin pensar en el futuro. La perspectiva del mañana no nos abandona, sino que acapara gran parte de nuestra atención para avisarnos de todos los problemas, inconvenientes y obstáculos que podemos encontrar o para recordarnos todo lo que aún no hemos hecho.
Sin embargo, “a menos que seas capaz de vivir plenamente en el presente, el futuro es un engaño. No tiene ningún sentido hacer planes para un futuro que nunca podrás disfrutar porque cuando tus planes maduren seguirás viviendo en un futuro más allá. Nunca podrás tumbarte y decir con total satisfacción: ‘¡Ahora voy a disfrutar!’ La educación te ha privado de esa capacidad porque te estaba preparando para el futuro en vez de mostrarte cómo estar vivo ahora”, advirtió Watts.
Con la vista puesta en el mañana, olvidamos cómo vivir el presente
“Vivimos en una cultura completamente hipnotizada por la ilusión del tiempo, en la que el llamado momento presente se siente únicamente como un instante infinitesimal entre un pasado todopoderosamente causal y un futuro absorbentemente importante. No tenemos presente. Nuestra conciencia está casi completamente preocupada por la memoria y la expectativa. No nos damos cuenta de que nunca hubo, hay ni habrá otra experiencia que la presente. Como resultado, hemos perdido el contacto con la realidad. Confundimos el mundo del que se habla, se describe y se mide con el mundo que realmente es”.
Por desgracia, nuestra sociedad nos educa para tener la vista puesta siempre en el futuro. Nos enseña a plantearnos metas, siempre más ambiciosas, de manera que ni siquiera nos deja tiempo para disfrutar de nuestros logros porque inmediatamente comenzamos a mirar más allá. Sumergidos en ese horizonte escurridizo, nos resulta imposible estar plenamente presentes para disfrutar el “aquí y ahora”.
Cuando nos centramos en alcanzar nuestras metas, nuestro mundo se reduce, es como si entráramos en un túnel que nos impide ver lo que hay fuera porque pasamos gran parte del tiempo mirando a la luz/meta que se dibuja en el horizonte. De esa manera olvidamos vivir el presente, nuestra mente siempre está en otra parte que se nos antoja más importante y urgente que el aquí y ahora. Como resultado, no es extraño que terminemos desconectados de nuestra realidad, comportándonos de manera desadaptativa, lo cual termina causándonos más problemas de los que resuelve.
Watts explica que “ese es el dilema humano: pagamos un precio por cada aumento de conciencia. Al recordar el pasado podemos planificar el futuro. Pero la capacidad de planificar para el futuro se ve contrarrestada por la ‘capacidad’ de temer al dolor y a lo desconocido. Además, el desarrollo de un sentido del pasado y del futuro nos da un vago sentido del presente. En otras palabras, parece que llegamos a un punto en el que las ventajas de ser conscientes se ven superadas por sus desventajas, en el que la sensibilidad extrema nos vuelve inadaptados”.
Ser, la clave para vivir el presente sin obsesionarse con el futuro
La mayoría de las personas no se plantean metas más ambiciosas simplemente para crecer, ampliar su zona de confort y ponerse a prueba, sino que se identifican con sus logros y los usan como una “tarjeta de presentación” para justificar su existencia.
La sociedad del rendimiento nos “obliga”, de cierta forma, a excusar nuestra existencia mostrando los resultados que hemos alcanzado. No valemos por lo que somos, valemos por lo que logramos. Esa mentalidad nos empuja a mirar al futuro continuamente, olvidándonos del presente. Nos empuja a hacer y planear, haciendo que nos olvidemos de ser y estar.
Para escapar de esa mentalidad, Watts explica que debemos comprender que “el sentido de la vida es simplemente estar vivo. Es muy claro, obvio y simple. Sin embargo, todo el mundo corre presa del pánico como si fuera necesario alcanzar algo más allá de sí mismos”. Necesitamos ser conscientes de que “solo temenos el ahora. No viene de ninguna parte ni va a ninguna parte. No es permanente, sino impermanente”, y eso significa que para aprovecharlo tenemos que aprender a vivir el presente imbuyéndonos en la experiencia actual.
No obstante, es importante tener en cuenta que “existen dos maneras de entender una experiencia. La primera es compararla con los recuerdos de otras experiencias, y así etiquetarla y definirla. Eso significa interpretarla de acuerdo con los recuerdos y el pasado. La segunda es ser consciente de lo que sucede tal como es, como cuando, imbuidos en una alegría intensa, olvidamos el pasado y el futuro, dejamos que el presente lo llene todo, y así ni siquiera nos detenemos a pensar: ‘soy feliz’”.
Por tanto, para vivir el presente sin pensar en el futuro continuamente, debemos aprender a ser y estar. El secreto radica en comprometernos con el aquí y ahora, siendo conscientes de que esa constelación de instantes fugaces es todo lo que tenemos para disfrutar de la vida.
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