La compensación es un mecanismo de defensa que todos usamos, a menudo sin darnos cuenta. De hecho, la compensación positiva nos puede ayudar a superar nuestras dificultades y deficiencias alcanzando un nivel de funcionamiento óptimo, pero la compensación negativa puede reforzar un sentimiento de inferioridad que termina siendo muy dañino y nos impide crecer como personas. La manera en que usemos la compensación determinará si se trata de un mecanismo de defensa dañino o una estrategia de optimización inteligente.
¿Qué es la compensación en Psicología?
En Psicología, la compensación es un mecanismo que usamos para equilibrar nuestro rendimiento y/o la imagen que tenemos de nosotros mismos o que queremos proyectar. Desarrollamos determinadas cualidades, competencias y fortalezas para compensar nuestras deficiencias o debilidades, ya sean reales o imaginarias.
Sigmund Freud fue un paso más allá. Según su teoría psicoanalítica, la compensación sería un mecanismo de defensa que nos impide darnos cuenta de nuestras deficiencias y debilidades. En cambio, Alfred Adler tenía otro concepto de compensación puesto que la veía como un esfuerzo natural en todas las personas dirigido a superar su complejo de inferioridad.
Lo cierto es que los ejemplos de compensación cotidianos no faltan. Muchas personas excesivamente volcadas en su trabajo pueden estar compensando una vida familiar o social profundamente insatisfactoria. Personas obsesionadas con su físico pueden estar compensando sus escasos logros profesionales. Un fumador puede compensar su mal hábito intentando comer sano y haciendo ejercicio. Una persona que siente que no tiene control sobre su vida puede compensarlo intentando controlar a los demás.
Centrarse en esa “fortaleza” les hace sentir particularmente orgullosos y les ayuda a olvidar o esconder las “sombras” de las que se avergüenzan. Así pueden mantener una imagen positiva de sí mismos. Sin embargo, esa imagen es muy frágil y vulnerable.
De la compensación a la sobrecompensación
La compensación en sí misma no es un problema. De hecho, nuestro cerebro está programado de manera natural para compensar las pérdidas de las funciones que puedan producirse debido a una lesión o enfermedad. El concepto de reserva cognitiva hace referencia precisamente a la plasticidad funcional de nuestro cerebro, la cual permitiría a las neuronas reestructurarse para suplir las funciones que desempeñaba el tejido dañado o destruido.
El fenómeno de la optimización selectiva con compensación es otro un ejemplo de compensación positiva muy interesante. Consiste en la tendencia natural a recurrir cada vez más a la experiencia optimizando, seleccionando y aplicando las estrategias más eficaces para compensar los déficits propios de la edad. De hecho, las personas que son capaces de poner en práctica la optimización selectiva envejecen mejor y siguen siendo productivas y eficaces.
Eso significa que la compensación, en sí misma, no es un proceso negativo. Al contrario, tiene una enorme importancia funcional ya que nos ayuda a afrontar las demandas del medio de manera más adaptativa, haciendo un uso más eficiente de nuestros recursos cognitivos.
El problema comienza cuando no reconocemos conscientemente nuestras debilidades o deficiencias e intentamos ocultárnoslas desarrollando otras competencias y fortalezas con las cuales aumentar artificialmente nuestra autoestima.
El problema se produce cuando pasamos de la compensación a la sobrecompensación. En práctica, el comportamiento sustituto excede lo que sería necesario para compensar la deficiencia. En esos casos podemos terminar obsesionados con desarrollar determinada capacidad o talento y le conferimos una importancia excesiva en la vida.
La compensación se convierte en un mecanismo de defensa dañino cuando la usamos como una estrategia psicológica para esconder deficiencias, frustraciones, tensiones o impulsos que no queremos reconocer redirigiendo esa energía hacia los logros que hemos alcanzando en otras áreas. En práctica, es como si solo viéramos una parte de nuestro «yo» cerrando los ojos a la parte que nos desagrada y no queremos reconocer.
En esos casos, no es inusual que la sobrecompensación conduzca a comportamiento narcisistas o prepotentes en determinadas áreas en las que la persona quiere “imponerse” para compensar sus zonas de sombra. De hecho, este tipo de compensación conduce a la búsqueda de la superioridad, de manera que a menudo desencadena luchas por el poder y el dominio en las relaciones interpersonales.
Diferentes estudios también han relacionado el mecanismo de defensa de compensación con los trastornos depresivos. No es extraño si tenemos en cuenta que todos los contenidos psicológicos reprimidos en realidad siguen ejerciendo una presión desde el inconsciente que puede terminar desestabilizándonos. Debemos recordar que ignorar nuestras sombras no hará que desaparezcan.
Conciencia y aceptación, las claves para compensar bien
La compensación puede ser una estrategia psicológica muy valiosa, pero debe partir de un proceso de introspección profundo que nos desvele nuestras luces y sombras. Compensar lo que nos falta es inteligente, pero siempre que seamos conscientes de nuestras carencias y las aceptemos como parte integral de nuestra identidad.
A fin de cuentas, no somos únicamente nuestros logros sino también nuestros fracasos. Estamos formados por nuestras fortalezas y debilidades. Esa dualidad no nos hace menos, al contrario, nos convierte en personas más equilibradas. El desequilibrio se produce precisamente cuando intentamos sobrecompensar. Entonces inclinamos peligrosamente la balanza en un solo sentido. Por tanto, necesitamos aprender a compensar desde la aceptación de nuestras vulnerabilidades, fallos y sombras.
Fuentes:
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