Las opiniones vuelan cuan dardos envenenados. Los ataques ad hominem se convierten en pan cotidiano. La reactividad aflora en una sociedad que parece cada vez más sensible e intransigente.
Gran parte de los ataques cotidianos que se producen en las redes sociales, la ira desenfrenada que suscitan algunas palabras o la condena a ciertos escritos en realidad tienen una explicación sencilla: la falta de comprensión lectora. Vivimos en una sociedad que comprende cada vez menos y opina cada vez más.
La comprensión lectora en caída libre
Cada cierto tiempo, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) analiza el nivel de desarrollo intelectual de las personas que viven en los 38 países que la componen y elabora el informe “Panorama de las Habilidades”. Una de las habilidades analizadas es la comprensión lectora.
La comprensión lectora es la capacidad que nos permite entender, evaluar y usar de manera consciente los textos escritos para participar en la sociedad de manera eficaz, lograr nuestros objetivos o simplemente ampliar nuestro conocimiento y desplegar nuestras potencialidades.
La comprensión lectora incluye asimismo otras habilidades más simples, desde decodificar las palabras y las frases escritas hasta comprenderlas, interpretarlas y evaluarlas. Para ello, necesitamos poner en marcha procesos complejos de pensamiento como la síntesis, análisis, comparación, generalización e inferencias.
Sin embargo, hace tiempo que nuestra comprensión lectora está en caída libre. Los resultados del último informe de la OCDE mostraron que en la mayoría de los países hay proporciones alarmantes de adultos con un dominio muy bajo del lenguaje.
Apenas el 0,7% de los adultos tiene un nivel de comprensión lectora elevado; o sea, es “capaz de integrar información de diferentes textos, sintetizar ideas o puntos de vista similares o contradictorios, evaluar argumentos basados en las evidencias. Evaluar la fiabilidad y las fuentes de la información, así como detectar recursos retóricos o hacer inferencias”.
En cambio, entre el 4,9 y el 27,7% de los adultos muestran un nivel de competencia extremadamente básico, aunque existen diferencias entre los países. España e Italia se encuentran a la cola, con las peores puntuaciones.
En España, por ejemplo, el 7,2% de los adultos tienen un nivel de comprensión lectora muy bajo, seguida de Italia (5,5%) y Francia (5,3%). Naciones como Estados Unidos y Reino Unido también se hallan por debajo de la media en comprensión lectora.
Esas personas solo son capaces de leer y entender textos breves sobre temas que les resulten familiares. Y solo pueden responder a preguntas sobre la lectura si encuentran las respuestas textuales, lo cual significa que no se produce un verdadero procesamiento de la información.
Leemos menos, más rápido y de manera más superficial
Un estudio realizado por el Pew Research Center reveló que casi un tercio de los estadounidenses adultos no leyó un libro completo en el último año. Para poner estas cifras en perspectiva basta pensar que triplican los números reportados en 1978. O sea, en 1978 las personas leían mucho más que ahora.
Por supuesto, el hecho de que la comprensión lectora esté disminuyendo no significa que la gente no sepa leer o no esté leyendo. Después de todo, ahora leemos más correos electrónicos, mensajes de texto, páginas web y artículos breves en los medios digitales.
Sin embargo, no es lo mismo.
Un estudio desarrollado en la Showa University School of Medicine reveló que los estudiantes tienen un rendimiento mejor en las pruebas de lectura cuando leen el pasaje en papel, en vez de usar un smartphone, independientemente del tipo de información.
Estos investigadores descubrieron que leer en un smartphone genera una actividad prefrontal más elevada, lo que podría indicar una mayor carga cognitiva; o sea, demanda más esfuerzo que la lectura en papel.
Sin duda, la tecnología ha cambiado nuestros hábitos de lectura. Quizá leemos más, pero de manera más superficial. Saltamos de un medio a otro, de una noticia a otra, de un comentario a otro… Nos quedamos con el título y leemos por encima la información, creyendo que nos hemos informado o captado el punto de vista del autor cuando realmente no es así. De hecho, una investigación realizada en la Universidad de Texas comprobó que compartir un artículo en las redes sociales nos hace sentir más informados, aunque ni siquiera lo hayamos leído.
La interactividad de los medios digitales y los continuos estímulos a los que nos exponemos en la red a menudo nos llevan a otros sitios, haciendo que perdamos el hilo de lo que estábamos leyendo para caer en una especie de agujero negro informativo. Esa rapidez al consumir información nos impide procesarla adecuadamente. Es como si añadiéramos continuamente datos sin preocuparnos por evaluar su fiabilidad o darles un sentido. Consumimos información pero no la convertimos en conocimiento.
No obstante, toda la culpa no es de la tecnología.
Pereza cognitiva, reactividad emocional y falta de empatía: el cóctel explosivo de la ignorancia
Los problemas de comprensión lectora no se deben únicamente al mal uso de la tecnología. Faltaría más. También tienen una raíz social. Vivimos en un mundo acelerado donde se premia la inmediatez, de manera que a veces sentimos que no tenemos tiempo para leer todo un artículo, informarnos a profundidad o profundizar en el contexto.
Así nos sumimos en la pereza cognitiva.
Pensar requiere esfuerzo y tiempo, por lo que a menudo simplemente nos dejamos llevar por los patrones mentales ya establecidos. No nos esforzamos por comprender. Y cuanto más complejos sean los temas, más se agudiza esa pereza y más atajos mentales tomamos.
Así va disminuyendo el deseo y la capacidad de leer textos más largos y sofisticados, así como de comprender las ideas que intentan transmitir los autores. Perdemos la capacidad para ponernos en el lugar del escritor e intentar entender lo que ha querido decir.
Aunque al leer un texto no podemos escapar del influjo de nuestras experiencias y de nuestra manera de comprender la vida, en los últimos tiempos hemos perdido la empatía lectora necesaria para entender a quien escribe. Así terminamos rompiendo los puentes del diálogo que permiten crear la complicidad imprescindible entre el autor y el lector.
Ya ni siquiera nos preguntamos si hemos entendido bien o podríamos haber malinterpretado las palabras, simplemente convertimos nuestra opinión – que siempre será sesgada puesto que no conocemos la realidad del autor – en un juicio crítico con el que lapidamos o ensalzamos públicamente.
Y lo peor de todo es que esa reactividad generalmente solo se basa en trozos de información sacados de contexto que activan nuestros disparadores emocionales. La lectura deja de ser una actividad fundamentalmente reflexiva para convertirse en una actividad apresurada y reactiva. No leemos para comprender sino para reaccionar. No leemos para ampliar nuestra visión del mundo sino para juzgar.
Como apuntara Steven Mintz, profesor de historia en la Universidad de Texas, “a medida que ha crecido la proporción de la población que ingresa a la universidad, ha disminuido la proporción de estudiantes con habilidades de lectura avanzadas, lo que ha alentado a los profesores a reducir los requisitos de lectura”.
Así nos hemos sumido en una espiral descendente donde hemos sacrificado la reflexión en el altar de la inmediatez. Como resultado, no es extraño que tengamos una población más formada pero menos capaz de comprender. Más “informada” pero menos reflexiva. Con más estudios, pero menos empatía. Con la mente más llena y la sensibilidad más vacía.
Fuentes:
Honma, M., Masaoka, Y., Iizuka, N., Wada, S., Kamimura, S., Yoshikawa, A., Moriya, R., Kamijo, S., & Izumizaki, M. (2022). Reading on a smartphone affects sigh generation, brain activity, and comprehension. Scientific Reports; 12(1): 1589.
Gelles, R. & Perrin, A. (2021) Who doesn’t read books in America? En: Pew Research Center.
Batini, F. et. Al. (2013) OCSE: Skills Outlook. En: OECD.
Moore, D. W. (2005) About Half of Americans Reading a Book. En: Gallup.
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