Hasta cierto punto, la impulsividad en niños es normal ya que en su cerebro aún no se han desarrollado las estructuras que mantienen bajo control las emociones y los animan a reflexionar sobre las consecuencias de sus acciones. Se supone que a medida que maduramos, la conducta impulsiva va menguando porque somos capaces de sopesar tranquilamente los pros y contras para tomar decisiones más inteligentes y sensatas.
Pero no siempre es así.
A veces tomamos decisiones impulsivas, independientemente de las consecuencias negativas que acarrean. Y muchas veces también nos arrepentimos cuando el paso está dado o el daño está hecho. La buena noticia es que la ciencia tiene una solución para controlar esa conducta impulsiva. Y es muy sencilla: aplicar el pensamiento contrafactual o, lo que es lo mismo, pensar en: “qué hubiera pasado si…”.
¿Qué es una conducta impulsiva exactamente?
La conducta impulsiva es una acción rápida, sin que medie una planificación previa ni consideración de las posibles consecuencias negativas. Es un comportamiento que se produce a menudo cuando experimentamos emociones muy intensas o cuando queremos satisfacer inmediatamente una necesidad, dejando de lado el razonamiento lógico o la evaluación de riesgos.
Desde la perspectiva neuropsicológica, la impulsividad está relacionada con la incapacidad para inhibir nuestras respuestas automáticas o controlar los impulsos internos, lo que nos lleva a actuar de forma espontánea, incluso en situaciones en las que sería mejor detenernos para reflexionar.
Obviamente, aunque cierto grado de impulsividad puede ser normal o incluso beneficioso en aquellas circunstancias que requieren respuestas rápidas, cuando es excesiva o frecuente, puede tener consecuencias negativas en nuestras relaciones, salud y la vida cotidiana. Las conductas impulsivas pueden convertirse en un manantial de riesgos para nosotros y una fuente de caos para quienes nos rodean.
El papel de los contrafácticos en la conducta impulsiva
Psicólogos de la Universidad de Texas evaluaron la relación entre el pensamiento contrafactual y la conducta impulsiva ya que creían que las personas aprenden mejor de conductas de riesgo pasadas cuando adoptan ese tipo de razonamiento; o sea, cuando son capaces de imaginar resultados alternativos a lo sucedido en el pasado.
En el experimento pidieron a los participantes que eligieran entre una suma mayor de dinero después de cierto período de tiempo o una cantidad menor que estaría disponible de inmediato. La recompensa monetaria inmediata aumentaba en 0,50 centavos en cada prueba mientras que la suma mayor se mantuvo constante en 10 dólares.
La “puntuación de impulsividad” de cada participante se midió en términos del dinero que perdía cada vez por elegir la recompensa inmediata, en detrimento de la recompensa mayor a más largo plazo.
Los psicólogos también evaluaron su pensamiento contrafactual y descubrieron que quienes pensaban menos en resultados alternativos mostraban conductas más impulsivas. En cambio, la persona con un pensamiento contrafactual más activo, eran menos impulsivas.
¿Qué pasaría si yo hubiera…?
Como norma general, todos tenemos una tendencia al descuento hiperbólico; o sea, a elegir los resultados inmediatos sin tomar demasiado en cuenta las consecuencias a largo plazo. Eso se debe a que percibimos las recompensas a largo plazo como menos valiosas e inciertas. O sea, preferimos pájaro en mano a ciento volando. Curiosamente, las personas más impulsivas llevan esa tendencia al extremo: prácticamente solo ven el valor del “aquí y ahora”.
El verdadero enigma es cómo es posible que tropiecen varias veces con la misma piedra y que a pesar de las consecuencias negativas repetidas – muchas de las cuales conducen inevitablemente a resultados desastrosos – sigan manifestando esa impulsividad. ¿Por qué algunas personas aprenden rápidamente de sus errores pasados y otras no?
Para explicar ese enigma entra en juego el pensamiento contrafactual, algo a lo que todos hemos recurrido cuando nos enfrentamos a un resultado negativo. Solo que en esos casos pensar “qué pasaría si…” o “si tan solo hubiera…” se convierte en una especie de “parche emocional”.
De hecho, imaginar otros resultados en el pasado nos ayuda a aliviar la angustia mental del presente, pero también tiene otro efecto: enseñarnos la lección para no volver a equivocarnos. Sin embargo, no todas las personas son capaces de aprovechar su potencial, de manera que se limitan a usarlo como una catarsis emocional.
¿Cómo usar el pensamiento contrafactual para reducir la impulsividad?
El pensamiento contrafactual no es un proceso monolítico, sino que viene en diferentes “sabores” y cada persona tiene la tendencia a usar uno u otro en su día a día:
- Sustractivo. En este caso, nos enfocamos en lo que hubiéramos debido restar a la situación pasada. Es lo que ocurre cuando pensamos: “si no hubiera bebido tanto vino anoche, ahora no tendría resaca”. Básicamente, nos limitamos a eliminar en nuestra mente un elemento de lo ocurrido.
- Aditivo. En este caso, añadimos un elemento a la situación que podría conducir a un mejor resultado. Un ejemplo es cuando pensamos: “si hubiera bebido zumo anoche, ahora no tendría resaca”. Este tipo de pensamiento nos ayuda a mejorar nuestro comportamiento de cara al futuro porque suele ser más específico y creativo. Va más allá de la premisa del escenario original para explorar nuevas opciones que podrían haber pasado desapercibidas. Al mismo tiempo, nos brinda una conducta alternativa cuando volvamos a estar en una situación similar, más allá de la simple abstención, como ocurre en el pensamiento sustractivo.
Por tanto, para controlar la conducta impulsiva en adultos y en niños, en muchas ocasiones basta con activar el pensamiento contrafactual. No hay que usarlo para llorar sobre la leche derramada, sino de manera más creativa para analizar las decisiones pasadas y buscar vías alternativas.
Cuando te preguntes “¿qué hubiera pasado si…” piensa en:
- ¿Qué cosas adicionales podrías haber hecho para alcanzar un resultado mejor?
- Si hubieras hecho esas cosas, ¿cuánto habría mejorado la situación?
- ¿Cuál sería el resultado ideal?
Convertir la tendencia a imaginar “qué pudo ser” en un recurso para planificar mejor nuestras respuestas emocionales y conductuales puede marcar la diferencia entre la impulsividad y la autorregulación.
Los contrafácticos ofrecen un mapa mental de posibilidades que puede ayudarnos a reconocer patrones impulsivos y sus resultados. Sin embargo, su verdadero valor radica en transformar esos escenarios hipotéticos en planes concretos para el futuro. Pasar del «qué habría pasado si…» al «¿qué puedo hacer ahora?» es un paso clave para gestionar la impulsividad y convertirla en acción estratégica.
Referencia Bibliográfica:
Smallman, R. et. Al. (2018) If only I wasn’t so impulsive: Counterfactual thinking and delay-discounting. Personality and Individual Differences; 135: 212-215.
Francesc dice
Muy interesante, me veo altamente identificado en este síndrome.
Sólo veo el «error», al cabo de un tiempo. Aunque use razonamiento para evitar el impulso, de nada me sirve.
Jennifer Delgado dice
Hola Francesc,
Normalmente la clave consiste en detenerse antes de decidir para poder reflexionar sobre los pros y contras.
Haber cometido errores en el pasado también es algo de lo que podemos aprender volviendo la vista atrás antes de tomar una decisión.
Quizá te ayude proyectarte al futuro e imaginar por qué camino te llevará esa decisión.
Un saludo