“No nos liberamos de las convenciones despreciándolas, sino evitando ser engañados por ellas. Para ello tenemos que ser capaces de utilizarlas como instrumentos en lugar de ser utilizados por ellas”, escribió el filósofo Alan Watts.
Solemos pensar que la mejor manera de luchar contra una convención, creencia o idea que no nos gusta o que nos resulta francamente opresiva es despreciarla y oponernos firmemente, pero lo cierto es que a menudo esa resistencia solo genera una fuerza similar en un sentido diferente.
Así corremos el riesgo de convertirnos en aquello que combatimos o, lo que es aún peor, ocupar gran parte de nuestro tiempo y energía repudiando algo que no merece tanta atención, quedándonos atrapados en aquello contra lo que pretendemos luchar. Como dijera Thoreau, tenemos que asegurarnos de “no prestarnos a hacer el daño que nosotros mismos condenamos”.
Watts, al igual que muchos otros librepensadores de diferentes épocas, proponen una estrategia diferente: ir más allá de las convenciones sociales para despojarlas de su carácter casi sagrado. Solo así podremos liberarnos realmente de ellas.
¿Qué son las convenciones sociales?
Una convención es un conjunto de estándares, reglas, normas y/o criterios que son aceptados por determinado grupo social y que a menudo se traducen en leyes, aunque en muchos casos se convierten en leyes implícitas, no escritas, pero de aceptación tácita y cumplimiento casi “obligatorio” en tanto se revisten de un halo sagrado y, por ende, indiscutible.
De hecho, una de las principales características de las convenciones sociales es su carácter unilateral. Ello significa que se trata de normas, implícitas o explícitas, que los demás deben cumplir, sin que sea necesario que den su conformidad. El simple hecho de haber nacido en una cultura se asume como un acuerdo tácito.
Existen diferentes tipos de convenciones sociales. Los valores son un ejemplo de convenciones sociales ya que se trata de principios éticos y morales compartidos por determinados grupos. Las costumbres y tradiciones también son otro tipo de convenciones sociales, así como las modas ya que implican un consenso entre lo que está permitido y aquello que está mal visto.
El problema radica precisamente en el carácter obligatorio y unilateral de las convenciones ya que muchas de ellas, dado que se arrastran desde hace décadas o incluso siglos, llegan a ser consideradas como una realidad absoluta que nadie puede cuestionar. Se convierten en algo ajeno, que nos es dado y que debemos respetar, aunque no estemos de acuerdo. Esa visión de las convenciones solo puede conducir al dogmatismo y a los conflictos.
La revolución personal conduce a la auténtica liberación
Watts creía que la educación que recibimos “aumenta la rigidez, pero no la espontaneidad” puesto que se basa fundamentalmente en transmitirnos una serie de convenciones que, si bien nos ayudan a insertarnos en la sociedad, no nos ayudan precisamente a ser más felices o auténticos.
“En ciertas naturalezas el conflicto entre la convención social y la espontaneidad reprimida es tan violento que se manifiesta en crímenes, demencias y neurosis, que son el precio que pagamos por los beneficios del orden, que nadie pone en duda”, apunto Watts refiriéndose a que los conflictos irresueltos a menudo tienen una salida destructiva, ya sea para los demás o para nosotros mismos.
Por eso este filósofo creía que la verdadera revolución debe ser personal. Apuntó que “el camino de la liberación nunca llega por medios revolucionarios, pues es notorio que la mayoría de las revoluciones establecen tiranías peores que las que derrocan”. Todo intento de derrocar una idea para imponer otra terminará creando los mismos problemas.
Una convención no se supera con otra convención, sino dándonos cuenta de que es tan solo una narrativa entre muchas posibles, una construcción compartida con la que podemos disentir porque no se trata de nada sagrado.
La negación de la negación: Una vía madura para superar las convenciones sociales
La ley de la negación de la negación, propuesta inicialmente por Hegel, es una de las leyes fundamentales de la dialéctica que nos ayuda a comprender cómo podemos liberarnos del influjo de las convenciones.
Esta ley indica que cada fenómeno, al llevar en sí la semilla de la contradicción, también lleva implícita su propia negación. En cada fenómeno y, por ende, en cada convención social, existe una lucha permanente entre lo viejo y lo nuevo. En cierto punto se produce una negación de lo viejo, que implica rechazar todo aquello con lo que no estamos de acuerdo. La mayoría de las personas se quedan en este punto del camino, simplemente despreciando las convenciones que representan un obstáculo para ellas.
Sin embargo, la madurez implica ir un paso más allá porque todo aquello que genera en nosotros una respuesta de ira o rechazo, de alguna forma, nos mantiene sujetos. El secreto consiste, no en rechazar la convención en sí o destruirla por completo sino en hallar lo positivo en lo negativo y lo negativo en lo positivo. Implica conservar los elementos positivos de lo viejo, incorporando elementos de lo nuevo.
Así logramos ir más allá de la convención, de manera que realmente deja de ejercer su influjo sobre nosotros. No necesitamos rechazarla porque estamos más allá de ella al no reconocerle ningún tipo de poder sobre nosotros. Y esa es la auténtica revolución, una revolución que una vez que comienza en nuestro interior, es imparable. Y quizá por eso es también la revolución más temida.
Fuentes:
Watts, A. (2010) El camino del Zen. Barcelona: Edhasa.
Thoreau, H. D. (2012) Desobediencia Civil y otros escritos. Madrid: Alianza Editorial.
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