“Tenemos que hablar”… Estas tres palabras son unas de las más temidas porque no suelen traer buenas noticias. Sin embargo, antes de que lleguemos a pronunciarlas hemos pasado por días, meses o incluso años de conflictos y titubeos.
Sin duda, hablar no solo es necesario sino imprescindible, sobre todo cuando las cosas van mal. Callarte las cosas no suele solucionar nada.
Sin embargo, ¿sabes cuál es el error que solemos cometer cuando nos debatimos entre hablar seriamente con alguien o callarnos?
No preguntarnos “¿para qué?”.
Los objetivos de las conversaciones difíciles
Cuando las cosas no van bien, hemos dejado de sentirnos a gusto en una relación o simplemente algo nos molesta, nos preguntamos si debemos abordar el tema, sobre todo cuando se trata de una conversación difícil que puede abrir viejas heridas o incluso generar cierto distanciamiento.
En muchas ocasiones, mientras nos debatimos entre abrir la caja de Pandora o mantenerla cerrada, nos enfocamos demasiado en lo que sentimos, lo que nos gustaría decir o incluso en lo que queremos que el otro cambie mientras perdemos de vista un detalle importante: la finalidad de nuestra conversación.
A veces, decidimos tragarnos las palabras porque pensamos que es inútil ya que las probabilidades de que esa persona cambie son nulas. Otras veces los pensamientos negativos nos abruman tanto que la conversación se convierte en un fuego cruzado de reproches. Y en otros casos simplemente abrimos la boca para decir cosas de las que después nos arrepentimos.
La solución para evitar esas situaciones es muy sencilla, aunque pocas veces somos capaces de verla y ponerla en práctica: preguntarnos para qué queremos tener esa conversación. Se trata de plantearnos un objetivo, como hacemos en otras áreas de nuestra vida.
Por ejemplo, imagina que algo te molesta de una persona y te preguntas si debes decírselo. ¿Para qué? ¿Cuál es tu objetivo con esa conversación? Los motivos más comunes se resumen en:
- Para cambiar su comportamiento. La mayoría de las personas que decide abordar una conversación difícil lo hace esperando que el otro cambie. Sin embargo, esas expectativas no suelen ser realistas pues no podemos obligar a nadie a cambiar, por lo que a menudo esa conversación se transforma en una forma de presionar al otro, lo cual termina obstaculizando cualquier posibilidad de entendimiento.
- Para expresar lo que piensas o sientes. A veces, las personas también deciden abordar las conversaciones difíciles para poner las cartas sobre la mesa. En ese caso, el objetivo no se enfoca tanto en lograr un cambio como en expresar el malestar subyacente o dejar clara una postura.
- Para sentirte mejor. Las personas también pueden abordar un tema simplemente porque necesitan hablar de ello para liberar la tensión emocional acumulada. En este caso, la conversación asume un matiz catártico pues su objetivo principal es aliviar el estrés, la rabia o la frustración contenidas.
- Para buscar una solución. Es, con diferencia, el objetivo más razonable que puede guiar las conversaciones difíciles, sobre todo cuando es necesario abordar un conflicto latente o una diferencia en la manera de ver el mundo. De esta manera no alimentamos falsas expectativas pretendiendo que el otro cambie, sino que planteamos el deseo de llegar a un acuerdo, lo cual implica que también estamos dispuestos a comprometernos y ceder.
Cambio de perspectiva: dejar de enfocarse en el otro para concentrarse en el “yo”
Cabe aclarar que, siempre que una conversación sea respetuosa, todos los motivos que conduzcan a ella son válidos. En ocasiones, sabemos que las probabilidades de encontrar una solución o de que el otro cambie son escasas, por lo que simplemente necesitamos expresar lo que sentimos. No hay nada de malo en ello. De hecho, determinadas conversaciones difíciles son más por nosotros y para nosotros.
A veces basta con expresar lo que sentimos y pensamos. Eso nos libera de la carga emocional que arrastrábamos y hace que nos quedemos más a gusto y tranquilos porque finalmente hemos logrado expresar lo que nos estaba pasando o hemos dejado clara nuestra postura.
Por tanto, el punto no es preguntarnos si debemos tener esa conversación o no, sino clarificar nuestros objetivos. La clave consiste en ser conscientes de ese “¿para qué?”. Preguntarnos qué podría aportarnos y visualizar los beneficios.
En sentido general, decir lo que pensamos y sentimos suele facilitar las relaciones. Expresar lo que nos disgusta o molesta, así como resaltar lo que nos agrada y genera alegría, brinda a los demás una especie de “mapa relacional” que les permite navegar de manera más fluida por nuestras expectativas, necesidades y prioridades.
Callarnos las cosas suele ser un error porque toda la tensión, rabia e insatisfacción que sentimos pueden seguir creciendo hasta hacernos estallar de la peor manera. En cambio, expresarlas de manera asertiva transmite un mensaje importante: sabemos lo que queremos y no estamos dispuestos a dejar que los demás traspasen nuestras líneas rojas.
Hablar sobre lo que nos preocupa, incomoda o lastima tiene un efecto sanador. Atrevernos a abordar esos temas sensibles también es un mensaje dirigido a nosotros mismos: nos estamos diciendo que nos cuidamos y protegemos. Nos estamos diciendo que podemos confiar en nosotros mismos porque estamos pendientes de nuestras necesidades. A la larga, nuestro niño interior nos lo agradecerá.
Abordar las conversaciones difíciles cambiando la perspectiva del «otro» al «yo» puede ser profundamente revelador porque en vez de preguntarnos cómo se lo tomará la otra persona, nos preguntamos cómo nos sentiremos si hablamos. En vez de obsesionarnos con que el otro cambie, nos preguntamos para qué nos servirá esa conversación. En vez de preguntarnos qué pensará de nosotros, nos preguntamos si estamos siendo fieles a nosotros mismos.
Tener claros nuestro objetivo antes de iniciar una conversación importante puede marcar la diferencia porque nos ayudará a comunicar de manera más serena y con unas expectativas más realistas. En el fondo, no debemos olvidar que se trata de expresar nuestra percepción del mundo. Ni más ni menos.
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