Vivimos en un mundo donde el control se ha convertido en una ilusión reconfortante. Nos gusta pensar que si trabajamos lo suficiente, si planificamos cada detalle o nos anticipamos a todos los posibles problemas, todo saldrá exactamente como queremos. Y si algo falla, es porque no fuimos lo suficientemente perseverantes, previsores o capaces.
Sin embargo, la vida real no funciona así. A veces, no importa cuánto nos esforcemos, cuánto planifiquemos o cuán capaces seamos, las cosas simplemente no salen como esperábamos. Pero eso no significa que vayan mal. Significa simplemente que están siguiendo su curso.
El mito del control absoluto
El mito del control absoluto sugiere que, si hacemos todo “correctamente”, podremos obtener los resultados deseados y, obviamente, evitar lo indeseado. La ilusión de control nos lleva a sobreestimar nuestra capacidad para influir en los resultados, creando una sensación de responsabilidad y culpa innecesaria cuando las cosas no salen como esperamos.
La mala noticia es que, independientemente de nuestros esfuerzos, nos espera una vida marcada por la veleidad de las circunstancias. Todo puede cambiar en un segundo – aunque no estemos dispuestos a admitirlo ya que esa incertidumbre sencillamente nos genera una angustia con la que no somos capaces de lidiar. Intentar controlar lo incontrolable es como tratar de atrapar el viento con las manos. Acaba siendo una receta segura para la frustración y la ansiedad.
La buena noticia es que cuando dejamos ir esa necesidad de controlarlo todo, las cosas no van necesariamente mal. Lo que escapa de nuestro control no siempre sale mal, simplemente sigue su curso. Eso significa que a veces los resultados pueden ser peores, pero también que pueden ser mejores de lo que esperamos.
En realidad, la única arma que poseemos para defendernos de lo inesperado son nuestros recursos internos: la resiliencia, las estrategias de afrontamiento del estrés, la capacidad para conectar con los demás y pedir ayuda, la perseverancia e incluso la habilidad para no obsesionarnos con lo que no puede ser.
Entender las cosas que no puedes controlar
Muchos aspectos de nuestra existencia están fuera de nuestro control. Lo comprobamos en la pandemia. Es difícil predecir qué suerte nos depara la vida, de manera que lo mejor que podemos hacer es desarrollar los “anticuerpos” psicológicos.
En realidad, las personas que más problemas tienen a lo largo de la vida son precisamente aquellas que se esconden detrás de la ilusión de control, pensando que todo se puede planificar con precisión y que cuando las cosas no salen según lo planeado, es un desastre.
En cambio, para las personas que aceptan que algunos eventos simplemente escapan de su control, suele ser más fácil moverse en el terreno de lo inesperado e incierto. En vez de intentar controlar lo incontrolable, esas personas deciden enfocar sus esfuerzos en influir de manera positiva en lo que sí pueden manejar.
Asumir que no tenemos siempre el control puede ser extremadamente liberador. Entender que algunos eventos simplemente siguen su curso natural nos permitirá liberar nuestra mente de la carga de la culpa y la frustración. En cambio, intentar controlar cada aspecto no solo es inútil, sino también agotador mental y físicamente.
Eso no significa volvernos pasivos, apáticos o indiferentes, sino aprender a distinguir entre lo que se encuentra bajo nuestro ámbito de acción y lo que no. ¿Y qué podemos controlar? Nuestras reacciones, decisiones y actitud ante los desafíos.
Fluir con la vida, el arte de aceptar lo incontrolable
Debemos comprender que cuando las cosas escapan de nuestro control, no siempre van mal. Que las cosas no salgan según nuestros planes, no es el fin del mundo ni un desastre de proporciones bíblicas. E incluso cuando van «mal», puede que en algún momento la suerte cambie o que, con el paso del tiempo, descubramos que esos contratiempos fueron útiles o incluso decisivos.
Aceptar que hay muchas cosas que no controlamos nos ayudará a vivir con menos ansiedad. Nos permitirá centrarnos en lo que realmente importa y soltar lo que no podemos cambiar. Al soltar la necesidad de control total, podemos encontrar una paz más profunda y una mayor libertad para disfrutar del viaje de la vida – con todos sus giros inesperados y sorpresas. Porque, al final de cada día, la vida no va de intentar controlar cada detalle, sino de disfrutar plenamente de todo lo que nos presenta.
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