Es esperanzador y motivante pensar que la adversidad nos hará más resilientes. Que saldremos fortalecidos de esta crisis. Que estas circunstancias excepcionales sacarán a la luz nuestra mejor versión. Que pondremos a prueba nuestra fuerza emocional y desarrollaremos nuevas herramientas psicológicas destinadas a enriquecer nuestra mochila para la vida.
No cabe duda de que será así para muchas personas. Hay quienes responden muy bien bajo presión. Muchas personas podrán ampliar sus límites. Conocerse mejor. Descubrir nuevas cualidades o una fuerza insospechada. Sin embargo, también hay personas que no funcionan bien bajo presión. A quienes las situaciones límite las aplastan. Personas extremadamente vulnerables al estrés. A quienes las crisis dejan derrotadas. Esas personas no valen menos. Simplemente reaccionan de manera diferente.
La adversidad no nos hace crecer, somos nosotros quienes crecemos a través de ella, a veces
A mediados de la década de 1990 los psicólogos Richard Tedeschi y Lawrence Calhoun descubrieron que algunas personas, después de vivir una situación traumática, desarrollan una nueva comprensión de sí mismas y del mundo, aprecian más la vida, fortalecen los vínculos afectivos con su círculo de confianza y se sienten más fuertes, espirituales e inspiradas. Lo llamaron “crecimiento postraumático”.
El crecimiento postraumático, por tanto, no implica solo sobrevivir ante la adversidad sino experimentar un cambio positivo a partir de esta que nos lleve a ser una persona mejor, más fuerte y/o más sabia.
Sus hallazgos son positivos y alentadores. No cabe duda. Nos ayudan a dar un sentido a nuestra vida. De hecho, tendemos a la redención, a hilar la narrativa de nuestra vida en términos de los retos que hemos enfrentado y los reveses que hemos superado. Es reconfortante pensar que de las cosas malas pueden surgir cosas buenas. Que los acontecimientos más terribles darán un giro positivo o que, de alguna forma, pueden cambiarnos para bien.
Y a veces es así.
Pero no siempre.
Porque la adversidad y el sufrimiento que esta provoca no son una revelación en sí mismos. No encierran un aprendizaje ni conducen al crecimiento personal per se. A menos que nos esforcemos por hallar ese suprasentido.
Otros estudios han descubierto que en algunos casos ese crecimiento autopercibido puede ser una cortina de humo. Psicólogos de la Universidad de Pensilvania, por ejemplo, comprobaron que el crecimiento postraumático que reconocían muchas personas después de una ruptura de pareja en realidad no se reflejaba en sus comportamientos y actitudes.
Por tanto, es probable que a veces digamos que hemos crecido solo para reconfortarnos, cuando en realidad todavía estamos lidiando con las consecuencias emocionales del trauma en una cultura que nos da muy poco tiempo para llorar la tragedia y donde todos se esperan que nos recuperemos en un tiempo relativamente corto. En una cultura donde el mandato es: ¡Supéralo y sigue adelante!
Por supuesto, lo ideal es que las heridas de la adversidad sanaran rápidamente. Que pudiésemos fortalecernos. Y sacar una enseñanza.
Sin embargo, no vivimos en un mundo ideal y nuestro funcionamiento psicológico dista mucho de ser lineal, por lo que esa presión por pasar página, ver el lado positivo y crecer con la experiencia puede hacer que algunas personas se sientan obligadas a ponerse la máscara de una falsa resiliencia tras la cual esconden unos sentimientos de angustia, dolor y tristeza que no encuentran validación en quienes les rodean.
A la larga, esos intentos por presionar a las personas para que se produzca ese crecimiento postraumático pueden convertirse en un boomerang ya que podría impedirles buscar la ayuda que necesitan y reconocer su vulnerabilidad, animándolas a asumir estrategias de afrontamiento desadaptativas que pueden terminar lastrando su sentido de la autoeficacia.
Liberarse de la tiranía del crecimiento postraumático
En sentido general, suele ser difícil aceptar la idea de que el crecimiento personal y la resiliencia son los resultados típicos de la adversidad. Eso significaría que, a largo plazo, el sufrimiento es bueno y que las personas que han atravesado por situaciones difíciles son más fuertes. Pero esa es solo la mitad de la historia.
Pasar por una tragedia no es fácil. A veces, el dolor que dejan ciertos golpes no desaparece por completo. De hecho, ni siquiera se trata únicamente del dolor sino del cataclismo psicológico que la adversidad puede provocar en nuestro mundo. Esas tragedias pueden borrar de un plumazo nuestras seguridades y nos arrebatan nuestros pilares afectivos. De tragedias así, es difícil recuperarse. Y lleva tiempo.
Por eso es importante asumir que todos no crecerán de la misma manera y mucho menos a la misma velocidad. Que mientras algunos son capaces de encerrarse en una especie de esfera protectora que mitiga los golpes, a otros las tragedias les golpean de lleno, sin protección.
Esas personas seguirán necesitando ayuda y apoyo mucho tiempo después de que pase esta tragedia. Para ellas, esa añorada normalidad no llegará cuando se abran las puertas y podamos volver a las calles. Es precisamente esa ayuda y apoyo que reciban – no la adversidad – lo que puede ayudarlas a superar el trauma.
Tampoco es necesario considerar el crecimiento como una meta para todos. Para muchas personas, regresar al punto en que se encontraban antes del trauma puede ser un objetivo lo suficientemente ambicioso. El crecimiento postraumático es un resultado, no un objetivo.
No cabe duda de que las historias de crecimiento derivadas del trauma son poderosas y motivadoras. Pueden servir de inspiración y darnos algo a lo cual aferrarnos cuando todo nuestro mundo se desmorona, pero también debemos ser conscientes de que, si no podemos salir más fuertes, no pasa nada. Si no podemos ver “lo positivo” de esta situación, tampoco pasa nada. A veces, el simple hecho de salir ya es un gran logro. Y en eso debemos centrarnos cuando nos faltan las fuerzas.
Todos tenemos recursos de autosanación, pero son diferentes. Se activan en situaciones diferentes y crecen a una velocidad diferente. Es importante no forzar nuestro ritmo, sino ir “digiriendo” lo que estamos viviendo sin presionarnos demasiado. No podemos solucionar la presión añadiendo más presión.
Por tanto, si experimentamos un crecimiento postraumático con todo lo que estamos viviendo, estupendo. Si no, no pasa nada.
Fuentes:
Owenz, M. & Fowers, B. J. (2019) Perceived post-traumatic growth may not reflect actual positive change: A short-term prospective study of relationship dissolution. Journal of Social and Personal Relationships; 36(10): 3098-3116.
Jayawickreme, E. & Blackie, L. (2014) Post‐traumatic Growth as Positive Personality Change: Evidence, Controversies and Future Directions. European Personality Reviews; 28(4): 312-331.
Engelhard, I. M. et. Al. (2014) Changing for Better or Worse? Posttraumatic Growth Reported by Soldiers Deployed to Iraq. Clinical Psychological Science; 1: 1-8.
Frazier, P. et. Al. (2009) Does Self-Reported Posttraumatic Growth Reflect Genuine Positive Change? Psychological Science; 20(7): 912-919.
Tedeschi, R. G. & Calhoun, L. G. (1996) The posttraumatic growth inventory: Measuring the positive legacy of trauma. Journal of Traumatic Stress; 9: 455–470.
Yazu dice
Jennifer, agradezco estar suscripto a tu página, porque siempre me aportan algo valioso. Es tan acertado lo que comentas y de gran ayuda para quienes transitamos el camino de la relación de ayuda, porque no es raro que también a nosotros nos agarre ansiedad por encontrar mejoras en nuestros consultantes.
Que pases una Pascua en Paz en estos momentos especiales de la Humanidad.