Ser padres es un “trabajo” a tiempo completo. No hay descansos ni vacaciones. La dedicación es total, las 24 horas del día durante los 7 días de la semana. Por eso, algunos llegan a afirmar que cuidar a sus hijos es más estresante que trabajar. Sin embargo, aunque cada familia es un mundo, el nivel de tensión que genera la crianza a veces depende del estilo educativo que asuma cada progenitor.
Educar a un niño siempre implica cierta dosis de preocupación. Es comprensible. De hecho, es normal que los padres se preocupen por la salud y el bienestar de sus hijos. También es normal que se preocupen por crear un entorno seguro donde puedan crecer sanos y salvos. Y que se esfuercen por brindarles oportunidades de crecimiento. No obstante, a veces la preocupación «normal» degenera hasta adquirir tintes casi patológicos y la seguridad transmuta en sobreprotección.
Padres intensos, padres agotados
En 2012, dos psicólogos de la Universidad de Mary Washington se preguntaron por qué la mayoría de las personas piensan que tener hijos las harán más felices, pero luego la crianza disminuye el bienestar de algunas mientras otras reportan sentirse más satisfechas con sus vidas. Para intentar comprender esa paradoja, entrevistaron a 181 madres cuyos hijos tenían menos de 5 años.
Se enfocaron en 5 aspectos clave que caracterizan la crianza intensiva:
- Esencialismo, la idea de que las madres son más necesarias y capaces que los padres para criar a los niños.
- Realización parental, la creencia de que la felicidad y alegría de los padres se derivan principalmente de sus hijos.
- Estimulación, la idea de los madres tienen la obligación de proporcionar a sus hijos las mejores actividades para estimular su desarrollo intelectual.
- Desafiante, la creencia de que la crianza de un hijo es el trabajo más difícil y agotador que existe en el mundo.
- Enfocada en el niño, la idea de que las necesidades y deseos de los niños siempre deben anteponerse a los de los padres.
Los investigadores descubrieron que “las creencias maternales intensivas son perjudiciales para la salud mental de las madres”, independientemente del apoyo familiar que reciban. Cuanto más alto puntuaban las madres en dichos aspectos, más intenso era su estilo de crianza.
Las madres que solían poner en práctica una educación sobreprotectora, pensaban que sus hijos eran sagrados y que debían entregarse por completo a ellos, experimentaban menos satisfacción con su vida, eran más propensas a la depresión y sufrían más estrés y ansiedad.
Al profundizar en las creencias que se encontraban en la base, los psicólogos constataron que las madres que creían que sus hijos eran lo más importante del mundo y los anteponían absolutamente a todo (incluso en situaciones en las que no era necesario o resultaba contraproducente), no solo estaban más estresadas sino también más insatisfechas con la vida. En cambio, aquellas que pensaban que la crianza era un trabajo arduo, estaban más deprimidas.
Por tanto, concluyeron que el estilo de crianza intensivo y sobreprotector no solo es dañino para el desarrollo psicológico de los niños al limitar su potencial y coartar sus habilidades, sino también para los padres.
La crianza intensiva no es la respuesta
En la actualidad, los padres están sometidos a un escrutinio constante. Nunca antes se había ejercido tanta presión social sobre la paternidad y la maternidad. Los padres, y sobre todo las madres, reciben una lluvia de consejos y recomendaciones sobre cómo educar a sus hijos.
Se supone que una buena madre debe estar disponible emocionalmente para sus hijos. Debe estimularlos constantemente, llevándolos a museos e inscribiéndolos en actividades extracurriculares. Debe protegerlos y garantizarles lo mejor. Debe asegurarse de que sean felices y ahorrarles problemas. Deben anteponerlos a todo y todos…
Sin embargo, muchas veces todos esos “deberes” terminan conduciendo a un estilo de crianza intensivo y sobreprotector que puede hacer infelices a los padres, añadiendo una presión completamente innecesaria.
Curiosamente, investigadores de la Universidad de Harvard descubrieron que ese estilo de crianza intensivo proviene fundamentalmente de Estados Unidos, país donde los padres quieren que sus hijos sean más inteligentes y desarrollen sus potencialidades intelectuales para tener éxito en la vida.
En cambio, los padres holandeses preferían que sus hijos se centraran en el descanso, la limpieza y el desarrollo de rutinas saludables. Los padres italianos preferían que sus hijos fueran ecuánimes, equilibrados y simpáticos y las madres de la India querían que sus hijos fueran responsables y hospitalarios.
Poco a poco, el modelo cultural de paternidad dominante en Estados Unidos se ha ido extendiendo por todo el mundo generando una presión adicional sobre los padres y las madres. La crianza intensiva consiste en mantenerse constantemente atentos a los niños, anticipándose a sus necesidades y deseos, programando múltiples actividades extracurriculares que les permitan desarrollarse cognitivamente.
Este tipo de crianza no solo demanda una cantidad significativa de tiempo y energía, sino que prioriza la cantidad en detrimento de la calidad. Como resultado, estos padres terminan atrapados en una espiral de entrenamientos de fútbol, clases de ballet, lecciones de piano, club de ajedrez… Y lo hacen solo porque otros padres están haciendo lo mismo y no desean que sus hijos partan con “desventaja” en la vida.
En el fondo, el concepto de crianza intensiva se parece más a una competición que a la educación desde el amor y la sensatez. Por esa razón, si quieres disfrutar realmente de tu hijo, quizá sea mejor aprender a fluir un poco.
Necesitamos encontrar ese punto medio de moderación en el que, obviamente, debemos cuidar, proteger y brindar oportunidades a nuestros hijos, pero sin perseguir ideales inalcanzables que no le hacen bien a nadie – ni a los niños ni a sus padres. De hecho, la crianza intensiva no garantiza el éxito de los niños y mucho menos la felicidad de los padres.
Fuentes:
Schiffrin, H. H. et. Al. (2012) Insight into the Parenthood Paradox: Mental Health Outcomes of Intensive Mothering. Journal of Child and Family Studies; 22(5): 614–620.
Harkness, S. et. Al. (2009) Parental ethnotheories of children’s learning. En: Developmental-Behavioral Pediatrics (Fourth Edition), Elsevier.
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