En algún momento de la vida la mayoría de las personas dejan de plantearse preguntas. Esa curiosidad que tenían cuando eran niños desaparece. Entonces ocurre un cambio gravísimo en su interior: dejan de cuestionarse las cosas y comienzan a aceptarlas pasivamente. En ese preciso instante se apaga el pensamiento crítico y comienzan a vivir en piloto automático. De esta forma se condenan al anquilosamiento y a la insatisfacción porque es imposible crecer si ya sabes las respuestas antes de plantearte las preguntas, es un acto intelectual baldío.
Cada pregunta es un mundo de nuevas posibilidades por descubrir
Las certezas te mantienen donde estás, las dudas abren nuevos caminos. Cada pregunta es una puerta abierta, o un muro que se derrumba, que te permite ver más allá, ir más allá.
Plantearte una pregunta pregunta significa que has sabido salir de los límites establecidos y que estás intentando ver las cosas desde otra perspectiva. Por eso, cada pregunta siempre encierra la semilla del crecimiento. Y por eso a veces no son tan importantes las respuestas que encuentres, lo verdaderamente importante es que has abierto un poco más la mente y que has encontrado una nueva posibilidad que antes no eras capaz de vislumbrar.
Lo curioso es que cuando comienzas a plantearte nuevas preguntas, ya no hay vuelta atrás. Cuando te das cuenta de cuánto puede ampliar tu mente una simple duda, comienzas a cuestionarlo todo. En ese punto tus posibilidades, que antes eran muy limitadas, son prácticamente infinitas. Te conviertes en una persona más libre y creativa, porque finalmente comprendes que el hecho de que las cosas siempre se hayan hecho de cierta forma, no significa que esa sea la única manera posible. Te liberas de los condicionamientos que la sociedad te ha impuesto y que has aceptado durante años.
Cuando se produce ese salto cualitativo también reencuentras la pasión por la vida porque vuelves a asumir la actitud de un niño que tiene todo el mundo por delante para descubrir. Cuando te das cuenta de que las respuestas que siempre te han dado no son suficientes y te atreves a plantearte tus propias preguntas, es como si empezaras a vivir de nuevo, pero esta vez bajo tus propias reglas. Y eso, eso es un regalo invaluable que te haces a ti mismo.
Recuperar los “por qué” de la infancia
Todos los niños pasan por la etapa de los “por qué”. Esta fase tiene lugar entre los 2 y 4 años e indica que el pequeño está intentando conocer de forma activa su entorno. A través de esas preguntas los niños intentan comprender el mundo y darle un sentido lógico. De hecho, sus preguntas reflejan el desarrollo de su pensamiento e inteligencia. El niño quiere saber, más allá de lo que ve, de qué están hechas las cosas, por qué están hechas así y cuáles son sus interrelaciones.
Lo más precioso de esta fase es que los niños no tienen ningún tabú. Pueden preguntar cualquier cosa, cosas que a menudo a los adultos les parecen disparatadas. Sin embargo, no es menos cierto que en muchas ocasiones los adultos se ven en un aprieto para saciar la curiosidad infantil ya que no conocen las respuestas.
En ese preciso momento ocurre algo en la mente del adulto: se da cuenta de que una vez él mismo fue así, y probablemente hizo esas mismas preguntas, pero no obtuvo respuestas. También se da cuenta de que al crecer, no se preocupó por buscar esas respuestas, probablemente porque alguien le dijo que sus preguntas no tenían sentido. Reconocer esta realidad es demasiado doloroso, de manera que el adulto se limita a repetir el patrón aprendido, y le dice a ese niño que su pregunta no tiene sentido. De hecho, el filósofo Fernando Savater afirmó que “el problema no son las preguntas que los niños formulan, sino las que nosotros nos tenemos que hacer luego”.
Sin embargo, cuando crecemos debemos recuperar esa curiosidad, porque solo de esa manera lograremos ver el mundo de una manera diferente. Y la mejor manera de hacerlo es regresar a los «por qué».
Preguntarse el por qué de las cosas es una excelente estrategia para estimular el pensamiento y la creatividad, para ir más allá de las normas, desafiar lo establecido y pensar fuera de la caja.
Comienza a plantearte preguntas, sin temor a que puedan parecer ridículas o inadecuadas. Cuestiónalo todo, incluso esas cosas que siempre has dado por sentadas o que consideras verdades inamovibles.
Lo más interesante de este proceso es que ni siquiera es necesario que encuentres respuestas. De hecho, ese no es el objetivo, la idea es simplemente activar tu pensamiento y conducirlo por una dirección completamente nueva. Primero descubrirás cosas interesantísimas sobre tu entorno y la sociedad, después encontrarás cosas interesantísimas sobre ti. En ese punto ya no habrá vuelta atrás porque habrás emprendido el camino de la autodeterminación.
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