A veces mantener una actitud positiva es como emprender un camino cuesta arriba. Cuando nos enfrentamos al día a día y los problemas y preocupaciones nos inundan, tenemos la percepción de que la felicidad y la alegría son bastante efímeras mientras que la tristeza sienta casa y no da muestras de marcharse.
Por eso, no es extraño que cuando los psicólogos de la Universidad de Lovaina, en Bélgica, les pidieron a más de 233 estudiantes que miraran al pasado y recordaran sus experiencias emocionales más recientes, la mayoría hizo hincapié en la tristeza. De las 26 emociones analizadas, entre ellas la alegría, el orgullo y el aburrimiento, la tristeza fue la más persistente. ¿Por qué?
¿Cuáles son las emociones más duraderas y cuáles las más efímeras?
Cuando los investigadores profundizaron en los estados emocionales de los participantes descubrieron que los episodios de tristeza sumaban una media de 120 horas. En el extremo opuesto encontraron la vergüenza, que los inundó solo durante media hora. La sorpresa, el miedo, el disgusto, el aburrimiento, la irritación y la sensación de alivio también eran emociones de corta duración.
Afortunadamente, la alegría era un poco más duradera, aunque tan solo una media de 35 horas, lo cual contrasta con la sensación de odio, que se instauraba durante un promedio de, nada más y nada menos, que 60 horas.
Al comparar diferentes pares de emociones, se pudo apreciar que la culpa era mucho más duradera que la vergüenza y que la ansiedad perdura más que el miedo.
¿Por qué la tristeza es más duradera?
Estos investigadores también les preguntaron a las personas sobre los acontecimientos que habían desencadenado esas experiencias emocionales y la estrategia que seguían para manejar cada una de las emociones. En este punto surgió un patrón muy claro: las emociones más efímeras, por lo general, estaban precedidas por un evento de poca importancia para la persona, mientras que las emociones más duraderas estaban provocadas por eventos más significativos.
Por consiguiente, las emociones más perdurables, como la tristeza, solían venir acompañadas de la mano de rumiaciones; es decir, de pensar continuamente sobre los sentimientos y las consecuencias vinculadas al hecho. Por tanto, podemos concluir que en la duración e intensidad de las emociones no solo influye el significado del hecho que les dio origen sino también la cantidad de tiempo que le dedicamos a pensar en ello.
Estos resultados nos desvelan algo que ya sabíamos o que al menos intuíamos: somos nosotros quienes le conferimos importancia a las diferentes situaciones por las que atravesamos y, en base al grado de significatividad, dejamos que influyan más o menos en nuestro estado de ánimo.
No obstante, esta investigación también apunta el hecho de que tenemos cierto control sobre la intensidad y la duración de nuestras emociones, no somos respondedores pasivos ante el medio, o al menos podemos elegir no serlo. Si continuamos atascados en el suceso negativo, rumiando una y otra vez en lo ocurrido, acrecentaremos la tristeza. Al contrario, si somos capaces de controlar nuestro pensamiento y aprendemos a dejar ir, podemos hacer que la tristeza dure mucho menos.
Fuente:
Verduyn, P. & Lavrijsen, S. (2014) Which emotions last longest and why: The role of event importance and rumination. Motivation and Emotion; 39: 119–127.
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