
A menudo pensamos que nuestros ojos no nos engañan pero lo cierto es que nuestra percepción del mundo que nos rodea es mucho menos objetiva de lo que estaríamos dispuestos a aceptar. Un curioso estudio desarrollado en la Universidad de Cornell viene a demostrarnos fehacientemente que las cosas no son como parecen y que la manera en que nombramos a los objetos es tan importante que puede incidir en nuestro comportamiento.
Una mirada a la investigación
La industria alimenticia suele etiquetar los alimentos y platos en base a las porciones. Por tanto, tenemos porciones pequeñas, medianas, grandes o súper grandes. Pues bien, estos investigadores se preguntaron si la manera en que denominamos a las porciones puede incidir en la cantidad que comemos. Ni cortos ni perezosos, se pusieron manos a la obra.
Los experimentadores se pusieron de acuerdo con los trabajadores de una de las cafeterías del campus y cambiaron las etiquetas de algunos alimentos. En algunos casos las porciones pequeñas fueron etiquetadas como mitad de porción y las grandes como regulares. Es decir, la cantidad de comida se mantuvo pero se cambiaron las etiquetas haciendo creer que eran porciones más pequeñas. En otros casos, las porciones pequeñas fueron catalogadas como regulares y las grandes como súper grandes. O sea, se mantuvo la misma cantidad de comida pero se hizo creer que las porciones eran mayores.
En el primer experimento se analizó cuán propensas serían las personas a pagar por aumentar una porción pequeña a una grande. En este caso participaron 45 personas, a las que se les dieron 15 dólares, que podían gastar en la comida.
Lo curioso fue que, al parecer, las personas no se fijaban mucho en las porciones de comida que tenían delante, sino en sus etiquetas. Por tanto, todos aquellos que tenían una porción catalogada como pequeña, estaban dispuestos a pagar para doblarla.
Los investigadores fueron un paso más allá en el segundo experimento. Esta vez reclutaron a 134 personas y les pidieron que comieran lo que habían pedido. En este punto, lo interesante fue que las personas comían menos y dejaban más comida en el plato cuando las porciones estaban marcadas como súper grandes, aunque en realidad no lo fueran. Al contrario, quienes tenían porciones grandes marcadas como más pequeñas, tendían a consumirla todas.
¿Qué conclusiones podemos extraer?
No es la primera vez que se realiza un experimento similar con la comida. En el pasado, otros estudios concluyeron que la saciedad o el hambre en realidad no están simplemente determinadas por la cantidad de alimentos que comamos sino también por una serie de pistas visuales. Por ejemplo, sabemos que si comemos en un plato pequeño, tendremos la tendencia a sentirnos más saciados que si comemos la misma porción servida en un plato grande.
Otro estudio, en el cual se le llenaba el plato de sopa constantemente a las personas sin que estas lo notasen, con un ingenioso mecanismo, demostró que podíamos comer hasta el 73% más antes de sentirnos saciados.
En esta ocasión, el experimento de David R. Just y Brian Wansink nos lleva por otros derroteros indicándonos que no solo importa lo que vemos sino también el marco con el que nos lo presentan. Lo cual nos indica que la próxima vez que comamos en un restaurante, debemos estar menos atento a las etiquetas con que nos presentan los alimentos y debemos fijarnos más en las cantidades reales.
Fuente:
Just, D. R. & Wansik, B. (2013) One man’s tall is another man’s small: How the framing portion size influences food choice. Health Economics.
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