La deflexión es uno de los mecanismos de defensa menos conocidos, pero al mismo tiempo más comunes en las relaciones. De hecho, no solo es probable que las personas que te rodean lo hayan usado contigo para rehuir de ciertas responsabilidades, sino que también es posible que hayas recurrido a esta estrategia para escapar de algunas situaciones incómodas. Por supuesto, es normal y perfectamente comprensible que intentemos evadir lo que nos molesta, pero cuando se convierte en la norma, este mecanismo puede generar muchos problemas a largo plazo.
¿Qué es la deflexión en Psicología?
La deflexión es un mecanismo de defensa dirigido a desviar la atención – que se puede activar de manera consciente o inconsciente – de una situación que resulta incómoda o intolerable. Suele aparecer en contextos conflictivos, sobre todo cuando tenemos que lidiar con errores o nos obligan a aceptar responsabilidades. En ese caso, en vez de afrontar directamente lo que ocurre, intentamos “escapar” de la situación desviando la atención hacia otra cosa. Básicamente, lo que hacemos es evitar la incomodidad “enfriando” la experiencia.
De hecho, los ejemplos de deflexión en la vida cotidiana abundan:
- Deflexión romántica. Cuando una persona descubre que su pareja le está siendo infiel y la confronta, pero esta desvía la culpa diciéndole que lo hizo porque no recibía suficiente atención y cariño.
- Deflexión laboral. Cuando una persona culpa a otro compañero por los malos resultados obtenidos para evitar quedar mal delante de sus superiores.
- Deflexión social. Cuando una persona le explica a otra que sus palabras o acciones la han lastimado y esta le devuelve la pelota diciéndole que es demasiado sensible.
Este mecanismo incluso se extiende a las altas esferas de la sociedad, como cuando a un político le echan en cara su falta de resultados, pero en vez de asumir la responsabilidad, culpa a sus predecesores (todo un clásico de la deflexión).
Sin embargo, deflexión no se limita a culpar a los demás. Los psicólogos Erving y Miriam Polster escribieron a inicios de 1970 que también es “una maniobra tendente a soslayar el contacto directo con otra persona, un medio de enfriar el contacto real. Se quita calor al diálogo mediante el circunloquio y la verborrea; tomando a risa lo que se dice; evitando mirar al interlocutor; hablando abstractamente en lugar de especificar; yéndose por las ramas; saliendo con ejemplos que no vienen al caso, o prescindiendo de ejemplos; prefiriendo la cortesía a la franqueza; las emociones débiles a las intensas; hablando de cosas pasadas cuando el presente es más importante”,
Por tanto, la deflexión puede manifestarse de forma mucho más sutiles:
- Cuando alguien nos pregunta por un tema sensible, respondemos que “va todo bien” y nos apresuramos a cambiar de argumento para no tener que abordar algo que nos incomoda.
- Cuando contamos experiencias personales que todavía nos duelen con una sonrisa o incluso añadiendo bromas para desdramatizar y fingir que ya no nos afecta lo ocurrido.
- Cuando hablamos sobre los temas que nos tocan de cerca de manera abstracta e impersonal para transmitir la idea de que no estamos implicados emocionalmente, aunque no es cierto.
- Cuando conducimos una discusión al pasado, sacándole en cara a la otra persona todo lo que ha hecho mal o recordando los buenos momentos vividos para evitar hablar sobre un tema espinoso del presente.
- Cuando hablamos mucho sin ton ni son sobre cualquier asunto (el estado del tiempo suele ser uno de los favoritos) solo para evitar los silencios incómodos que nos hacen preguntarnos qué estamos haciendo ahí con esa persona.
¿Por qué intentamos desviarnos?
Todos recurrimos a la deflexión en algún momento. Es completamente normal. Fritz Perls creía que existe un equilibrio entre contacto y retirada del ambiente. O sea, somos capaces de conectar para satisfacer nuestras necesidades y luego regresar al punto de origen una vez satisfechas. Por ejemplo, podemos quedar con los amigos cuando necesitamos socializar, pero si nos sentimos agotados o saturados, buscamos un poco de soledad.
No obstante, en ocasiones ese equilibrio se rompe y aparecen mecanismos de defensa como la deflexión. Si nos cuesta retirarnos de manera adaptativa, lo haremos de manera desadaptativa. De hecho, los primeros actos de deflexión normalmente se remontan a la infancia, cuando negamos haber roto el jarrón o habernos comido las chuches y culpamos a nuestro hermano o incluso a la mascota para evitar que nos castiguen.
Lo habitual es que a medida que maduremos aprendamos a lidiar con las consecuencias de nuestros actos y seamos capaces de equilibrar esa necesidad de conectar y desconectar. Pero en algunas personas la deflexión se convierte en un mecanismo de no-afrontamiento habitual. En esos casos, se vuelve patológica y no solo afecta a quien la pone en práctica sino también a los que la rodean.
Estas personas eligen el “camino fácil”. Después de todo, es más fácil darle la vuelta a la tortilla y culpar al otro que asumir la responsabilidad. Es más sencillo escapar de lo que nos incomoda, que afrontarlo. De cierta forma, la deflexión es un intento de proteger un ego frágil que no es capaz de lidiar con las situaciones incómodas. La mala noticia es que no se puede escapar para siempre.
En este punto, es necesario realizar un paréntesis para aclarar que, en algunas circunstancias la deflexión también es un mecanismo de protección. Si no estamos preparados para abordar un argumento, podemos desviarnos hasta que estemos listos emocionalmente.
Además, nuestra sociedad no se caracteriza precisamente por la sinceridad en las relaciones, sino que bajo la excusa de lo políticamente correcto promueve el uso de eufemismos y circunloquios. Por eso, nos resulta más fácil cambiar de tema que decir: “lo siento, no quiero hablar de eso ahora, no estoy preparado”. Sin embargo, esa sería la manera más madura y respetuosa de establecer límites y ser sincero con el otro.
¿Cómo reconocer la deflexión? Las 5 señales evitativas más comunes
Muchas personas, incluidos nosotros mismos, no son plenamente conscientes de que usan la deflexión. Otras sí lo son y la utilizan como técnica de manipulación para generar culpa y remordimiento, demoliendo la autoestima de quienes las rodean mientras escapan del escrutinio público.
Algunos de los síntomas más evidentes de deflexión son:
- Nada es culpa suya. Cada vez que algo sale mal, culpa a otra persona, a las circunstancias o incluso a la mala suerte.
- Nunca asume la responsabilidad por sus acciones cuando las cosas se tuercen. Siempre encuentra alguna excusa externa para justificar lo sucedido, lo cual evidencia un locus de control externo.
- Tiene problemas para abordar los conflictos y se siente muy incómodo hablando de sus errores.
- No reconoce sus emociones, por lo que normalmente las proyecta sobre los demás.
- Reticencia a abordar los errores propios, de manera que cada vez que intentas hablar de sus fallos o debilidades, se cierran o te dicen que malinterpretaste las cosas.
¿Qué hacer cuando una persona intenta desviar el problema?
Cuando intentamos abordar un problema y nos damos de bruces contra el muro de la deflexión, es probable que nos sintamos culpables y frustrados. Lo habitual es que reaccionemos replegándonos, aceptando de cierta forma esa “responsabilidad” que el otro nos intenta achacar.
Obviamente, ese no es el camino.
El primer paso es intentar mantener la calma. Si discutes, legitimarás a la otra persona y le darás más tela por donde cortar. Utiliza oraciones cortas para evitar los malentendidos y enfócate en ti. Intenta explicarle que la falta de aceptación os impedirá seguir avanzando para encontrar una solución.
No te desvíes del tema principal y enfatiza la necesidad de explorar formas de superar el conflicto. No obstante, si la dinámica se vuelve demasiado tóxica y afecta tu salud mental, cortar por lo sano podría ser la mejor solución a largo plazo, más que quedarse atrapado en la espiral deflexiva del otro.
¿Y si eres quien aplica este mecanismo de defensa?
Si crees que estás recurriendo a la deflexión, es una buena señal porque lo más difícil es reconocer la existencia de este mecanismo de defensa. Para dejar de utilizar la desviación como estrategia de afrontamiento:
- Comienza por tomar nota mental de tu primera reacción cuando alguien menciona un error. Es probable que descubras que te sientes mal y tienes la tendencia a rechazar esas emociones.
- Intenta mantenerte abierto a las palabras de los demás. Recuerda que un error no te define como persona. Es mucho más maduro y sabio reconocer una equivocación que negarla o incluso proyectarla sobre alguien más.
- Pon nombre a lo que estás sintiendo. En el fondo, la deflexión es un intento por escapar de las emociones que te incomodan, por lo que aceptarlas disminuirá tu necesidad de desviar la atención. Recuerda que puedes ser vulnerable. No hay nada de malo en ello.
- Aborda el conflicto o problema con objetividad en vez de dejarte llevar por las emociones que te empujan precisamente a evitar la situación. Te ayudará imaginar que eres otra persona para asumir una distancia psicológica. Pregúntate cómo lo resolvería tu mejor amigo, tu padre o incluso Einstein.
Por último, recuerda que “las deflexiones destiñen la vida”, como dijeran Erving y Miriam Polster. Evitar una situación no hará que el problema desaparezca. Culpar al otro no te hará mejor persona. Y escapar de las emociones no te hará más resiliente.
Referencias Bibliográficas:
Perls, F. (2013) El enfoque Gestalt y testigos de terapia. Editorial Cuatro Vientos: Santiago de Chile.
Polster, E. & M. (1973) Terapia gestáltica. Editorial Amorrortu: Buenos Aires.
Deja una respuesta