
Todos quieren dejar huella, pero a menudo no miran siquiera por donde caminan, de manera que terminan pisando a los demás. Y eso no es dejar huella, eso es dejar una mancha, parafraseando a Eleanor Roosevelt.
Cada paso que das, cada elección que tomas, tiene el poder de dejar una marca en el mundo. Pero, ¿te has preguntado qué tipo de huella estás dejando?
En la vida, es fácil caer en la trampa de la competitividad desmedida y dejarse arrastrar por la necesidad de sobresalir a cualquier costo. Pero cada vez que pisamos a alguien, también estamos dejando atrás un trozo de nosotros mismos que no podremos recuperar. Porque a menudo es más importante la persona en la que nos convertimos a lo largo del camino, que la meta que alcanzamos.
La trampa que nos tiende la teoría de la comparación social
Vivimos en sociedades altamente competitivas. Desde pequeños nos enseñan a esforzarnos para sacar las mejores calificaciones, entrar a la mejor universidad y obtener el mejor trabajo. Sin embargo, llegar en primer lugar implica, necesariamente, dejar a otros atrás.
La vida es así. Por supuesto. El podio no tiene espacio para todos. El problema se produce cuando para alcanzar lo que deseamos ponemos la zancadilla a los demás y comenzamos a pensar que el fin justifica los medios.
Esta idea se asienta en la teoría de la comparación social, según la cual tenemos la tendencia a autoevaluarnos comparándonos con los demás. Como resultado, experimentamos un impulso básico y unidireccional que nos empuja hacia arriba. Queremos mejorar nuestro desempeño para evitar quedarnos por debajo.
Según los psicólogos sociales, “la competición es omnipresente. En el trabajo, competimos por un ascenso, intentamos aumentar la cuota de mercado de una empresa o ganar la carrera por patentar un nuevo invento”. Ni siquiera el dominio social se escapa a esa tendencia a competir: intentamos aumentar nuestro número de amigos en las redes sociales o levantar más peso que los demás en el gimnasio.
Los estudios psicológicos llevan décadas demostrando que la gente normalmente intenta alcanzar una posición superior frente a otros en diferentes contextos, desde situaciones sociales cotidianas hasta entornos laborales e incluso en el mercado. Esa parece la norma. Y lo es. Pero solo porque nuestra cultura nos ha marcado ese camino como el único posible, de manera que no concebimos otra manera de avanzar.
Pisotear a los demás no nos saldrá gratis
El hecho de que la competición sea omnipresente y nos hayan repetido hasta la saciedad que es buena, no significa necesariamente que lo sea. Una serie de experimentos desarrollados en la Universidad de Alberta, por ejemplo, reveló que la comparación social nos incita a mentir, sobre todo si nos sentimos amenazados psicológicamente, consideramos que nuestro desempeño es malo o pensamos que vamos a quedarnos rezagados.
Numerosos estudios también han encontrado que compararnos con los demás, en especial en las redes sociales, afecta nuestro bienestar y puede conducir a la depresión. Lo mismo ocurre en entornos altamente competitivos, ya sea el colegio o el deporte, en los que la presión por destacar genera estrés y ansiedad.
Además, cuando elegimos «pisar a los demás» en nuestra búsqueda del éxito o la satisfacción personal, a menudo lo hacemos a expensas de nuestro propio valor y autenticidad. En lugar de elevarnos, ese comportamiento nos arrastra hacia abajo, erosionando nuestra integridad y la conexión con lo que realmente importa en la vida.
Jean-Paul Sartre nos recuerda que somos responsables no solo de nuestras propias acciones, sino también de su impacto en los demás. Cuando pisoteamos a los demás en nuestro camino para lograr nuestros objetivos, estamos negando nuestra humanidad mientras abrazamos una existencia vacía de significado y propósito.
¿Cómo dejar huella?
En realidad, con quien único deberíamos compararnos y, por ende, competir, es con nosotros mismos. Para dejar huellas, no hay que pisar a nadie, solo debemos asegurarnos de brillar con luz propia.
Tan solo tenemos que preocuparnos por superarnos a nosotros mismos y preguntarnos: ¿hoy he sido mejor persona que ayer? La clave consiste en dedicar tiempo a lo que te apasiona y permite crecer. El resto vendrá como una consecuencia natural.
Puedes alcanzar tus sueños sin dañar a los demás en el proceso. Puedes dejar una marca positiva en el mundo, una huella que inspire y motive sin necesidad de aplastar a los demás o hacerles daño.
A fin de cuentas, la verdadera sabiduría radica en reconocer que nuestro bienestar está intrínsecamente ligado al de los demás y que en el intrincado tejido de la vida, nuestras acciones tienen un impacto que se extiende más allá de nosotros mismos.
Nuestra verdadera grandeza no se mide únicamente por los logros alcanzados sino por nuestra capacidad para crecer y motivar a los demás mientras perseguimos nuestros sueños. Recordemos las sabias palabras del presidente de United States Steel Corporation, Benjamin Franklin Fairless: “No se puede fortalecer a uno debilitando a otro; y no se puede aumentar la estatura de un enano cortando la pierna de un gigante”.
Referencias Bibliográficas:
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