
A todos nos ha pasado: una jornada complicada, una preocupación que no se nos va de la cabeza, el cansancio acumulado, las presiones sociales… Hay muchísimas situaciones que nos pueden poner de mal humor y, de repente, alguien dice o hace algo que enciende la mecha.
La más mínima acción, palabra o gesto de nuestra pareja, un familiar o un amigo nos saca de quicio. Reaccionamos con brusquedad, soltamos palabras sin pensar y, en cuestión de minutos, lo que empezó siendo un pequeño desacuerdo se convierte en una discusión dolorosa que puede dejar profundas heridas emocionales.
¿Por qué nos desquitamos el mal humor con las personas que más queremos?
Cuando nos sentimos desbordados emocionalmente, nos cuesta controlar nuestro comportamiento. La frustración, el enfado, el estrés e incluso el agotamiento psicológico ponen a nuestro cerebro en modo defensa.
La amígdala, la parte del cerebro encargada de las respuestas emocionales, se activa mientras el lóbulo frontal, responsable de tomar decisiones racionales y medir las consecuencias de nuestros actos, queda relegado a un segundo plano.
Eso nos sume en un estado de hipersensibilidad, con los nervios a flor de piel. Por ese motivo, en lugar de procesar tranquilamente lo que ocurre, simplemente reaccionamos y nos desquitamos con alguien ese mal humor o malestar. Entonces el más mínimo estímulo desencadena una reacción desproporcionada, impulsada por hormonas como la adrenalina y el cortisol, que nublan nuestro juicio.
En esos momentos es habitual que:
- Busquemos un “culpable”. El malestar emocional es doloroso e incómodo, por lo que nuestro cerebro podría intentar aliviarlo descargándolo sobre otra persona. Si un día tu pareja deja los platos sin lavar, puede convertirse en el blanco perfecto para descargar tu frustración y rabia por un problema laboral, por ejemplo.
- Perdamos la perspectiva. Cuando estamos enojados, estresados o de mal humor, solemos ver las cosas en blanco y negro. Los matices se borran y no damos el beneficio de la duda al otro. En ese estado podemos interpretar un comentario inocente de alguien como un ataque personal y reaccionar poniéndonos a la defensiva.
Los daños colaterales de las discusiones constantes
Decía Robert G. Ingersoll que “la ira es un viento que apaga la lámpara de la mente”. De hecho, debemos recordar que las palabras dichas en esos momentos pueden romper la confianza, crear inseguridades o incluso dañar profundamente la relación, sobre todo cuando se instaura un patrón de discusiones constantes.
- Deterioro de la confianza y la relación. Cada palabra dura, cada actitud intransigente y cada gesto de desprecio van creando una grieta en la relación. Esos actos pueden quedarse dando vueltas en la mente del otro, generando inseguridades sobre el vínculo afectivo. A la larga, pueden generar un agotamiento emocional que termine erosionando incluso las relaciones más fuertes.
- Cicatrices emocionales. Hay cosas que, una vez dichas, no pueden retirarse, aunque nos disculpemos. Las personas pueden sentirse heridas incluso después de que pase el enfado. Eso va generando una distancia emocional y hará que se alejen o nos eviten por miedo a que volvamos a perder el control. Con el tiempo, el cariño puede desgastarse.
- Resentimiento acumulado. Aunque parezca que en una discusión liberamos las tensiones emocionales, en realidad muchas veces para lo único que sirve es para acumular resentimiento. Cuando lo que empezó como un mal día se convierte en un patrón de comunicación tóxico, la otra persona puede sentirse invalidada emocionalmente o comenzar a creer que sus opiniones no importan.
3 estrategias psicológicas para dejar de desquitarse con alguien
¿Sabías que el 65% de las discusiones en pareja no surgen por problemas reales, sino porque el estrés acumulado se dispara en el momento equivocado? Cuando nuestro cerebro entra en modo “alerta”, buscamos inconscientemente un chivo expiatorio y quienes están más cerca terminan pagando el precio. La buena noticia es que no tienes por qué desquitarte con alguien ese mal humor.
1. “Tiempo fuera” emocional
Esta técnica consiste en realizar una pausa consciente antes de llegar al punto de no retorno. Cuando sientas que el enfado, la frustración o la tensión van creciendo y están a punto de hacerte perder la calma, detente antes de hablar. Respira profundamente durante unos segundos y pregúntate si lo que estás a punto de decir ayudará o empeorará la situación. Puedes decir: “necesito un momento para calmarme, luego lo hablamos”.
¿Por qué funciona? El cerebro tarda unos 20-30 minutos en reducir los niveles de cortisol, así que alejarte físicamente te dará el tiempo que necesitas para recuperar el control.
2. Habla en primera persona
En este caso, se trata de intercambiar el “tú” acusador por el “yo” emocional. Eso te permitirá expresar cómo te sientes sin atacar a los demás. Por ejemplo, en lugar de decir: “me pones de los nervios” (un ataque en toda regla), prueba con un: “me siento agotado, ¿podrías dejar de hacer eso?”.
¿Por qué funciona? El primer enfoque genera una actitud defensiva en el otro mientras que el segundo invita a la empatía. Hablar en primera persona no solo reduce la tensión, sino que también abre espacio para el diálogo y te permite expresar tus necesidades de forma asertiva.
3. Iceberg del enojo
Antes de discutir con una persona que amas, es conveniente que te detengas un segundo y te preguntes: ¿Qué me duele realmente?¿Estoy enfadado por esto o por otra cosa? Por ejemplo, las discusiones de pareja por tonterías suelen esconder motivos mucho más profundos que esos platos sin lavar o quién se encarga de la colada. Identificar la raíz del problema evitará que descargues tu mal humor donde no corresponde y de la manera más inadecuada.
¿Por qué funciona? La mayoría de las discusiones suelen estar impulsadas por el enojo. El enfado es una emoción fácil de detectar, pero en su base suele haber otras emociones de las que no siempre eres consciente.
Por último, pero no menos importante, pregúntate si vale la pena. ¿Merece la pena dañar la relación por algo pasajero? ¿Eso por lo que estás a punto de discutir será relevante la semana próxima o incluso mañana? Probablemente no. Asumir un poco de perspectiva te permitirá darle a cada cosa el lugar que merece, en vez de dejarte llevar y reaccionar exageradamente.
El poder de elegir cómo reaccionar
No podemos evitar enfadarnos, frustrarnos o estresarnos. Pero podemos elegir cómo reaccionar ante esas emociones. Aunque parezca difícil en el momento, priorizar el vínculo afectivo en lugar de la descarga emocional puede marcar la diferencia entre una relación sana y una llena de resentimientos.
La clave para evitar esas discusiones constantes radica en recordar que:
- El enfado y la frustración son temporales, pero las palabras dichas perduran.
- Las personas que amas no son tu enemigo, el problema es la emoción descontrolada.
- Un momento de paciencia puede evitar años de arrepentimiento.
Así que la próxima vez que sientas que algo te está sacando de quicio, respira profundo y elige actuar desde el cariño y no desde la rabia o el mal humor. En el fondo, lo que realmente importa no es ganar una pelea, sino cuidar a quienes amas.
Referencia Bibliográfica:
Neff, L. A., & Karney, B. R. (2009)Stress and reactivity to daily relationship experiences: How stress hinders adaptive processes in marriage. Journal of Personality and Social Psychology; 97(3): 435–450.
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