“Nadie se nos subirá encima si no doblamos la espalda”, afirmó Martin Luther King. Sin embargo, muchas veces las circunstancias de la vida terminan aplastándonos bajo su peso y socavan nuestra dignidad personal. Llegados a ese punto, es probable que nos perdamos el respeto y permitamos que otras personas vulneren nuestros derechos, incluso los más elementales. Entonces podríamos caer en una espiral destructiva.
¿Qué es la dignidad personal?
La palabra dignidad proviene del latín dignitas, que significa excelencia, nobleza y/o valor. Por tanto, La definición de dignidad personal hace referencia al valor y respeto por uno mismo como ser humano. Por una parte, implica tratarnos con respeto, seriedad, responsabilidad y amabilidad. Y por otra parte, implica hacernos valer como personas para que los demás no vulneren nuestros derechos.
Por tanto, la dignidad personal es un indicador de cómo nos valoramos, el nivel de estima que nos profesamos y hasta qué punto estamos dispuestos a llegar para defendernos e impedir que nos pisoteen, humillen y/o degraden.
Defender nuestra dignidad
En el pasado los psicólogos dividían la dignidad. Creían que existe una dignidad interior, entendida como un don que nadie puede arrebatarnos, una especie de valía intrínseca inmutable y protegida a cal y canto. Pero también reconocían la existencia de una dignidad exterior, que es más maleable y depende de las circunstancias en las que nos desenvolvemos.
Desde esta perspectiva, podríamos permitir que se vulnere esa dignidad exterior porque la dignidad interior seguiría intacta. Por tanto, los insultos y humillaciones no afectarían el valor que nos conferimos. Es cierto. Pero solo hasta cierto punto.
La imagen que tenemos de nosotros, la valía que nos adjudicamos y el respeto que nos profesamos se refleja y valida constantemente en las relaciones que establecemos con el mundo. Si permitimos que los demás vulneren continuamente nuestros derechos, no respondemos ante las vejaciones y dejamos que nos humillen, antes o después nuestra dignidad interior se dañará.
De hecho, la psicóloga Christine R. Kovach apuntó que “la experiencia de la dignidad, entendida como el sentimiento de valor, requiere que exista alguien que comprenda y reconozca esos valores y muestre respeto por los mismos”.
Cuando no hacemos valer nuestra dignidad y las personas que nos rodean tampoco la reconocen, corremos el riesgo de caer en una espiral descendente marcada por las humillaciones, manipulaciones, maltratos y demandas excesivas que harán que nos volvamos cada vez más pequeños, insignificantes y carentes de valor.
Cambiará la imagen que tenemos de nosotros mismos, nuestra autoestima se resentirá y terminaremos abrazando el rol de víctima que soporta estoicamente los desmanes de los demás, convencidos de que es lo que merecemos en esta vida.
En realidad, perdemos un poco de dignidad cada vez que:
- Nos dejamos humillar y maltratar de manera sistemática por los demás.
- Nos volvemos conformistas y aceptamos mucho menos de lo que merecemos.
- Nos dejamos manipular y boicotear por quienes nos rodean.
- Nos perdemos el respeto y dejamos de amarnos.
Cuanto más crece el conformismo, más pequeña se vuelve la dignidad
Kant pensaba que la dignidad nos empuja a defendernos, para impedir que los demás pisoteen nuestros derechos impunemente. Es una dimensión que nos recuerda que nadie puede ni debe utilizarnos. Somos personas libres y valiosas, responsables de nuestros actos y merecedoras de respeto. Por tanto, no debemos conformarnos con menos.
El escritor Irving Wallace dijo que “ser uno mismo, sin miedo, ya sea correcto o incorrecto, es más admirable que la fácil cobardía de la rendición a la conformidad”. Asumir una actitud conformista suele implicar ceder a la presión que ejercen los demás – ya sea una persona, grupo o sociedad.
La conformidad surge de la resignación y la claudicación. Implica que restamos importancia a nuestras ideas y valores, acallando nuestros sentimientos, para dar más crédito a las ideas, valores y sentimientos de los demás, dejando que prevalezcan peligrosamente sobre los nuestros, muchas veces hasta el punto de avasallarnos.
Por eso, perdemos dignidad cada vez que nos conformamos con:
- Tener a nuestro lado a personas que no nos respetan ni nos aman por lo que somos.
- Recibir un trato injusto que vulnera nuestros derechos elementales, ya sea por parte de individuos o instituciones.
- No desarrollar al máximo nuestras potencialidades, limitándonos a vivir en una estrecha zona de confort.
El conformismo puede ser una tierra conocida donde nos sentimos relativamente seguros, pero debemos ser conscientes de que no es un terreno donde pueda florecer la dignidad. Cada vez que nos conformamos con menos, negamos parte de nuestra invidualidad y valía. Por eso, Kant creía que una persona con dignidad es alguien con conciencia, voluntad propia y autonomía para decidir su propio camino.
El exceso de dignidad no nos hace más dignos
Curiosamente, también podemos perder dignidad cuando sobrepasamos los límites. Entonces la dignidad se convierte en despotismo porque abusamos de nuestra superiodad, poder o fuerza para obligar a las otras personas a darnos un trato especial y/o preferente.
Exigir privilegios en nombre de la dignidad en realidad nos hace perderla. Como explicara el filósofo Immanuel Kant: “obra de tal manera que puedas usar la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de todo otro, siempre al mismo tiempo como fin, nunca meramente como medio”.
Eso implica reconocer nuestra existencia y las de los demás como el fin último, jamás como un medio para alcanzar determinados objetivos. Implica reconocer que “por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre”, como escribiera Antonio Machado.
La dignidad personal no consiste en creernos superiores, sino que implica reconocer que las otras personas también merecen respeto y consideración. La dignidad es una calle de dos sentidos. Necesitamos reclamarla para nosotros, pero también debemos ofrecerla a los demás.
Fuentes:
Castel, R. (1996) Work and usefulness to the world. Int. Lab. Rev; 135: 615–622.
Kovach, C. R. (1995) Evolving images of human dignity. J. Gerontol. Nurs; 21(7): 5–6.
Meyer, M. J. (1989) Dignity, Rights, and Self-Control. Ethics; 99(3): 520-534.
Jesús Báez dice
Fantásticos sus artículos no me pierdo ninguno.
Jennifer Delgado dice
Hola Jesús,
Gracias! 😉
Ana dice
Buenos días,
Acabo de leer su artículo y me ha gustado mucho. Gracias.
Querría comentarle una serie de pensamientos que tengo desde hace bastante tiempo:
1.Después de haber estado de baja porque me trataban fatal en el trabajo y no poder encontrar un nuevo trabajo y volver al mismo puesto y a la misma empresa me siento que me he resignado a ésto, pero no lo acepto.
2.Me siento estancada en la relación con mi marido. Siempre es lo mismo y la única conversación que tenemos es que éste tiene mucho trabajo, que ha tenido la tensión alta durante varios meses por su trabajo y que necesita que le entienda por enésima vez…. Por cierto, no hacemos nada de nada como marido y mujer, la cama solamente para dormir.
3. Cuando , después de escucharle día tras día a mi marido, la misma canción, » que tiene mucho trabajo, que el virus ..(como si yo no lo padeciese) y yo le comento cómo me siento: estancada ( aunque busco siempre cursos, deporte, música, bailo…), sin vida por dentro, me dice que no me queje, que todo el mundo lo está pasando igual de mal, que soy una privilegiada, , que tengo trabajo y además trabajo en casa y que me conecto cuando quiero, que puedo salir y hago lo que quiero, porque como en esta época de COVID tenemos que teletrabajar….que tengo mucha suerte.. y termina diciéndome que me conforme, que así es la vida.
4. Hace años tuve una depresión a causa de tener un padre maltratador en casa. Le llegué a denunciar, pero a causa de las presiones de mi familia y de no tener ningún apoyo , retiré la denuncia.
Por esta situación estuve viviendo durante años en casa de mi abuela (ella no aceptaba la denuncia, ni mucho menos, pero me dejó vivir en su casa, no sé el por qué, si soy sincera).
Lo único que me reconfortaba era hacer deporte , escuchar música, leer , ver películas románticas una y otra vez, ver series a las que me aferraba como loca, viéndolas una y otra vez.
Estoy casi en el mismo punto de partida. Mejor que antes, porque estoy independizada, pero en el fondo fondo pienso lo siguiente: Estoy en un trabajo que me ayuda a ser independiente (importantísimo para mí) y que me ayuda a tener años cotizados, nada más (y nada menos), estoy con una persona que no quiero, es solamente respeto y saber estar, pero nada más.
Empecé a salir con él por probar, me fui de casa de mi abuela porque era insoportable lo mal que me trataba mi madre, y empecé a vivir con él porque no tenía otra opción, la opción que me rondaba en ese momento por la cabeza era la muerte, de verdad.
En este momento estoy volviendo a las andadas de antes: me aferro al deporte, música, a las series y películas románticas, que veo una y otra vez, para vivir una vida que no es la mía, ni de lejos. Y estoy con una persona que respeto y soy educada, nada más.
Sé que hay muchísima gente que está muchísimo peor que yo, pero lo que me preocupa es que este sentimiento se repite una y otra vez, no es fugaz y a lo mejor le tengo que prestar más atención y hacer algo al respecto.
Muchas gracias por leer mi respuesta.
Un saludo
Ana