
Cuando estamos cocinando y nos salpican unas gotas de aceite caliente, sabemos que va a escocer un poco. Nuestro cerebro conoce esa sensación y sabe qué esperar. Pero si tuviéramos los ojos vendados y no supiéramos que son unas gotas de aceite caliente, es probable que sintamos un dolor más intenso, aunque la temperatura sea exactamente igual.
De la misma forma, cuando intuimos que una relación de pareja va mal, ponerle punto final duele, pero no tanto porque nuestro cerebro ya ha tenido tiempo para irse preparando para ese escenario. En cambio, cuando la ruptura nos toma por sorpresa y no recibimos una explicación, el sufrimiento suele ser mayor.
En este sentido, un nuevo estudio realizado en la Universidad de Aarhus demostró que cuando no sabemos qué esperar o no tenemos claro qué ocurre, cambia la forma en que el cerebro interpreta el sufrimiento, haciendo que sea más doloroso – aunque no represente un peligro real o realmente no sea tan intenso.
Cuando no saber duele más que la verdad
Estos neurocientíficos diseñaron un experimento en el que 300 participantes debían predecir si sentían frío o calor en el antebrazo mientras escaneaban su cerebro para comprobar cómo respondían. Sin embargo, en ocasiones, los investigadores los exponían a estímulos de calor y frío simultáneamente, lo que desencadenaba una sensación de ardor desconcertante para la que no estaban preparados.
Así los investigadores comprobaron que las expectativas y la incertidumbre influyen en nuestra precepción del dolor, atenuándolo o amplificándolo. De hecho, cuando el cerebro no sabe qué esperar y se encuentra con señales ambiguas, se inclina por la precaución, intensificando el dolor más allá de lo necesario.
Sin embargo, el efecto de la incertidumbre no se limita al dolor físico. Si tu pareja te dice «esto no está funcionando porque tenemos valores distintos«, te dolerá, pero al menos tu cerebro podrá procesarlo. En cambio, si simplemente desaparece o te deja con un «no eres tú, soy yo«, la incertidumbre se convierte en un tormento. El cerebro busca respuestas, plantea hipótesis y ensaya teorías pero en su intento de encontrar sentido, prolonga el sufrimiento.
Lo mismo ocurre en el ámbito laboral. Si después de una entrevista de trabajo no recibes ninguna respuesta, la angustia es peor que un simple «lo sentimos, hemos elegido a otra persona«. En ese limbo del «¿y si…?«, el cerebro activa una especie de alarma constante que magnifica la ansiedad.
El cerebro, un pesimista precavido
Según dicha investigación, cuando la incertidumbre entra en escena, el cerebro prefiere pasarse de precavido y asumir lo peor. Es una estrategia evolutiva: si en la época de las cavernas no sabíamos si un ruido en la maleza era el viento o un depredador, lo mejor era ponernos en modo alerta máxima.
El problema es que ese mecanismo del “por si acaso” sigue activado en la vida moderna y, al parecer, lo aplicamos a una gran variedad de escenarios, lo que hace que amplifiquemos el dolor cuando no tenemos información clara inmediatamente.
Cuando no sabemos por cuánto tiempo persistirá el dolor o cuál será su evolución, el cerebro mantiene una respuesta de alerta constante. El sistema simpático permanece activo, lo que significa que el cuerpo sigue inundado de cortisol y adrenalina, lo que provoca tensión muscular, rigidez e incluso inflamación.
La incertidumbre genera un estado de hipervigilancia, de manera que nos volvemos casi paranoicos prestando atención a cualquier señal corporal, emocional o externa. Eso puede hacer que interpretemos sensaciones o estímulos normales como indicios de una amenaza inminente. Obviamente, esa hipersensibilidad amplifica la percepción del dolor y contribuye a la cronificación del malestar, creando un círculo vicioso difícil de romper.
Además, la incertidumbre suele obstaculizar nuestra capacidad para aplicar estrategias de afrontamiento eficaces. Sin información clara sobre la causa del dolor, es más complicado seleccionar los métodos más adecuados para aliviarlo. Esa falta de control percibido aumenta la sensación de impotencia y desesperanza, exacerbando el sufrimiento.
¿Cómo reducir el dolor de no saber? La información como analgésico
El cerebro odia los espacios en blanco. Cuando falta información, tiende a rellenarlos con hipótesis, generalmente pesimistas. Por eso, crear una narrativa que tenga sentido puede ayudar a reducir el malestar. No se trata de inventar realidades alternativas en las cuales refugiarnos, sino de construir explicaciones que nos permitan ir procesando la situación.
Por ejemplo, si una amistad se enfría sin motivo aparente, en lugar de quedarte atrapado en el bucle de los «¿habré hecho algo mal?», prueba a decirte: «las relaciones cambian, puede que cada uno esté en una etapa diferente de su vida». No tienes que llegar a una verdad absoluta, el simple hecho de estructurar una historia plausible calma el cerebro porque ya no tiene que seguir buscando respuestas.
Si es posible, también puedes pedir claridad. Si una situación que te está dañando se puede aclarar con una simple pregunta, hazla. Muchas veces evitamos pedir explicaciones porque tememos la respuesta o porque pensamos que parece desesperado. Sin embargo, en muchos casos, una respuesta clara, aunque sea negativa, duele menos que quedarte atrapado en la incertidumbre y las dudas.
¿No sabes si tu solicitud de trabajo sigue en pie? Pregunta directamente. ¿Alguien se distanció de golpe? Intenta mantener una conversación honesta. Tu cerebro agradecerá cualquier tipo de información concreta que pueda utilizar para cerrar ese círculo de la vida. Como resultado, la ansiedad disminuirá considerablemente.
Por supuesto, también es importante aceptar que no siempre encontraremos respuestas – o al menos no inmediatamente. Si aprendemos a tolerar esa incertidumbre, podremos reducir el estrés y el sufrimiento. A fin de cuentas, el cerebro también se entrena, por lo que si nos acostumbramos a lidiar con situaciones inciertas, podremos reducir el dolor asociado a estas.
A veces, simplemente hay que aceptar que la única certeza es que no sabrás algo de inmediato. Pero confiar en que en algún momento lo entenderás ya es un paso para calmar la mente ansiosa.
Por último, recuerda que no saber qué esperar hace que el cerebro se prepare para lo peor, exagerando las emociones y sensaciones. Para minimizar esa sensación, puedes enfocarte en lo que está en tus manos. Cuando la incertidumbre se vuelve insoportable, centrarse en lo que predecible ayuda mucho. Rutinas, actividades placenteras y pequeños logros pueden ser anclas en medio del caos.
Y si no puedes encontrar respuestas, al menos recuerda que, pase lo que pase, encontrarás la manera de seguir adelante.
Referencia Bibliográfica:
Ehmsen, J. F. et. Al. (2025) Thermosensory predictive coding underpins an illusion of pain. Science Advances; 11(11): eadq0261.
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