Dudar de todo. Esa podría ser la máxima que caracteriza los tiempos en que vivimos. Tiempos en los que el poder del referente parece diluirse en una posverdad relativista.
No es nada nuevo. Descartes sistematizó la duda con su “pienso, luego existo”. Mucho antes, los filósofos escépticos ya habían abrazado la duda y mucho después, el propio Nietzsche dijo que “toda convicción es una cárcel”.
Como herramienta en la búsqueda de la verdad, la duda es muy útil. Pero quizá la estamos aplicando mal. Quizá la duda se nos está yendo de las manos. Quizá el acto de dudar – aplicado a medias – está creando más problemas de los que resuelve en nuestra vida y en nuestra sociedad.
Sacrificar la sabiduría en el altar de la inteligencia
“Nuestra sociedad fomenta la inteligencia en lugar de la sabiduría y celebra los aspectos más superficiales, hostiles e inútiles de esa inteligencia”, escribió el maestro en budismo tibetano Sogyal Rimpoché. “Nos hemos vuelto tan falsamente ‘refinados’ y neuróticos que tomamos la propia duda por verdad, y así la duda, que no es otra cosa que un intento desesperado del ego para defendense de la sabiduría, queda deificada como objetivo y fruto del auténtico conocimiento”.
“La educación contemporánea nos adoctrina en la glorificación de la duda y de hecho ha creado lo que casi se podría llamar una religión o una teología de la duda, en la cual para ser considerado inteligente hay que mostrar que se duda de todo, señalar siempre lo que está mal y pocas veces preguntar lo que está bien, denigrar cínicamente los ideales heredados y en general todo lo que se haga por simple buena voluntad”.
Según Sogyal Rimpoché, este tipo de duda es destructiva porque termina siendo “una estéril adicción a la contradicción que nos roba repetidamente toda apertura verdadera a cualquier verdad más amplia y ennoblecedora”. En práctica, dudar por dudar, porque pensamos que es una señal de inteligencia, podría simplemente sumirnos en el caos mental más absoluto, dejándonos en las garras de un relativismo ignorante que no nos permite avanzar sino que a menudo implica un retroceso.
La duda noble implica cuestionarnos a nosotros mismos
Somos una sociedad que ensalza la duda pero que es incapaz de dudar de sí misma y del proceso de cuestionamiento. Al dudar de todo fuera, sin mirar hacia dentro, terminamos enredados en los condicionamientos sociales que terminan dictando el camino de la “verdad”. Ese camino, sin embargo, no conduce a la sabiduría.
En práctica, dudamos de todo lo externo. Dudamos de que la tierra sea redonda, de la existencia de un virus, de las estadísticas, de lo que dicen las figuras de poder, de lo que escriben los diarios, de lo que afirman los médicos y los vulcanólogos… Y eso está bien. Cuestionarnos las cosas y no darlas por sentado es importante.
Pero también tenemos que cuestionarnos a nosotros mismos. Tenemos que cuestionar el proceso de pensamiento que nos conduce a sacar unas conclusiones y no a otras. Tenemos que cuestionar, sobre todo, nuestras expectativas a lo largo de ese proceso. Las creencias y estereotipos que se encuentran en la base y que terminan empujándonos en una dirección que podría no ser la más adecuada.
En contraposición a la duda nihilista, Sogyal Rimpoché propone una “duda noble”. “En vez de dudar de las cosas, ¿por qué no dudamos de nosotros mismos: de nuestra ignorancia, de nuestra suposición de que ya lo entendemos todo, de nuestro aferramiento y evasión, de nuestra pasión por supuestas explicaciones de la realidad que se hallan completamente desprovistas de esa sabiduría”, propone.
“Esa clase de duda noble nos estimula, inspira, nos pone a prueba, nos hace más y más auténticos, nos da poder y nos atrae más hacia el interior”, afirmó Sogyal Rimpoché.
Obviamente, el camino para abrazar la duda que conduce a la sabiduría está lleno de obstáculos en los tiempos que corren: la falta de tiempo, la dispersión, la sobreabundancia de estímulos que nos impiden concentrarnos en las preguntas y en nuestro cuestionamiento, así como el exceso de información. Son barreras que lastran la posibilidad de buscar respuestas en nuestro interior.
Sogyal Rimpoché nos propone otro camino: “no nos tomemos las dudas con exagerada seriedad ni las dejemos crecer desproporcionadamente; no las veamos solo en blanco y negro ni reaccionemos a ellas con fanatismo. Lo que hemos de aprender es a ir cambiando poco a poco nuestro concepto de la duda apasionada y culturamente condicionada por otra más libre, humorística y compasiva. Esto quiere decir que debemos dar tiempo a las dudas, y darnos tiempo a nosotros mismos para encontrar respuestas que no sean meramente intelectuales, sino vivas, reales, auténticas y operativas.
“Las dudas no pueden resolverse por sí mismas inmediatamente, pero si tenemos paciencia podemos crear un espacio en nuestro interior donde las dudas puedan examinarse, desembrollarse, disolverse y curarse de modo cuidadoso y objetivo. Lo que nos falta, sobre todo en nuestra cultura, es el correcto ambiente mental, ricamente espacioso y libre de distracción, en el que las intuiciones puedan tener la ocasión de madurar lentamente”.
Sogyal Rimpoché no dice que no nos cuestionemos el mundo. Está diciendo que nos atrevamos a cuestionarlo libres de estereotipos y condicionamientos para poder llegar a una respuesta realmente sincera y auténtica. Nos dice que ese cuestionamiento también debe extenderse a nuestro proceso del pensamiento, nuestras razones para dudar y, sobre todo, a las conclusiones.
Sin esa actitud, se pierde el placer de pensar. Cuestionarse, dudar y sospechar genera placer al sentir que mediante ese acto uno se vuelve cada vez más libre y autónomo. Al dudar nos convertimos en una persona más dueña de su vida que decide quién es, qué hace y por qué. Sin embargo, si no nos permitimos dudar de nosotros mismos y simplemente nos alineamos con las respuestas que brinda la otra parte disidente de la sociedad, estamos renunciando a la sabiduría para sumergirnos en el caos de las dudas estériles. Dejamos un rebaño para sumarnos a otro. Y eso no es inteligencia ni sabiduría.
Fuente:
Rimpoché, S. (2015) El libro tibetano de la vida y de la muerte. Barcelona: Ediciones Urano.
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