¿Quién eres?
A esta pregunta, aparentemente simple, muchos responden con una lista de roles.
Soy madre. Abogada. Española. Deportista…
Esos roles no son más que una serie de pautas de conducta que ha definido la sociedad para diferentes papeles. Sin embargo, aunque los roles sean básicamente una serie de expectativas y reglas de comportamiento compartidos socialmente, llega un punto en el que los incorporamos como parte de nuestro “yo”.
Cuando hemos desempeñado un rol durante mucho tiempo, nos identificamos con ese papel. Por esa razón, muchas personas no sienten el rol de padres o de profesionales como algo externo, sino que lo incorporan en su personalidad.
No obstante, dado que muchos de los roles que desempeñamos a diario son solo papeles asignados por la sociedad, antes o después llega un punto en la vida en el cual esa especie de “contrato” se rompe. Entonces podemos atravesar un duelo por la pérdida de ese rol.
Somos los roles que desempeñamos
En la sociedad generalmente nos relacionamos a través de diferentes roles, desde padres-hijos hasta profesores-estudiantes o médico-paciente. Los roles facilitan esa interacción. Nos transmiten con bastante claridad cómo se espera que nos comportemos en esas interacciones y suelen crear un estatus que hace referencia a nuestra posición exacta en esa estructura social. Los roles son, por tanto, brújulas sociales.
Los primeros roles que asumimos en la vida suelen generarse en el seno de la familia. Poco a poco, a medida que nos relacionamos con otras personas durante el proceso de socialización, vamos adquiriendo nuevos roles y comprendemos mejor las expectativas, comportamientos y límites asociados a los mismos.
Cuando comenzamos a descubrir y concientizar las expectativas que toda la sociedad dirige hacia nosotros, aprendemos a desempeñar los roles correspondientes a los distintos ámbitos en los que nos movemos. Aprendemos a ser hijos, estudiantes, amigos, hermanos… Mientras eso ocurre, también se va formando nuestra identidad social, que está íntimamente vinculada a nuestro “yo”.
Aunque los roles se definen fundamentalmente en términos de las expectativas de los otros sobre nuestros comportamientos, actitudes e incluso formas de pensar, eso no significa que sean completamente externos. Normalmente nos convertimos en el rol que desempeñamos. No nos limitamos a actuar siguiendo el papel que nos han asignado, sino que nos sentimos como tal.
Esa identificación se produce, según el psicólogo George H. Mead porque como la mayoría de los roles nos han sido asignados socialmente, el origen del descubrimiento del propio “yo” se superpone con el del descubrimiento de la sociedad. Es decir, la identidad no es algo abstracto, sino que se construye en gran medida a través de los actos de reconocimiento social.
El dolor por la pérdida de un rol
Normalmente asociamos el duelo a la pérdida de una persona querida o una mascota, pero podemos atravesar un proceso similar cuando perdemos o nos arrebatan un rol. De hecho, el concepto de duelo se refiere a las fases a través de las cuales pasamos para adaptarnos a una pérdida – de cualquier índole.
Por ejemplo, el duelo por la pérdida del empleo, ya sea por un despido o jubilación, puede ser particularmente intenso. Los padres también pueden atravesar un periodo similar cuando los hijos se van de casa ya que su rol paterno comienza a difuminarse.
Obviamente, cuanto más nos identifiquemos con un rol, más dolorosa o incluso traumática nos resultará su pérdida. Si alguien se percibe fundamentalmente a través de su faceta profesional y ha construido su identidad en torno a ello, es comprensible que la pérdida de ese rol desencadene un auténtico tsunami emocional. También ocurre con los padres que se han volcado de lleno en la crianza de sus hijos obviando otras facetas de su vida o con quienes se han entregado por completo a una relación de pareja sin cultivar otros intereses.
Cuando esas personas pierden el rol que da sentido a su existencia se sienten extraviadas. Es como si les quitaran la tierra debajo de los pies. Pierden la brújula que las guiaba porque los patrones de comportamiento que seguían caducan de la noche a la mañana.
Como resultado, pueden llegar a sentir que les han robado parte de su identidad, por lo que no es inusual que comiencen a experimentar un gran vacío interior que puede conducir incluso a una crisis existencial.
Lidiar con la pérdida de un rol sin venirse abajo
Los roles, como todo en la vida, vienen y van. No son eternos. Lo más importante para prevenir que su pérdida nos arrastre consiste en evitar sobreidentificarnos con ese papel.
Una técnica para dejar de identificarnos con los roles consiste en cambiar nuestro discurso. Por ejemplo, en vez de decir “soy médico” podríamos decir “soy Ana y ejerzo como médico”. La diferencia es sutil pero importante porque de esta manera nos ponemos en el centro de nuestro “yo” en vez de dejar que se articule alrededor de un rol social que puede desaparecer.
Esta técnica psicológica nos permite ir tomando conciencia de que somos mucho más que los roles que desempeñamos y los que nos han asignado. Nos ayuda a ampliar el concepto que tenemos de nosotros mismos mientras amplía nuestra identidad.
Otro aspecto importante para lidiar con la pérdida de un rol social consiste en diversificar nuestros intereses. La regla es: cuantos más roles tengamos, menos nos afectará la pérdida de uno de ellos. Podemos imaginar nuestra identidad como una edificación. Si tiene pocos pilares/roles, se vendrá abajo si uno de ellos deja de sustentar la estructura, pero si existen muchos, la pérdida de un pilar/rol no causará tantos estragos.
Para ampliar nuestros roles sociales y nuestra propia identidad, un buen punto de partida consiste en buscar nuevos intereses. De esa manera, Ana dejará de ser únicamente una doctora y comenzará a ser además una pintora, deportista, escritora, activista… Los límites los marcas tú y tu deseo de explorar nuevas facetas de tu identidad.
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