No podemos escapar de nuestras emociones. De hecho, no es necesario que lo hagamos ya que podemos utilizarlas como poderosas brújulas. Sin embargo, también debemos ser conscientes de su influjo para evitar que tomen el mando en situaciones en las que deberíamos reflexionar y actuar con lógica.
Por desgracia, estamos viviendo en una auténtica emociocracia, una dictadura de las emociones en la que se alimentan los extremismos, la polarización y, por supuesto, el no pensamiento. Actuamos dejándonos llevar exclusivamente por sentimientos de simpatía o animadversión. Sin pensar. Y cuando eso se extiende a todos los niveles de la sociedad, se vuelve altamente peligroso.
¿Qué es el efecto Keinshorm?
Es un sesgo cognitivo que afecta la manera en que percibimos la realidad y nos empuja a contradecir sistemáticamente las ideas o argumentos de una persona o grupo con el que no simpatizamos. O sea, rechazamos sus opiniones y razonamientos solo porque sentimos animadversión. Por ende, no nos comportamos de manera racional, sino que dejamos que las emociones nublen nuestro juicio y nos predispongan a rechazar lo que diga, independientemente de su verosimilitud.
Ese sesgo nos impide aceptar o dar por válidas determinadas ideas, simplemente porque provienen de individuos que nos resultan antipáticos o que consideramos en nuestras antípodas del pensamiento. En lugar de evaluar la solidez de la información en sí, nos enfocamos en la fuente, dejando que sea nuestra percepción subjetiva y emocional e incluso nuestras expectativas y deseos, lo que decida.
¿Por qué el desagrado nubla nuestro juicio?
El efecto Keinshorm tiene profundas raíces que se entrelazan con el “efecto horn”, según el cual tenemos la tendencia a extender un rasgo negativo a toda la persona, sin conocerla bien. O sea, nos formamos una primera impresión desfavorable en base a alguna característica que consideramos negativa – que puede ser incluso física. Eso significa que ya estamos predispuestos negativamente hacia esa persona y, por ende, también hacia sus ideas.
Desde una perspectiva evolutiva, también tenemos la tendencia a favorecer a quienes consideramos que forman parte de nuestro «grupo» porque son quienes conforman nuestra red de apoyo y pueden darnos una mano cuando más lo necesitemos.
En este sentido, un estudio realizado en la Universidad de Queensland comprobó que mirar a los miembros de un endogrupo o un exogrupo activa diferentes regiones cerebrales. Estos neurocientíficos constataron que simpatizamos más con los miembros del endogrupo, distinguimos mejor sus rostros y evaluamos sus acciones de manera diferente, en comparación con los miembros del exogrupo.
Otra investigación llevada a cabo en la Universidad Normal del Sur de China comprobó que las respuestas neuronales están influenciadas en gran medida por nuestras preferencias afectivas, incluso a corto plazo. O sea, nuestro agrado o desagrado hacia alguien puede modificar cómo procesamos sus acciones o ideas, de manera que no somos tan racionales como pensamos.
Como norma general, solemos desconfiar o incluso rechazar a quienes percibimos diferentes ya que a menudo los vemos como una amenaza, lo cual se basa en nuestro profundo miedo a lo desconocido y a percibir las cosas nuevas como negativas. Sin embargo, el “peligro” que supone lo diferente no se limita al plano físico, sino que se extiende a nuestras creencias o valores. De hecho, el efecto Keinshorm también se debe a la disonancia cognitiva.
Cuando nos enfrentamos a información que desafía nuestras ideas, valores o creencias más arraigadas nos sentimos incómodos. Si esa disonancia cognitiva se intensifica y genera un malestar psicológico mayor, en vez de cuestionarnos la veracidad de nuestras ideas, preferimos proyectar esos sentimientos negativos hacia la persona que presenta la información. O sea, culpamos al mensajero. Por eso, tendemos a rechazar sus argumentos sin haber realizado antes una evaluación objetiva.
Las enormes consecuencias del efecto Keinshorm
En realidad, el efecto Keinshorm no es tanto un rechazo a la persona o grupo como a lo que esta representa. Cada vez que alguien rechaza una idea, lo que realmente está haciendo es negar el desacuerdo constructivo y la reflexión madura.
A la larga, el efecto Keinshorm distorsiona nuestro juicio y nos impide valorar adecuadamente la información o las ideas presentadas por personas o grupos que nos resultan desagradables. Sin embargo, cuando nos cerramos de manera indiscriminada a todo lo que provenga de nuestra antípoda, caemos en la rigidez mental, lo que nos impide crecer y tomar decisiones más informadas o adaptativas.
Obviamente, a la larga el efecto Keinshorm acaba cortando los puentes del diálogo, creando un terreno de desconfianza y auténtica miopía intelectual en el que solo florecen los ataques ad hominem.
Cuando desvalorizamos las opiniones de los demás basándonos únicamente en nuestras antipatías personales, estamos contribuyendo a crear conflictos y malentendidos que terminan degradando la relación. En los entornos más cercanos, como la familia o las amistades, este sesgo puede provocar rupturas y resentimientos duraderos.
A nivel social, el efecto Keinshorm contribuye a la polarización y al tribalismo, sobre todo en el ámbito de la política. Cuando desacreditamos de manera injusta las ideas o soluciones de «la otra parte» sin haber realizado una evaluación justa, se crea un ambiente de división y estancamiento. Eso impide el consenso, el progreso y la búsqueda de soluciones que tanto necesita la sociedad.
¿Cómo desactivar este sesgo?
Para mitigar el impacto del efecto Keinshorm, es fundamental ser conscientes de que todos podemos caer en su trampa. Nadie es inmune. La autoconciencia, el pensamiento crítico y una actitud abierta son habilidades esenciales para superar este sesgo.
Debemos dejar de fijarnos en la persona que transmite la idea para enfocarnos en su contenido. Así evitaremos esa primera reacción inicial de rechazo que nos lleva a pivotar en el sentido contrario.
Y si una idea te genera disonancia cognitiva, en vez de descartarla, deberíamos analizarla más a fondo. A menudo, los cambios realmente transformadores se originan precisamente de las diferencias y las contradicciones por lo que, en vez de esconderlas bajo la alfombra, será mejor que las iluminemos con los focos reflectores.
Por supuesto, cambiar de opinión es difícil, sobre todo porque a menudo requiere que nos cuestionemos nuestra identidad y las creencias más arraigadas. Admitir que nos hemos equivocado es algo muy personal y a menudo nos avergüenza. Por eso, debemos darnos cuenta de que no somos solo nuestras ideas. De hecho, si queremos seguir creciendo en la vida, es probable que tengamos que deshacernos de muchas de ellas para ir alimentando otras en su lugar.
Cuando comenzamos a desarrollar una actitud abierta y flexible, de respeto a las ideas de los demás, podemos tomar mejores decisiones y, con un poco de suerte, incluso ampliar nuestra visión del mundo. Quedarnos atados al efecto Keinshorm solo nos garantiza una sociedad cada vez más dividida, sorda e incapaz de actuar.
Referencias Bibliográficas:
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Serrano, I. & Prada, J. M. (2019) Cuidado: la mente te engaña. En: El Mundo.
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