Asociamos las cosquillas a la diversión, la risa y la intimidad. Los neurocientíficos saben que la causa de esas sensaciones positivas se encuentra en la dopamina, cuando alguien nos hace cosquillas se libera este neurotransmisor, que es clave en el sistema de recompensa en el cerebro y tiene un rol esencial en la risa.
Incluso se han llegado a identificar lo que podríamos llamar las “neuronas de las cosquillas”, que se hallan en la corteza somatosensorial del cerebro y que no solo están involucradas en el tacto sino que también desempeñan un papel importante en nuestro estado de ánimo.
Los tipos de cosquillas
En 1987 los psicólogos Arthur Allin y Stanley Hall describieron dos tipos de cosquillas:
– Knismesis. Se trata de unas cosquillas que se manifiestan más como una sensación de picor y hormigueo intenso que incluso puede ser desagradable. Son las cosquillas que podemos sentir con el tacto de una pluma y que no provocan risa.
Al parecer, estas cosquillas son un rezago evolutivo que nos permite reaccionar inmediatamente ante un peligro potencial, como una araña o cualquier otro insecto caminando por nuestro cuerpo, y rascarnos para eliminar ese peligro. De hecho, un estudio realizado en la Universidad de Tuebingen reveló que las cosquillas también activan el hipotálamo, una zona primitiva del cerebro que desencadena el deseo primitivo de huir del peligro.
– Gargalesis. Se trata de las cosquillas que se producen por una presión más profunda y repetida en las zonas sensibles del cuerpo. Estas cosquillas generan sensaciones agradables y provocan la risa. Se piensa que sirven para fomentar los vínculos sociales, por lo que tendrían la función de hacernos sentir más seguros y conectados con las personas, en un mundo exterior hostil.
De hecho, ¿sabías que la sensibilidad excesiva a las cosquillas se denomina hipergargalestesia y se considera un trastorno nervioso leve?
¿Por qué tenemos cosquillas?
Es evidente que las cosquillas, específicamente la gargalesis, tiene un gran componente emocional y social, por lo que se hipotetiza que están relacionadas con el juego. De hecho, muchas de las neuronas que se activan con las cosquillas son las mismas que participan en las actividades de juego. Desde esta perspectiva, las cosquillas serían un truco del cerebro para lograr que el juego y la interacción con los demás sean más gratificantes.
Las cosquillas a una edad temprana favorecen el vínculo de los padres con el bebé, ayudando a crear una asociación temprana de placer. Más adelante, los hermanos suelen recurrir a las cosquillas no solo para crear lazos afectivos sino también como alternativa a la violencia, para molestar al otro. En este caso, las cosquillas les ayudarían a desarrollar sus habilidades defensivas enseñándoles a proteger las partes más vulnerables del cuerpo. De hecho, si prestamos atención nos daremos cuenta de que las posturas que asumimos cuando nos hacen cosquillas son defensivas.
Sin embargo, las cosquillas no solo tienen un componente social sino que también pueden ayudarnos a lidiar mejor con los problemas de la vida y pasar página más rápido. Un estudio realizado en la Fundación para el Avance de la Ciencia Internacional en Tsukuba descubrió que las cosquillas nos permitirían pasar por situaciones difíciles experimentando menos miedo y, lo que es aún más importante, recuperarnos de esa experiencia negativa más rápido.
Estos neurocientíficos comprobaron que las cosquillas actúan como una especie de escudo protector, por lo que cuando nos enfrentamos a situaciones que generan miedo, el nivel de adrenalina en sangre es menor y podemos mantener la calma.
¿Por qué no podemos hacernos cosquillas nosotros mismos?
Las cosquillas desencadenan una respuesta extrema en zonas del cuerpo que no están vinculadas directamente con la sensibilidad de la piel. Las zonas más sensibles son las palmas de las manos, pero tenemos más cosquillas en las axilas, las plantas de los pies y otras zonas del cuerpo donde la piel es menos sensible.
Es probable que esto se deba a que en las cosquillas también influye el factor sorpresa, y esa es una de las razones por la que no podemos hacernos cosquillas nosotros mismos ya que sabemos exactamente qué zona vamos a tocar.
Investigadores del University College London apreciaron que cuando uno intenta hacerse cosquillas, el cerebelo inhibe el córtex cingulado anterior, es como si le dijera que no hay necesidad de reaccionar riendo ya que se trata de una estimulación autogenerada.
También se ha apreciado que las cosquillas se inhiben en momentos de gran estrés y ansiedad. Esto valida las observaciones de Charles Darwin: “la mente debe estar en un estado placentero” para que las cosquillas hagan reír”.
Las cosquillas como método de tortura
A nivel de sistema nervioso las cosquillas estimulan las fibras nerviosas relacionadas con tanto con el tacto como con el dolor. Por eso, para que las cosquillas funcionen como pegamento social ambas personas deben sentirse cómodas con la situación, de lo contrario las cosquillas serán mal recibidas. De hecho, en muchas culturas se usaron como método de tortura.
Se dice que en la dinastía Han, en China, las cosquillas eran un castigo reservado para la nobleza puesto que no dejaban marcas en la víctima y esta podía recuperarse con rapidez. En Japón también se tenía esta costumbre, se le llamaba kusuguri-zeme, que significa “cosquillas sin piedad”.
En la antigua Roma se sumergían los pies del castigado en una solución con sal, luego se ataba y se hacía que una cabra lamiera aquella solución. Al inicio la persona solo sentía un ligero cosquilleo pero con el paso del tiempo llegaba a ser muy doloroso.
De hecho, el abuso de las cosquillas puede provocar reacciones fisiológicas muy intensas que van desde vómitos hasta incontinencia o pérdida del conocimiento debido a la imposibilidad de respirar.
Aún así, cuando las cosquillas se generan en un ámbito de intimidad en el que las personas se sienten cómodas, son un excelente vehículo para activar ese mecanismo de conexión emocional que existe en nuestro interior que está reservado solo para las relaciones de calidad más cercanas.
Fuentes:
Hori, M. et. Al. (2013) Effects of repeated tickling on conditioned fear and hormonal responses in socially isolated rats. Neurosci Lett; 536: 85-89.
Wildgruber, D. et. Al. (2013) Different Types of Laughter Modulate Connectivity within Distinct Parts of the Laughter Perception Network. PLoS One; 8(5):e63441.
Yamey, G. et. Al. (2001) Torture: European Instruments of Torture and Capital Punishment from the Middle Ages to Present. BMJ; 323(7308): 346.
Blakemore, S. J. et. Al. (2000) Why can’t you tickle yourself? Neuroreport; 11(11): 11-16.
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